Las azafatas son mujeres de otro ámbito
(el cielo, claro) y no se ensucian las manos cambiando pañales, ni se
levantan en la cotidiana cama deshecha; pero pueden bajar de vez en cuando,
como ángeles, para salvar la vida de un hombre, para entregarlo al amor de
verdad, el que se escribe con mayúsculas y que nunca se encuentra fuera de
la ficción, de los sueños.Julián, el personaje de Alfredo Casero, es un
oftalmólogo que viaja a la Patagonia. Ya en vuelo se fija en una azafata,
Teresa (la española Ingrid Rubio), con la que tropieza en tierra, en un
frustrado intento de suicidio en medio de una ventisca helada; la casualidad
permite que los dos se encuentren de pie en el medio de la nieve, dos puntos
apenas apartados, con el mismo objetivo: terminar sus días congelados.
Pronto conoceremos los motivos: ella, porque está embarazada de un hombre de
una noche (Julián no lo sabe); él, porque su esposa, otra azafata, murió. Se
entiende que los dos están muy solos. Desesperados.
Después, un café, el conocerse, una fiesta y el oftalmólogo y la azafata
terminan enamorados y en la cama. Al otro día ella se levanta y se va sin
explicaciones porque pierde el vuelo, él la va a buscar pero no llega y a la
vuelta un accidente lo deja inconsciente por cuatro meses. Cuando a Julián
le dicen que una mujer embarazada lo vino a visitar una vez, se pone
contento porque cree que es su hijo, pero no puede encontrar a su nueva
azafata. ¿Se reencontrarán?
Pase lo que pase, la trama nunca nos interesará tanto como las
actuaciones. Es más: la correcta dirección de buenos actores es el único
contrapeso de las ingenuidades y clisés (hasta la banda sonora es sonsa) que
nos depara este film. Hay que aguantar monólogos pretenciosos y "poéticos"
en un guión escaso de recursos genuinos (premiado, cómo no, en Sundance) y
poblado, en cambio, de pobres sátiras en torno de los pilotos y chistes
gruesos que terminan cansando y desentonan, para peor, con la densidad de
los dos personajes principales.
Párrafo aparte para Casero, que actúa muy bien con su fraseo intermitente
de nenito que inventa mientras habla y su bagaje de gestos; en resumen, muy
preciso y natural. Lucen la misma justeza Emilio Disi, Valentina Bassi (que
interpreta a una chica que es guía turística de día y prostituta de noche) y
Daniel Hendler (el famoso Walter de los avisos de Telefónica). La fugaz
presencia de Norma Aleandro, como la madre de Teresa, no aporta mucho más
que promoción para el film.
Hay por lo menos una escena bien dirigida y pensada, que trata la
desesperación de Teresa ante la duda de abortar: el personaje se levanta en
un barquito de turismo y, ya en cubierta, escucha el exasperante bramido de
los lobos marinos. Por otro lado, el blanco, como en (los escritores) Poe y
Melville, está utilizado con énfasis alegórico; en este caso el paisaje
nevado es el destino ineludible al que plantan cara los protagonistas.
Un juego de casualidades y desencuentros propone aquí Daniel Burman,
nuestro joven director, y no mucho más. No se trata de una comedia, ni
dramática ni romántica, sino de un edulcorado drama con toques de comedia,
que por pasajes recuerda a Los amantes del círculo polar. El clímax y
el desenlace ya son patéticos. Con decirles que una embarazada avanzando en
la nieve intenta funcionar como metáfora del amor...