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EL ULTIMO DIA
(No Man's Land)

Bosnia, 2001


Dirigida por Danis Tanovic, con Branko Djuric, Rene Bitorajac, Filip Sovagovic, Georges Siatidis, Simon Callow.



Con apenas unos minutos de proyección uno entiende por qué le dieron el Oscar a El último día: el film pretende ser una crítica audaz, y cumple con todos los requisitos... para no terminar de criticar a nadie; es directa, está plagada de escenas "fuertes" diseñadas para emocionar y divertir al espectador (en el estilo de cualquier producto de Hollywood); ofrece toques pintorescos sobre los bosnios y los serbios y su moraleja es tan cruda como obvia: la guerra es terrible. Algo que uno intuye sin tener que atravesar ninguna.

Pero analicemos un poco. Desde el comienzo se nos muestra a los integrantes de los dos "bandos" (así se reduce la complejidad de los multiestados étnicos de la ex Yugoslavia a un problema de vecinos que se disparan por arriba de la medianera) como personas que tienen que pelear y que no saben muy bien qué hacen allí, lugar común de los films bélicos que no quieren entrar en política; es decir: "algo nos llevó a esto, no sabemos qué y sufrimos mucho por ello". Esta visión, que es la típica, hoy no puede estar más desactualizada: el mundo está plagado de guerras tan payasescas como tenebrosas (Golfo, Afganistán), en las que los motivos de fondo son siempre alevosamente económicos y expansionistas. A partir de esta coyuntura real, mostrar la guerra como un mal que nos toma por asalto me parece en el mejor de los casos ingenuo, sobre todo en lo referente al genocidio interétnico que se llevó a cabo en la ex Yugoslavia a comienzos de los años noventa.

Sin embargo, en El último día hay comentarios graciosos, se intenta hacer simpáticos a los personajes y cuando se dispara el conflicto (un bosnio y un serbio quedan atrapados en una trinchera, heridos y sin saber qué hacer el uno con el otro) entramos en un dramatismo que supera la chatura moral de Saving Private Ryan. Las recriminaciones son del tipo "Ustedes empezaron la guerra", "¡No, fueron ustedes!", y de una manera forzada se cuida la imagen de los dos, tratando de que el espectador se identifique con esa situación teatral. La verdad es que no tiene sentido que se salven uno al otro, a menos que se busque desesperadamente una empatía con ellos. Da la sensación de que el director no intenta retratar a sus compatriotas y a sus enemigos sino recrear la idea que tiene el Primer Mundo sobre "esos países lejanos": que los pueblan seres pintorescos, toscos, con una visión rara (funny, en buen inglés) del mundo.

La única crítica al mundo civilizado que el director bosnio Danis Tanovic se permite pasa por un formato ampliamente tolerado: la sátira. Es decir, en lugar de detenerse en las muchas razones que se esconden tras los infortunios y las injusticias... busca "hacer reír con la realidad", relegando la denuncia en favor del buen gusto.

En El último día hay más de esto. Lo que determina la guerra no son salvajes pujas de poder sino... la burocracia. Hay unos militares ingleses que acompañados de secretarias con lindas piernas se rehusan a salvar la vida de los dos soldados en la trinchera hasta que aparece el periodismo y se arma una situación mediática donde los cascos azules se ven obligados a intervenir. Claro que hay algunos cascos buenos, que por seguir órdenes de un par de burócratas no pueden ayudar al bosnio y al serbio respectivamente. No es el aparato el que falla, es la gente. Y así se cuestiona un poquito (hasta un poquito mucho) a los ingleses, a los franceses, y –por suerte para Tanovic, que se garantizó la estatuilla– no a los norteamericanos, porque no hay que olvidar que el Oscar es made in USA. Lo que ha sido trabajoso es esquivar la presencia norteamericana, habida cuenta su actuación dentro del terrible conflicto que nos ocupa, ya que Estados Unidos, via OTAN, fue el mayor y más cruel interventor en esta fácilmente llamada "guerra étnica". Estados Unidos y Europa disputaron sobre esta zona devastada por el liderazgo mundial. EE.UU. apoyó a los bosnios, a los musulmanes-bosnios –a los que después dejó de lado– para mantener su hegemonía, su posición de gendarme planetario. Y por qué no mencionar que, desde años anteriores, el FMI y el Banco Mundial venían quebrando socialmente a la región con órdenes y mandatos no sólo económicos sino políticos e institucionales (¿no suena conocido esto último?). Estas canalladas del Primer Mundo, que intentó justificar su intervención militar con el mote de "ayuda humanitaria", no aparecen en un film que hizo asco de todos los riesgos. Lo que no le falta a El último día es el final amargo, pero no valiente, típico de las sátiras elegantes. Es que la tragedia puede ser tremenda, pero no debe sacudir la estantería.

Como si no hubiera motivos para esta guerra, el conflicto se presenta como una especie de ente maligno que aterrizó por un oscuro designio en (y así lo dice uno de los personajes) esa bella tierra. Se insiste en la guerra de vecinos que arrastran odios ancestrales, algo que EE.UU. moldeó como argumento de intervención. Una mirada pasteurizada de la masacre que resulta triste, mediocre, especialmente cuando la distancia que aportan los años habilitaba –reclamaba– un punto de vista crítico y responsable.

No es casual que esta película gane el Oscar justo ahora: la Academia le agradeció a Tanovic que haya mostrado a la guerra como un "drama a secas", sin nombrar a "ellos" como patoteros maquiavélicos, remarcando lo que justamente EE.UU. quiere hacer de Afganistán y de cualquier guerra en la que tome partido: un conflicto fuera de control que necesita ser regulado. Los motivos que incendiaron la ex Yugoslavia están escamoteados en El Ultimo Día; esa es la clave para agradar a un país que necesita buenos y malos que no dicen nunca por qué se matan. Como ocurre ahora, que nos quieren hacer creer que la invasión a Afganistán es consecuencia de los atentados del 11 de septiembre y no de la lucha por el control del petróleo, o a causa de la alicaída imagen de la administración Bush, o de los escándalos financieros internos que necesitan de la distracción de una masacre a nivel global.

Quizás algún día se trasporte el argumento de El último día a una película estadounidense ambientada en Afganistán; tal vez, incluso, un productor ya haya comprado la historia. Claro que no veremos a un soldado americano junto a un talibán en la montaña, ni escucharemos cómo se comentan que todo ese quilombo se resume en un asunto de petróleo, ni sabremos que las tácticas de combate aprendidas por Bin Laden provinieron de la CIA. No. Veremos a dos hombres asustados, astutamente humanizados, obligados a odiarse ciegamente, intercambiar cigarrillos, renegar de la guerra y –por qué no– hasta a matarse sobre el final, porque las pasiones despertadas durante las guerras, evidentemente, nos convierten en animales. Y eso se merece un Oscar.

Julián Monterroso      


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