Los tres hermanos Wayans (uno a cargo de la dirección y los otros de la
escritura y animación infantil, más que de la actuación)
pertenecen a la peor especie de carroñeros del cine: parten de muchas
películas malas para armar situaciones de parodia con la mínima
elaboración posible.
A la hora de hacer reír, hay
determinados films que lo logran con elementos más nobles: argumento y
variaciones circunstanciales (lo que surge a partir de las premisas de la
trama) en el desarrollo; un ejemplo pasable es la reciente La familia
de mi novia. Cuando la imaginación falta a la cita, entonces caemos
en las propuestas fáciles. Ahí tenemos las sagas de ¿Y... dónde
está el piloto?, La pistola desnuda, Duro de espiar,
etc. Y por supuesto, ésta.
La mano viene así: los
sobrevivientes de la primera película (estas películas sí que merecen estrellitas,
y si a la primera le dábamos tres, resten dos y estamos siendo generosos
con la segunda) llegan a la casa donde un profesor misterioso y loco (Tim
Curry) hace sus experimentos. De ahí en más, la catarata de parodias.
Están las de El exorcista, La leyenda del jinete sin cabeza,
Hannibal, Revelaciones y hasta Los ángeles de Charlie,
entre muchas otras.
El humor de los Wayans se parece al
de los hermanos Farrelly (esa especie de Jaimitos del cine). Y es
como aquellas anécdotas del secundario contadas por el chistoso de turno:
pueden resultar graciosas la primera vez, pero cuando nos las repiten
después de unos años con la misma afectación, dan ganas de abandonar la
fiesta.
En fin, para este tipo de risas en
la televisión argentina tenemos a "El show de Videomatch" y
"Todo por 2 pesos", que las persiguen con más chances.
Pensándolo bien, no me explico por qué llegan estas segundas partes a
nuestro país, cuando las mejores producciones locales tienen tan poca
suerte en el extranjero (¡qué ingenuo!).
Adrián Fares
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