Esta es una película
de una directora interesante, que elige locaciones poco comunes, que abraza
causas “serias”, que hace su propio trabajo de cámara; que tiene un gusto
“impecable” en música y literatura, que es ella misma graciosa y puede
insertar humor en diálogos profundos, que es producida por Almodóvar, que
convenció al excelente Tim Robbins de hacer un pequeño film con ella y que,
por segunda vez consecutiva, convierte a Sarah Polley en su protagonista.
¿Alcanza todo esto para hacer de La vida secreta de las palabras una
gran película? Definitivamente, no.
La película de Isabel Coixet presenta a Hannah (Polley), una muchacha que
trabaja de manera frenética, desde hace cuatro años, en una fábrica textil.
Hannah es casi sorda y, además, una persona extremadamente solitaria. Sus
jefes en la fábrica están conformes con ella, pero el sindicato se queja de
que no se tome vacaciones (sin haber faltado nunca en cuatro años), por lo
que es obligada a ausentarse de su trabajo por unas cuantas semanas. Hannah
viaja a un pueblo irlandés donde, en una situación bastante inverosímil,
consigue trabajo como enfermera en una plataforma petrolera en el medio del
océano. La tarea es cuidar a Josef (Tim Robbins), un hombre que ha sufrido
quemaduras en todo el cuerpo, incluidas las córneas, lo que significa que ha
quedado temporalmente ciego. Hahhah también conoce a los demás habitantes de
la plataforma, todos solitarios como ella.
Es de destacar el esfuerzo de Robbins para interpretar a un personaje que
–amén de ciego– pasa la mayor parte de su tiempo postrado en una cama. A
través de los diálogos, se crea una gradual simpatía e intimidad con el
personaje de Polley: esta actriz canadiense tremendamente talentosa, quien
ha renunciado a una carrera en Hollywood para “volar bajo el radar” en
producciones independientes, es el alma del film.
Coixet puede abrumar un poco con sus referencias: fanática del escritor y
crítico John Berger (sus libros hasta aparecen en cámara), quien le dedicó
elogiosas palabras, la catalana tampoco se priva de citar obras literarias y
musicalizar con canciones de sus artistas preferidos. Asimismo, hacia el
final (con la participación de Julie Christie), opta por un discurso algo
didáctico para apoyarse en un tema “políticamente correcto”, que no
necesariamente aporta desde el punto de vista artístico.
Mientras sus personajes se debaten entre las palabras y el silencio, Coixet
parece no tener demasiada confianza en lo que éstos pueden evocar con su
sola presencia. Y cuando no están las palabras para subrayar (y hasta en
algún momento desbordarse en explicaciones), está la música: canciones de la
belleza de “Hope There’s Someone” de Antony and the Johnsons, y otras de
David Byrne, que sin dudas podrían integrar el excelente disco de la banda
sonora, pero que aquí no resultan imprescindibles. Tampoco es necesaria esa
voz en off (infantil, casi aterradora) que abre y cierra el film.
Y sí: La vida secreta... no es una gran película. Pero no deja de ser
una película con momentos intensos, que muestra una sensibilidad delicada y
muy buenas interpretaciones. ¿Será suficiente? Usted dirá...
María Molteno
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