Las tres películas previas de
Nobuhiro Suwa sólo pudieron verse aquí en una revisión que realizó el Bafici
en 2003. Este realizador japonés siempre se ha sentido identificado con el
cine francés de la Nouvelle Vague, como lo había demostrado en H/Story,
un film sobre la (im)posibilidad de filmar una remake de Hiroshima Mon
Amour, y ahora filma en Francia. En el caso de Una pareja perfecta,
Suwa retoma su puesta en escena ya conocida, con la consigna del largo plano
secuencia que al tiempo que instala un realismo inmediato, explora las
posibilidades de los actores.
La
anécdota es mínima y arquetípica: una pareja (Valeria Bruni Tedeschi y Bruno
Todeschini, y el eco no es broma) viaja a París al casamiento de unos
amigos, y allí comunican que van a divorciarse, para asombro de quienes los
consideran modelo de pareja ideal. Al parecer, Suwa les dio a los actores
una sinopsis y total libertad para improvisar. Con mínimas consignas, Suwa
planta su cámara estática muy japonesa tomando encuadres fijos, muchos
dentro de la habitación del hotel donde se alojan, y específicamente de la
puerta que comunica o divide las dos habitaciones. Abierta, cerrada o
entornada, esa puerta deviene símbolo de las comunicaciones o altercados que
tienen los protagonistas en distintos momentos. Esa cámara seca fija, en
interiores austeros, deja muchas veces a uno de los actores fuera de campo,
o incluso a ambos. La estética de Suwa –y su fotógrafa Caroline
Champetier– se completa con una deliberada oscuridad permanente, luces
bajas que dejan adivinar la escena, nunca destacada, y unos tonos medios,
casi monocromáticos.
Con un
criterio minimalista, la pareja aparece retratada en escenas de la
cotidianidad, y Suwa les da todo el tiempo necesario en sus largos planos
intimistas para que entablen su conversación, a menudo sus discusiones
banales, que cobran un realismo apabullante, y sus silencios, sin apuro por
cortar la toma. El plano secuencia exige el talento de los actores para una
actuación a veces teatral, pero siempre realista, que exprime al máximo los
matices de la situación. A veces el plano secuencia fijo y prolongado se
interrumpe con un primer plano que parece escudriñar qué subyace tras la
expresión del personaje, pero esos primeros planos no aportan al drama.
La
sugerente actriz italiana Valeria Bruni-Tedeschi ya había interpretado a una
mujer en el final de una relación en Vida en pareja (5x2) de
François Ozon, y sin duda pone mucho de su propia experiencia en la
improvisación. Los personajes –sobre todo ella– van atravesando los
rencores, la resignación, la culpa y sobre todo la contradicción, en una
relación en la que todavía sobrevive el amor. El film plasma cabalmente la
difícil separación de quienes se aman pero ya no se entienden. Su
alternativa parece ser la libertad, o la soledad. La iluminación, la puesta
en escena y el encierro se corresponden con un estado de conflicto y vacío,
de duda y vacilación, de difícil salida. Y las habitaciones separadas
figuran la puesta en espacio de ese estado.
Resta
lamentar que la versión de estreno en DVD no sea clara, por momentos la
imagen es borrosa y los colores indefinidos; fue mucho mejor su visión en
fílmico en el Festival de Mar del Plata.
Es éste
un film de menos de cincuenta planos que, en su morosidad y su melancolía,
exige la participación del espectador amante del cine moderno.
Josefina Sartora
|