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LA VIDA DE DAVID GALE
(The Life Of David Gale)

Estados Unidos, 2003


Dirigida por Alan Parker, con Kevin Spacey, Kate Winslet, Laura Linney, Gabriel Mann, Matt Craven, Rhona Mitra, Leon Rippy.



¿Cuántas veces se ha pronunciado Hollywood contra la pena de muerte? Ya conocemos el manejo del tema, usado y abusado en patrón-tópico. Y entre los tópicos ensayados, el más remanido es el esquema inocente / investigación / carrera contra reloj para evitar que se cumpla una sentencia injusta. El desparejo Alan Parker agrega a su filmografía errática, que últimamente dio más yerros que logros, un film más en esta categoría tan manoseada.

Hay otro subgénero que últimamente goza de las preferencias de Hollywood: el film de fraudes. Fraudes entre los personajes o mentiras al público, que al final descubre que nada es lo que parecía ser. La vida de David Gale también cuadra en este rubro.

David Gale es un activista que lucha contra la pena de muerte en Texas, el estado de los Bush, cuya sociedad se enorgullece de castigar el crimen sin contemplaciones. Paradójicamente, Gale es condenado a morir por haber violado y asesinado a una colega en su lucha contra la pena capital (capital porque antes se cortaba la cabeza de los condenados, supongo). El hombre decide conceder tres entrevistas los tres días antes de su ejecución a una periodista respetuosa y valiente, encarnada por la gran Kate Winslet. El film está entonces estructurado en torno de un núcleo de tres flashbacks que, a modo de los tres actos de un drama clásico, relatan el descenso en picada de un hombre que empezó enseñando Lacan en la universidad, y que a partir de una trampa burda (en una escena gratuita y desagradable) queda marginado de todo lugar al que quisiera seguir perteneciendo: pierde familia, profesión y amigos, con la excepción de esa amiga –la víctima– que después aparece muerta y violada, con pruebas que lo incriminan. La periodista atraviesa los tres estados típicos: incredulidad, comprensión y finalmente una fervorosa adhesión que la impele a demostrar la inocencia de Gale, mientras escucha reflexiones solemnes y altisonantes sobre la vida y la muerte.

El film no escatima ninguno de los lugares comunes del género. Kevin Spacey es la sombra de lo que fue en Los sospechosos de siempre –donde también era el amo de los flashbacks–, sobreactúa y no convence, en un personaje que es el estereotipo del yanqui progre. Winslet como la periodista y Laura Linney como la activista no pueden salvar un guión que no les calza, y el film avanza penosamente dejando muchos detalles incongruentes en el camino.

El epílogo depara un giro inesperado: resulta que se nos había tendido una trampa; todo había sido fruto de –digamos– cierta imaginación creativa, y se nos obliga a ajustar cada pieza del rompecabezas que había quedado suelta. Incluso descubriremos que los abolicionistas tienen una peculiar y contradictoria manera de oponerse a la pena de muerte. Lástima que hasta entonces tuvimos que soportar dos horas de perorata.

El británico Parker había encarado otros trabajos críticos de la reaccionaria mentalidad sureña: Corazón satánico y Mississippi en llamas polemizaban contra el racismo. El presidente Bush firmó más de 150 sentencias de muerte cuando era gobernador de Texas. El tema es controvertido, y sigue reclamando un tratamiento adecuado en películas que estén a su altura. No ha sido el caso.

Josefina Sartora      

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