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EL ULTIMO BESO
(L'Ultimo Bacio)

Italia, 2001



Dirigida por Gabriele Muccino, con Stefano Accorsi, Giovanna Mezzogiorno, Stefania Sandrelli, Vittorio Amandola, Lina Bernardi.



Con tres películas en su haber, Grabriele Muccino llegó para darle una bocanada de aire al cine italiano actual. Aunque sería más correcto hablar de un empujón, porque la velocidad de Muccino no da respiro. Ver El último beso es una experiencia apasionante. Uno no termina de asimilar una escena cuando se choca con la otra, como una especie de climax continuado de principio a fin.

Hay algo de las comedias de Howard Hawks en El último beso, no sólo en el tema (las relaciones de pareja, el matrimonio) sino también en la forma, pero aquí el resultado es aun más veloz: al movimiento de los actores y la rapidez de los diálogos que imponía Hawks, Muccino le agrega música trepidante y una puesta en escena arrolladora. No hay pausa. Todo es acción. La cámara se mueve de un lado a otro siguiendo la exaltada performance de los actores. Los persigue, los enfrenta, los cruza, y no toma distancia jamás. Si Muccino se trasladara a Hollywood, su primer film debería llamarse Rush.

El último beso sigue las andanzas de varios jóvenes a punto de volverse adultos, aturdidos por la creciente responsabilidad, deseosos de salir corriendo de la ciudad, de la familia, de la pareja, de cualquier cosa que los ate. También se ocupa de la madre de una de las protagonistas, que lucha contra sí y contra todos por recuperar su felicidad. La búsqueda de la felicidad es para Muccino un móvil interminable e ininterrumpido del ser humano. Nunca hay tiempo para pensar, sólo para tomar decisiones con la velocidad de un corredor de bolsa. Y esta felicidad es siempre momentánea, cambiante, incontenible.

Tras la entrañable Ahora o nunca, el director puso toda la carne al asador, multiplicó los protagonistas, la velocidad, los movimientos de cámara, las embestidas contra el reloj, y el contagioso entusiasmo de los personajes que se transmite al instante al espectador. Siguió apostando a nuevos actores salvo oportunas excepciones (caso Stefanía Sandrelli), y estos justificaron la apuesta, porque todo el elenco funciona de maravillas, en especial Giovanna Mezzogiorno, una actriz que promete mucho.

La modernidad de Muccino no debe ser confundida con los vaivenes de un debutante apresurado. La orquestación escénica de El último beso es tan calculada como precisa. El vértigo con el que está filmada es la única forma de no tomar distancia de los protagonistas, de llevar esa pasión de los personajes a la platea estática. Y el estilo vehiculiza al contenido. La sensación de que todo hay que decidirlo ya, ahora o nunca, y luego correr hacia la próxima encrucijada y volver a elegir, con las pulsaciones del corazón y las pulsiones del deseo.

Hace un par de años ví una película que está en las antípodas de los films de Muccino: Madre e hijo, de Alexander Sokurov. No me enteré de que había que ir con almohada, y me encontré en la butaca presenciando un largometraje que parecía introducir una rara novedad técnica: el agotamiento del plano hecho película. La indignación resultante me impidió alcanzar el estado alfa, pero los parpadeos fueron interminables. Cuando todo terminó, me acerqué a mirar el afiche, tratando de convencerme de que no lo había visto antes de ingresar en la sala. La cantidad de críticos extasiados de placer había obligado a la distribuidora a resumir las opiniones en puntajes –¡9!, ¡10!, ¡11!– y alguna que otra palabra. Una frase se destacaba por tamaño... y por tamaña estupidez: ¡¡¡UN CANTO A LA VIDA!!! fue la oración que repetí enervado a quien se me cruzara durante las semanas siguientes.

Hoy, tras el permanente electroshock que me aplicó Muccino durante casi dos horas, he vuelto a perder la cabeza por una película. Pero esta vez la frase mencionada le cae como anillo al dedo. Ganas de vivir –el ahora, el instante– es lo que reflejan los personajes de El último beso, reflejo que atraviesa al espectador como un rayo alucinante. Pero cuando baje el telón, cuando se enciendan las luces, saldrá agitado de la sala con la misma necesidad de búsqueda inmediata de los personajes. Corran a verla, tal vez nos crucemos en el cine.

Ramiro Villani      

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