HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















SECRETOS EN FAMILIA
(Mifunes Sidste Sang)

Dinamarca-Suecia, 1999


Dirigida por Soren Kragh-Jacobsen, con Anders Berthelsen, Iben Hjejle, Jesper Asholt, Emil Tarding, Paprika Steen, Anders Hove.



No voy a hablar del Dogma: es lo suficientemente famoso y, sobre todo, está muy claro que no es tanto una plataforma artística como de marketing. Debo apuntar, no obstante, que esta es la tercera película "oficialmente" avalada por esta novedosa, y por qué no ingeniosa, institución del cine. No es tan buena como la primera (La celebración, extraordinaria pieza de Thomas Vinterberg) pero es mucho mejor que la segunda (Los idiotas, de Lars Von Trier). Para saber más sobre el Dogma y sus creaciones pueden hacer click sobre los links que hay al pie de esta página.

La primera mitad, y especialmente la introducción, de Secretos en familia se benefician del admirable modo de narrar de Soren Kragh-Jacobsen. Cámara en mano, nerviosa (aunque no llega a marear), planos muy cortos, tanto que los rostros parecen saltar de la pantalla, y un guión muy rítmico, que no pierde ni un minuto para ponernos en tema: el recién casado Kresten recibe una llamada del campo. Su padre ha muerto, le dicen, y debe hacerse cargo del entierro, de los trámites y de una herencia que, según le cuenta Kresten a su flamante cónyuge, es cuantiosa. A poco de arribar a Lolland (pueblecito en la campiña danesa) veremos que la herencia no era tal: formaba parte de la farsa que le había permitido a Kresten casarse con esa hija de la burguesía... y conseguir un encumbrado puesto en la empresa de su suegro. Es mérito de Kragh-Jacobsen que estos y otros datos no sean dichos, o sean dichos apenas, y sin embargo se hagan saber.

En la granja paterna de Lolland hay algo más que muebles oxidados, trastos viejos y gallinas (muchas gallinas: compungido por haber violado el mandamiento de "veracidad" del Dogma, el director confesó haber reclutado a muchas de ellas de las granjas vecinas). Está Rud, el hermano mayor de Kresten, un simpatiquísimo retrasado mental que vive con la cara sumergida en un rictus de perplejidad y temor, y con la poca mente que le queda obsesionada con los ovnis ("¡Las luces, aterrizan las luces!", grita cada dos por tres). Los hermanos están muy, pero muy bien. Anders Berthelsen, en la piel de Kresten, porta una frescura, una empatía y un carisma que no son habituales, mucho menos en perfiles tan escandinavamente carilindos como el suyo. Jesper Asholt, como Rud, a la larga puede llegar a cansar. Pero tiene tiempo para anotarse muchos momentos cómicos. A veces operando meramente como "monigote al fondo"; otras indirectamente (en off), como cuando el cura del pueblo, de lo más serio, se dirige a Kresten: "¿Le leyeron la biblia a tu hermano? Se puede ser retardado y religioso al mismo tiempo..."

Retomando el hilo argumental: Kresten decide permanecer en Lolland hasta resolver qué hace con –o adónde ubica a– Rud. Y contrata a una mujer para que lo ayude con la casa mientras tanto. Liva será más que eso: mucama, cocinera, baby sitter del idiota y, sobre todo, prenda para que el amor de Kresten se desate plenamente. No es para menos, ya que en cuerpo y cara (más aun, en gestos) Iben Hjejle es un bomboncito irresistible (y ascendente: podrán verla en la inminente Alta fidelidad, de factura yanqui). En este punto el film goza de su mejor salud, ya que a la gracia de los unos y la belleza de la otra se suma la potencia conflictiva de la situación: ¿cuánto resistirá la esposa de Kresten antes de caerse por la granja? ¿Qué pasará entre Liva y Kresten? ¿Cuál será el límite de las patochadas de Rud... ?

Pero Kragh-Jacobsen no parece haber creído que esta era bastante sustancia, y entonces le inventó una historia a Liva. Resulta que la muchacha forma parte de un burdel muy elegante de Copenhague, del que viene huyendo. Esta línea ha sido demasiado transitada por el cine, es un tanto cursi. El resto de las prostitutas, que conforman una especie de clan solidario siempre dispuesto a asistir a Liva, también. Las consecuencias son obvias: lejos de incrementar el voltaje del conflicto, lo deprimen; quiebran el ritmo –que venía tan vertiginoso–; agregan minutos que sobran. Algo parecido ocurre con Bjarke, el hermanito-enfant-terrible de Liva (aunque "en sí mismo" resulta simpático), y con buena parte del vestuario, demasiado variado y despampanante, con que la beldad se pasea por el campo. Más allá de todo esto (incluido un happy ending al que prefiero no referirme), el balance es positivo. En buena medida, porque el magnetismo de Hjejle y el carisma de Berthelsen nunca dejan de operar.

Guillermo Ravaschino      

ARTICULOS RELACIONADOS:
   >Crítica de La celebración (Dogma #1)
   >Crítica de Los idiotas (Dogma #2)