Qué privilegio para el
artista, envejecer con dignidad, con plena lucidez y sus facultades
creativas en actividad. Bergman tiene 86 años, una filmografía de unos 60
títulos para cine y televisión e infinidad de puestas teatrales, y a pesar
de haber anunciado varias veces su retiro, con cierta periodicidad sigue
entregando nuevas creaciones. En esta última, vuelve sobre la pareja que
había filmado exactamente treinta años antes en Escenas de la vida
conyugal, aunque no la entiende como una secuela sino que se revela como
una obra independiente. La pareja que no se ha visto durante muchos años se
reencuentra y restablece una relación que, naturalmente, ya no será la
misma. Tampoco Bergman lo es: lo que antes se había constituido en una
despiadada radiografía de las relaciones conyugales se transforma hoy en una
comprensiva mirada sobre los temas más esenciales del hombre y las causas de
la angustia humana de todas las épocas: el amor, la pareja, la muerte y,
sobre todo, las relaciones entre padres e hijos. Y por supuesto, en Bergman
no podía faltar el momento para la iluminación de la fe.
Sarabanda remite
desde el título a la forma musical. Las suites barrocas para orquesta o
instrumento solista están formadas por varios números o momentos musicales,
que derivan de antiguas danzas. Una de ellas es la zarabanda, que
originalmente era una danza para dos bailarines. Bergman reúne en su film a
cuatro personajes: Johan y Marianne, separados hace muchos años; el hijo de
él, Henrik, y la joven hija de Henrik, Karin. Estructura este encuentro en
varios momentos, como una suite: un prólogo y un epílogo a cargo de
Marianne, y diez sucesivos números ejecutados cada uno por dos personajes.
Ambos entablan un diálogo, a veces un duelo, de manera encadenada: el feliz
reencuentro Marianne-Johan; una primera aproximación entre Marianne y Karin,
reveladora de la naturaleza de la relación de Karin y su padre –quien busca
reemplazar a su esposa con su hija–; la brutal, feroz discusión entre Henrik
y su propio padre; la imposible mediación de Marianne ante Henrik. En el
sexto encuentro, comienza la segunda serie. Y en uno de los momentos claves,
Karin ejecuta en chelo la zarabanda de la dramática quinta suite de Bach. En
toda la historia pesa el recuerdo de una gran ausente: Anna, la madre de
Karin, quien ha muerto dos años antes y sigue presente en el corazón de
todos los personajes. Ella es la que posibilita la aceptación de unos y
otros, y quien con sus gestos de amor ha generado la posibilidad de
comunicación. En cada encuentro Bergman desnuda a sus personajes, y este
desnudo no es sólo metafórico; sin embargo, el director quita las máscaras
con cierta benevolencia, con una madura comprensión y compasión por las
miserias humanas: amor-odio, resentimiento-reconciliación,
poder-dependencia, están tratadas por el mejor Bergman. Es este un film que
parece provenir del pasado, una obra clásica en medio de tanto cine moderno
de espectáculo, más cercana a Dreyer que a Antes del atardecer, con
la que aparentemente podría tener algunos puntos de contacto. Pero aunque
ambos films estén apoyados en los diálogos, la obra de Bergman es una
lección de cine, que Linklater no llega a articular. Cada movimiento, cada
número musical tiene un particular tratamiento visual, una fotografía
propia, una distintiva composición de cuadro: el primer encuentro (el único
en semi-exteriores, no olvidemos que ésta es una pieza de cámara) toma a
Marianne y Johan juntos en planos secuencia; el diálogo entre Mariannne y
Karin varía entre el plano-contraplano, con una dramática iluminación
lateral para el momento del dolor que recuerda a Rembrandt, y un relajado
plano compartido entre risas para las confidencias mutuas; por fin, el
último y conmocionante encuentro entre los ancianos presenta duros
contraluces. Bergman es un exquisito compositor de planos, y sabe como pocos
trabajar con "la magia de la luz" como él la ha llamado. La película está
grabada en video digital, originalmente para la televisión, y la copia que
hemos visto no es por lejos la ideal: algo quemada, oscura y enrojecida.
Ojalá podamos ver otra mejor.
¿Un
testamento? Esperemos que no lo sea, pero el film resume los temas y motivos
de tantos otros anteriores del autor sueco, que algunos lo han tomado por
tal. Encontramos referencias –algunas literales, otras sugeridas– a muchos
de sus títulos famosos: Cuando huye el día (inevitablemente),
Sonata de otoño, Luz de invierno, La hora del lobo,
Después del ensayo, Gritos y susurros, Escenas de la vida
conyugal están evocados por momentos o resumidos, ya fuere por el
tratamiento o por el tema: el paso del tiempo, el padre tirano, la
enfermedad y la muerte. Bergman ha capitalizado la sabiduría que da la
vejez, se ha despojado de todo elemento superfluo o aleatorio para quedarse
con la esencia del hueso saturnino.
El
cineasta tampoco ha perdido la mano con los actores. Liv Ullmann y Erland
Josephson siguen transmitiendo estupendamente todo el dramatismo de su
relación, y la nueva revelación es la joven Julia Dufvenius como Karin.
En un
mundo de culpas y expiaciones, las mujeres son una vez más las redentoras de
los hombres, presos de su odio y resentimiento.
Josefina Sartora
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