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CINEISMORECOMIENDA

TRELEW

Argentina, 2003



Largometraje documental dirigido por Mariana Arruti.



1972. El sur patagónico. La fuga que fue masacre. Mariana Arruti hace del defecto, virtud. Utilizando las formas más clásicas en la construcción de un documental (relato lineal sin saltos temporales, entrevistas a cámara, imágenes de archivo), pero generando la tensión y el suspenso propios de géneros ficcionales como el thriller o el policial noir, desarrolla, aprovechando la débil memoria del argentino medio, una historia que nos sumerge en el túnel del tiempo hacia la barbarie, inscribiendo a Trelew en el linaje que Raymundo Gleyzer supo inaugurar con su Cine de la Base (y la asociación no es casual ya que el director, desaparecido en 1976, filmó Ni olvido ni perdón mientras acaecían los hechos que aquí se narran).

La dictadura del general Lanusse, en otro ejemplo de sus bravuconadas estériles, convierte a la cárcel de Rawson en el depósito de los presos políticos del país constituyéndola, al menos según el slogan publicitario, en una de máxima seguridad. Fiasco que al revelarse pone en ridículo al régimen (las cabezas de las organizaciones armadas allí recluidas logran fugar a Cuba vía Santiago de Chile), y que éste, entonces, se cobrará en sangre. El recinto cerrado (propio del policial inglés), se cruza con el contexto social en ebullición de esos tiempos (rasgo fundacional del policial negro), y el resultado desata la tragedia.

Como Claude Lanzmann demostró en Shoah, el regreso a esos escenarios que no han soportado el paso del tiempo es condición sine qua non para recuperar la memoria, muy por encima de la posibilidad que brindan los monumentos. Volvemos al aeropuerto de Trelew, abandonado, llenas sus paredes de graffitis y a la cárcel, en sus umbrales, casi sin acceso al interior. Escuchamos a los habitantes de la ciudad rememorar esos días –amas de casa, obreros, guardiacárceles, remiseros, empleados de funerarias, periodistas–, a los abogados garantistas enumerar sus batallas contra el estado de hecho y a los ex presos políticos narrar el adentro. Los testimonios se imbrican unos en otros; lo que se cuenta es una cadena a la que cada uno aporta sus eslabones en la misma secuencia del relato. Palabras que se suman a un discurso que los contiene por encima de su individualidad dando carnadura a un cuerpo social que el proceso militar supo desmembrar. Sociedad, entonces, que comenta como natural actos cotidianos (dar techo y comida a los familiares de los presos que venían de todas partes a visitarlos, asistir a esos mismos presos) que hablan de solidaridades, ilusiones, idealismos concretos, sin esquivar el bulto a la consideración de la lucha armada como herramienta válida en su contexto epocal.

Hay toda una elección y un riesgo asumido por la directora al darle voz a personajes (Vaca Narvaja, Gorriarán Merlo) que los medios masivos han sabido demonizar sin mayores debates, con una liviandad que habla más de sus profundos temores que de sus razones, pero también hay un apego a la Historia que sólo puede hacer oír esta campana porque la otra –si es que existen dos–, la de las fuerzas de la represión, se niega a emitir opinión sobre sus acciones, lo que no hace más que dejar en evidencia el poder que tenían para llevarlas a cabo y el valor del que carecen para hacerse cargo de las mismas. Y también hay una imposibilidad fáctica de oír más voces, que el final devela en cinco o seis carteles que dan cuenta de este final abierto y nos recuerdan el peso de tantas muertes que carga nuestra espalda social. Participantes directos e indirectos, sobrevivientes, familiares, todos muertos o desaparecidos con una saña y una impunidad que aterrorizan y en base a una metodología y un plan sistemáticos que vuelven a quedar al descubierto. Una prueba más, a contrapelo de lo que todavía muchos procuran, infructuosamente, sostener (consecuencias propias de una guerra, teoría de los dos demonios, obediencia debida, excesos, etc.).

Un escalofrío que sube desde abajo, un viento que nos trae las voces de los que todavía claman por una justicia que a 32 años de la masacre sigue sin ver la luz, una historia donde la realidad supera cualquier ficción, un film que no hay que dejar pasar.

Javier Luzi      


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