Olof Palme fue político y primer
ministro de Suecia. Durante su gobierno, puso en práctica la idea de
"sociedad fuerte" respecto de la articulación del Estado y
supervisó una serie de reformas políticas de largo alcance. Pero se
haría famoso por sus políticas en el plano internacional. Su posición
provietnamita y la "neutralidad activa" con que discretamente
defendía los movimientos de izquierda en el Tercer Mundo causaron
indignación. Armó un verdadero revuelo cuando consiguió para
Escandinavia el status de Zona No Nuclear, perjudicando los intereses de
la OTAN. Luchó contra la intervención de las superpotencias en los
asuntos internacionales y examinó las posibilidades de una solución
pacífica al conflicto Irán-Irak. En fin, podría decirse que era una de
esas personas que desean cambiar el mundo para bien.
Esta breve explicación es
(humildemente) más clara y concisa que El último contrato,
y permite entender mejor la vida, obra y trágica muerte de Olof Palme,
asesinado el 28 de febrero de 1986 cuando salía de un cine con su esposa.
Los responsables y las circunstancias nunca fueron clarificados.
El film sueco parte de la premisa
que el asesino no era un fanático solitario sino que tenía toda una
organización detrás. Para esto toma como modelo a JFK, el famoso
film de Oliver Stone. Pero hay grandes, enormes diferencias. Porque
mientras JFK aboga por su posición introduciendo un debate en la
mente del espectador (a la vez que entretiene a pesar de su extensa
duración), El último contrato pretende que inmediatamente se
pongan "en su favor" sin exhibir ninguna razón para ello. Y en
más de un momento, aburre soberanamente.
Una película que quiere transmitir
un mensaje al que la está mirando debería fundamentarlo y
desarrollarlo de cara a sus destinatarios. No sólo plantando sólidamente
en pantalla a su objeto de admiración (en este caso, Olof Palme), sino
también a los grupos u organizaciones que le son antagónicos. Aquí, los
nazis y los norteamericanos son retratados con espantosa superficialidad.
A sus motivos contra Palme no nos queda otra que intuirlos.
Paradójicamente, el film también
peca de acumulación. Además de la trama expuesta más arriba, se encarga
de adentrarnos en las respectivas historias del asesino contratado para
realizar el trabajo y el policía que intenta impedir el crimen. La del
asesino termina siendo la más lograda de todas, pese a sus notorios
convencionalismos. En cambio, la del policía recuerda demasiado a la del
fiscal Garrison en JFK. Un agente que, por involucrarse demasiado
en su trabajo, termina con serios conflictos familiares, cosa que obliga a
soportar largos minutos de discusiones, que poco importan ya que, a la
vez, poco y nada llega a saberse de esta familia.
El último contrato
apela a una estructura de guión francamente retorcida, que mezcla el
racconto con las líneas dramáticas paralelas. Y las mezcla mal, lo que
no deja de ser grave en un género difícil como el thriller político. La
película transita por varios países (Suecia, Inglaterra, Estados Unidos,
Sudáfrica, Malta) y espacios temporales, pero tropieza con demasiados
baches de narración que lo único que hacen es contribuir a la confusión
de la platea.
Todo esto es causa de la maldita
manía europea de hacer films al estilo americano, como si copiar
el molde les alcanzara para salir bien parados, y hasta para hacerse la
ilusión de que superan al original. Claro que el resultado es muy otro:
películas tan convencionales como las yanquis y, encima,
"regionalistas". No en el sentido de "pinta tu aldea y te
harás universal", sino más bien en el de "sólo te van a
entender los suecos". Es alarmante la frecuencia con que esta clase
de films están estrenándose en la Argentina (vean si no Los ríos de
color púrpura), quitando lugar a películas que valen la pena.
Mientras tanto, si quieren saber de
Olof Palme, consulten un libro de Historia.
Rodrigo Seijas
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