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XIU XIU

Estados Unidos, 1998


Dirigida por
Joan Chen, con Lu Lu, Qian Zheng, Gao Jie, Li Qinqian, Lu Yue, Qiao Qian, Jiang Chen, Yang Xiaoyu.



Cargada de premios en festivales de segunda línea y coronada en bloque por la crítica yanqui llega ésta, la primera película dirigida por Joan Chen. Que nació en Shanghai, China, pero a los veinte años se mudó a los Estados Unidos con la mochila cargada de unos sueños muy parecidos a los que nutrieron a tantas fábulas sobre el american dream. Todos esos sueños se le cumplieron (y no es poco, si se considera que desembarcó en California en el '81, cuando del american dream apenas quedaban cenizas). Primero estudió, ya no importa qué, hasta graduarse con honores en la Universidad. Después inició una carrera como actriz que le permitió tomar parte en films como El último emperador y en series televisivas como Twin Peaks. Parece evidente que Chen vive muy agradecida para con el gran país del Norte, y está en su derecho. En lo que a nosotros respecta, el problema es que lo manifieste con un film formalmente mediocre, estilísticamente recargado y políticamente grosero hasta el paroxismo. "Anticomunista", of course, pero de unos trazos gruesos como no se veían desde los años más calientes de la Guerra Fría.

Xiu Xiu hace foco, o mejor dicho blanco, sobre la autodenominada Gran Revolución Cultural, más conocida como Revolución Cultural a secas, que lanzó Mao en el '66 con el supuesto fin de renovar el "espíritu proletario" de las masas chinas. Millones de jóvenes y trabajadores de ambos sexos fueron relocados entonces. O más precisamente, y este es el caso de Xiu Xiu, nuestra protagonista, llevados de las ciudades al campo para impregnarse de las duras tareas de la tierra, mamando algo o mucho de esa esencia obrera y campesina que se quería –o se decía que se quería– resucitar.

Llamemos a las cosas por su nombre: para Joan Chen la Revolución Cultural es mierda. Y vuelve a estar en su derecho. Lo grave, lo que convierte a este film en algo tan espantoso, es que no aporta otra cosa que golpes bajos y trazos gruesos para demostrarlo. Al cabo, la "mirada política" de Chen (también directora de la reciente Otoño en Nueva York) es tan bruta, pérfida y anacrónica que en última instancia fortalece la memoria del maoísmo, no sólo a su pesar –de Chen– sino incluso por encima del absurdo y el burocratismo, hoy por hoy indiscutibles, de la propia Revolución Cultural.

La anécdota es sencilla: una bella, joven e inocente Xiu Xiu es arrancada de su hogar, en la ciudad de Chengdu, para pasar una larga temporada en las estepas tibetanas. Ella también lleva la mochila cargada de sueños: al cabo de seis meses, y como alguna voz oficial se lo prometió, cree que saldrá diplomada de "Jinete de Acero" (una ridícula categoría de héroes entre las que el maoísmo-stalinismo creaba por miles). Pero la suerte de Xiu en el imperio de la Revolución Cultural será opuesta a la de Chen en el paraíso del consumo. Los tiempos se le harán más largos y los sueños cada vez más cortos, hasta convertirse en pesadillas.

Ya en la introducción, y para usar una expresión bien porteña, el film muestra la hilacha. Al compás de una música incidental moqueante sonando todo el tiempo a todo trapo transcurren los primeros, insoportablemente largos minutos de Xiu Xiu... que no cuentan más que la partida de nuestra niña de su ciudad natal. Después un cartelón ("Un año más tarde...") y ya casi estamos en la alta y solitaria estepa. Adonde un hombre no tan alto, pero sí muy solitario, acoge a Xiu Xiu en su choza. Este hombre es un eunuco (fue castrado por los tibetanos durante cierta guerra) al que alguien encomendó que enseñara a Xiu Xiu a arriar caballos. Por supuesto que la falta de testículos no es casual, ya que así, fatalmente impedido de accesar sexualmente a la muchacha, Lao Jin ocupará cómodamente el lugar del chino-bueno-tierno de la película. Una película en la que todos los demás, tarde o temprano, de un modo u otro, se revelan como violadores (la otra excepción es un mercachifle y contrabandista que se salva precisamente por eso: por representar el embrión de algo muy parecido al capitalismo).

Aunque Lao Jin quiere calladamente a Xiu Xiu, nunca se digna a impartirle clases de eso que tanto ilusionaba a la muchacha: arriar caballos. En un punto la grosería deja paso a esta y otras incoherencias, y todo se aproxima al terreno de la comedia involuntaria. Uno llega a preguntarse si la directora no confundió a la Revolución Cultural con el intercambio cultural (esos programas, ¿vieron?) y la protagonista, su destino. La cuestión es que transcurren largos meses de ficción –duros minutos reales– antes de que pase verdaderamente algo (para entonces, la grosería volverá con renovados bríos a empuñar el timón). El film los rellena con la gravosa artillería estilística a la que ya se hizo referencia: aquella música, planos del cielo, imágenes de un caleidoscopio (¡que son tan lindas al natural pero tan cursis en el cine!), más cielo, lluvia, el arcoiris, etc.

Lo que resta es lo peor: un insólito continuum, próximo al desenlace, en el que un abigarrado puñado de extras se encarga de hacer aparecer a la base social del maoísmo como una manga de ladinos, ventajeros... ¡y abortistas!

Guillermo Ravaschino      


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