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Charla a fondo con el crítico Jonathan Rosenbaum


The Critic


El Chicago Reader es un semanario de información cultural que se entrega gratuitamente en todas las buenas librerías, disquerías, teatros y algunos bares de esa ciudad ventosa. Hace años convenció al crítico de cine Jonathan Rosenbaum para que dejara Nueva York y se estableciera allí. Desde entonces cuentan con un crítico personalísimo y de primer nivel, como todo en el semanario. Rosenbaum, que también colabora en otros medios, ha publicado varios libros sobre crítica de cine.

Invitado por la filial argentina de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (Fipresci), Rosenbaum estuvo unos días en Buenos Aires, en el que fue su primer viaje a Sudamérica. Aquí, asistió en el cine Cosmos a la proyección de tres prestrenos, dio una conferencia al final de cada uno de ellos, y concedió una entrevista exclusiva a CINEISMO en la que habló de sus temas favoritos. Rosenbaum tiene un modo muy personal de transmitir sus ideas, como pudimos apreciar en sus charlas con el público en el Cosmos: nunca se ubica en el lugar que espera su interlocutor, sus respuestas amplían las preguntas, nunca son terminantes ni imperativas, y siempre van precedidas o terminadas por un "yo siento", "imagino", "me parece", "creo que". Detrás de ellas suele haber una sólida concepción del cine, de la estética y de la política.


Prestrenos

La primera película presentada por nuestro ilustre visitante fue la versión restaurada de Sed de mal, el último film de Orson Welles, realizado en 1958. Rosenbaum tuvo a su cargo la supervisión del proceso de reconstrucción de esta obra, siguiendo las indicaciones que el director había dejado para modificarla. Rosenbaum informó sobre las dificultades que tuvo Welles con los estudios Universal, que hizo el corte final de la película contra su voluntad. Welles escribió un memo de 58 hojas sugiriendo los cambios, y Rosenbaum supervisó la reconstrucción del clásico. Así, vimos una nueva versión de Sed de mal, en la que se eliminaron los títulos sobreimpresos sobre ese famoso y largo plano secuencia inicial, y otras modificaciones de montaje que el crítico se ocupó de precisar.

Posteriormente, se proyectó El viento nos llevará, el más reciente film de Abbas Kiarostami, ganador del Gran Premio del Jurado y del Premio Fipresci en el Festival de Venecia de 1999. Por último, fue el turno de El hijo adoptivo (Beshkempir), multipremiada película realizada en Kyrgysztán y dirigida por Aktan Abdykalykov. Ambos films se están por estrenar en Buenos Aires, y cuando ello ocurra serán analizados aquí.


El estado de la crítica
Rosenbaum dixit: "Estoy impresionado porque existe una organización de críticos en Buenos Aires que puede traerme a mí, y eso no es habitual en Estados Unidos. Tampoco hay, por ejemplo, ninguna revista mensual seria sobre cine en los Estados Unidos. Me pregunto qué hace que estas cosas sean posibles en Buenos Aires e imposibles allá. Nuestras publicaciones están más atadas a la industria. Parece que allá no es económicamente posible, y me pregunto cómo lo hacen aquí, porque me gustaría que lo hicieran allá.
En mi país los estudios de cine académicos y la crítica son dos mundos totalmente separados. En realidad, allá hay tres mundos diferentes, institucionalmente separados: el de la crítica, el de la teoría académica, y el de la industria. Creo que la industria es mucho más poderosa que los otros dos, y domina el discurso, lo cual es un problema. Estos tres grupos ni siquiera se leen los unos a los otros, y es una pena. Sería conveniente una relación entre los tres, como hay en Europa y también aquí, donde los críticos enseñan –eso es enriquecedor–, pero en mi país es menos común. Yo estoy impresionado por lo que veo en los encuentros en Buenos Aires: hay una comunidad reunida alrededor del cine, más allá de las diferencias generacionales, de gustos o de puntos de apoyo. Es difícil hablar de una comunidad así en los Estados Unidos. La tuvimos en los '60 en Nueva York, cuando a pesar de los desacuerdos había una comunidad, éramos la misma gente que se encontraba en los eventos de cine, pero nos dispersamos y no podemos hablar ahora de comunidad de la misma manera. Siento que hay una comunidad de cine actual, pero que no se circunscribe a un país. Por eso me siento afortunado porque mi periódico publique mis reseñas en Internet, eso significa que hay un gran número de personas que me lee en todo el mundo, y siento que entre todos hacemos una comunidad. Pero de una nueva especie, que nunca había existido antes, lo cual es particularmente excitante para mí."

–¿Cuál es la función del crítico?
–Creo que una parte muy importante de la misión del crítico, a la cual generalmente no se le presta mucha atención, es dar información. Simple información sobre los films. Le doy un ejemplo, relacionado con el muy importante film Rosetta, que ganó el primer premio en Cannes y aún no se ha distribuido aquí. Descubrí que en Bélgica hubo un "Plan Rosetta", que cambió el salario mínimo de los adolescentes. Es decir, que el film inspiró un cambio en el sistema legal en Bélgica. Esta información no fue proporcionada por la distribuidora en los Estados Unidos. Yo la encontré en Internet, en un sitio de noticias sobre Bélgica, pero fue muy chocante para mí que ningún crítico que reseñó el film hablara de ello: nadie lo sabía. Creo que el crítico debe dar informaciones como ésta, y es lo que estoy tratando de hacer, o lo que hemos hecho en Buenos Aires sobre Sed de mal. Esto es muy importante, porque la única alternativa a la información es la publicidad, que mueve millones de dólares, y lo que la gente lee y oye de las películas es publicidad. Creo que la mayoría de la gente no se da cuenta de cuán importante es dar simple información. Los críticos que hacen reseñas son generosos, pero creo que la práctica de la generosidad se ha vuelto muy corrupta, porque hoy es difícil distinguir crítica de publicidad.
Me gusta pensar que la crítica abre un diálogo, o ayuda a continuar un diálogo que empezó antes de escribir la crítica, y terminará después. No me gusta la idea de tener la última palabra sobre cualquier film. Cuando tuve una entrevista con Godard en 1980, me dijo "preferiría que me vean –y me usen– como un aeroplano, no como un aeropuerto". La idea me gustó mucho, porque significa que la gente te usa para llegar a algún lugar, no para bajarse.
Creo que la razón por la que escribo mis reseñas idealmente debería cambiar cada semana, todo depende de lo que quiero decir en ese momento. Muchas veces lo que me interesa al escribir una reseña no es la película sino el tema. Y eso me da una excusa para escribir sobre él. Veo la película, leo un libro sobre ese tema, lo que otra gente dice al respecto, etc. La reseña del film me da las excusas para dedicarme a diversos aspectos del mundo que me atraen.


–¿Cómo vive la lucha del crítico entre objetividad y subjetividad?
–Creo que toda crítica es subjetiva. Mi primer libro –que es el más subjetivo: mi familia se dedicaba a la exhibición de películas, y ese libro fue una autobiografía sobre mi niñez frente al cine– cambió mi modo de escribir, porque creo que ser subjetivo no es sólo una opción sino una necesidad en la crítica, y también fue rendir un servicio al lector, porque éste debe saber de dónde viene esa subjetividad. No creo que exista objetividad en la crítica.
Creo que los cánones son muy importantes, por la manera en que señalan las buenas obras del pasado, por ejemplo. Pero la noción del canon ha sido muy polémica y discutida en los ámbitos académicos, no sólo en cuanto al cine, sino también en la literatura. No es verdad que no hay más cánones: los hay, aunque la idea de canon aplicada al arte es muy sospechosa en Norteamérica, por su uso reaccionario. Pero uno construye los cánones.
Hay una desconfianza hacia el arte en los Estados Unidos, y esto tiene un mal efecto sobre la cultura en general, porque creo que en otras partes del mundo la gente respeta el arte, en mayor o menor medida, mientras en mi país muchísima gente odia el arte. Es parte de la herencia puritana, imagino. El dinero es respetado, y el arte no. Y no sé por qué.


–¿Qué opina sobre el cine norteamericano actual?
–A veces me parece que se da una situación curiosa: creo que ya no hay un cine nacional en mi país, de la manera en que lo hay en otros lugares. No se puede ya hablar de cine americano es sentido estricto. Por ejemplo, la película Invasión, de Paul Verhoeven: yo sostengo que no es un film americano en el sentido habitual, no sólo porque el director es holandés, sino por cómo está concebido el film, como se hace ahora, para el mercado de todo el mundo. Decir que es americano es una etiqueta puesta para venderlo, pero en su identidad esencial ya no es más americano.
Otro ejemplo de la falta de nacionalidad: cuando fui a Japón fui a un fast food, y descubrí que allí venden sopa de maíz, que es un plato local. Quise tomar un capuccino, y la máquina de café servía un café tostado en los Estados Unidos. En Chicago puedo comprar ese café, pero sólo en los almacenes asiáticos, porque se vende sólo a Asia. ¿Dónde está la identidad nacional? Estaba Italia, porque era un capuccino; los Estados Unidos, por el origen del café y estaba Asia. Entonces, ¿qué significa hoy la identidad nacional? Se está convirtiendo casi en una idea anticuada en términos de marketing. Y esto es válido también para el cine, donde hay esas producciones tipo pasteles europeos.


–Ud. está muy interesado en el cine iraní, y ese sí es un cine nacional.
–Es cierto. Me interesan mucho ciertos films iraníes, esa cinematografía está viviendo este año una nueva ola colectiva. Mi favorita es una película muy difícil de ver, de 1962, de un poeta iraní: La casa es negra. También me interesa mucho Abbas Kiarostami, quien ha dado temas a los nuevos realizadores. Tengo una buena amiga iraní en Chicago, con quien estoy preparando un libro sobre él. En Montreal conocí a Kiarostami y le dije que me interesaba ir al Festival de Irán. El me propuso que escribiera y pidiera que me invitaran, y así lo hicieron, de manera que iré allí muy pronto. El cine iraní sigue resultando difícil para la mayor parte del público porque sus películas son lentas, ambiguas, y no tienen un cierre. Sucede lo mismo con las buenas novelas: lo maravilloso es que mi Quijote no sea igual a su Quijote.

–¿Qué sabe del cine argentino reciente?
–No he tenido la oportunidad de ver mucho cine reciente argentino. El realizador que mejor conozco es Edgardo Cozarinsky, lo conozco personalmente, he visto en Paris una retrospectiva de su obra, y he escrito un ensayo sobre él. Me gusta mucho Boulevard del crepúsculo, que nunca se dio en los Estados Unidos. Allí sólo en los festivales se ven films argentinos.

–¿Cuáles son sus favoritos en la historia del cine?
–Las tres últimas de Carl Dreyer son mis películas favoritas, me gusta mucho el cine de Tati, Bresson, Kiarostami, Welles, Renoir. M de Fritz Lang es otro de mis favoritos, algunos films de Godard (no los últimos), Mizoguchi, y ahora me interesa mucho un japonés poco conocido, Yasuzo Masamura, que estoy estudiando apasionadamente.

Reportaje: Josefina Sartora