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RIO MISTICO
(Mystic River)

Estados Unidos, 2003


Dirigida por Clint Eastwood, con Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Laurence Fishburne, Marcia Gay Harden, Laura Linney, Kevin Chapman.



Cada nuevo estreno de Clint Eastwood genera expectativas que trascienden la especificidad del título. Como si cada film de esos viniera a establecer –o casi– cuál es el estado actual del cine yanqui, y hacia dónde se encamina. En cada una de sus obras, este maestro de la narración clásica esboza un retrato sobre algún aspecto del modo de vida estadounidense y además, habla de sí mismo. En Jinetes del espacio dijo que tanto él como el cine de su generación continuarían dando batalla, y Deuda de sangre vino a demostrarlo.

En Río místico, por un lado vuelve sobre sus temas de siempre (las marcas del pasado, la búsqueda de la verdad, etc.), pero también, y a diferencia de la mayor parte de su cine anterior, descarta la figura emblemática del héroe solitario a favor de una tríada, que de una u otra manera se comporta articulando soledades.

No podía estar ausente su reiterado personaje vengador y fascista, en este caso Jimmy Markum, encarnado por Sean Penn, a quien le han matado brutalmente su adorada hija de 19 años. Su drama no es el único; paralelamente sus amigos y vecinos viven los propios: Sean Devine (Kevin Bacon) es el policía que debe investigar el crimen consumado en su viejo barrio de Boston, un suburbio obrero en las orillas del río Mystic, mientras atraviesa el dolor de que su esposa embarazada lo haya abandonado. Dave Boyle (Tim Robbins) es un padre de familia angustiado, abrumado por la marca traumática de un abuso sexual que sufrió siendo niño, cuando fue secuestrado frente a sus dos amigos, que nada pudieron hacer para evitarlo. Los abusadores podrían haber sido un religioso y un policía, o al menos lucían como tales. Los tres protagonistas han sido íntimos amigos durante la adolescencia, han crecido con la marca de ese recuerdo, pero hoy poco queda de aquella amistad; sólo el peso de ese pasado imborrable, y tal vez fue precisamente ese hecho traumático el que separó sus vidas.

Basada en una novela muy vendida de Dennis Lehane y con guión de Brian Helgeland (el mismo de Los Angeles al desnudo), la película se desarrolla como un thriller sobre la investigación que se lleva a cabo en el barrio. Jimmy se había convertido en el pesado de la zona y tuvo sus días como delincuente, hasta que después de dos años en prisión eligió llevar adelante una familia y su almacén, aunque las huellas de aquel estilo de vida también continúan intactas. Allí están sus secuaces, dos matones de barrio a quienes maneja, y sus propios tatuajes para recordárselo. Arrebatado por el dolor, decide investigar personalmente el crimen de su hija, pues no confía en el accionar de la policía y quiere vengarse por propia mano. Jimmy siente que él ha construido ese destino fatídico, con el cual viene a pagar sus culpas.

El crimen produce el reencuentro de los tres amigos de otrora. Pero las evidencias empezarán a apuntar nada menos que a uno de ellos… con las consecuencias que todos ya pueden imaginar.

Seguramente contra su voluntad, o de manera inconsciente, Eastwood viene a confirmar todas las hipótesis de Bowling For Columbine, el documental de Michael Moore: pone en juego la paranoia de los ciudadanos en Estados Unidos, la marca transmitible de un pasado violento, el sentimiento de culpa y la mala conciencia, las conductas autoritarias y fascistas, el gatillo fácil e irresponsable.

No es menor el mensaje policíaco del film, que muestra la celeridad, templanza y eficiencia de la policía. Pese a estar viviendo el dolor de saberse justamente abandonado, Sean Devine lleva adelante la investigación de una manera impecable, superando a quienes sólo confían en la venganza irracional. Preocupa la ambigüedad de la resolución, que sugiere que la venganza vale más que toda posible justicia. En la presentación de los policías, éstos acuden a una autopista pues un conductor ha respondido las provocaciones de otro ocasionando un accidente mortal. El film depara otra venganza personal, pero sus consecuencias no parecerán importarle a nadie. Río místico grita sobre la inevitabilidad de la violencia y la venganza instaladas en la sociedad: todos tienen alguna culpa, y ellos o sus hijos habrán de pagarla. Incluso las instituciones –la policía, la iglesia– ultrajan la inocencia.

La película ha suscitado críticas muy elogiosas. Demasiado elogiosas. Nadie pone en duda el profesionalismo del director a la hora de narrar, es admirable la investigación en paralelo de policías y hampones en busca de la verdad, pero hay detalles que despiertan mis reparos. Todos los personajes son unívocos. Frente a un mundo masculino cristalizado, cuya pintura siempre había sido el fuerte de Eastwood, las dos esposas resultan personajes cuestionables: Dave tiene una personalidad monolítica, signada por la terrible experiencia de su niñez… pero su esposa no parece tener nunca en cuenta este detalle fundamental. Celeste (la extraordinaria Marcia Gay Harden) es una mujer de pocas luces, pero su irresponsabilidad no termina de cerrar. En el otro extremo, la esposa de Jimmy (Laura Linney) es la necesaria compañera incondicional de todo déspota fundamentalista, y en la perorata justificadora de sus acciones algunos han querido ver el recuerdo de Lady Macbeth.

El elenco –que incluye a Laurence Fishburne como el compañero del policía– cuenta con apellidos sobresalientes, y sin embargo, las actuaciones no son parejas. Sean Penn, uno de los mejores actores de su generación, resulta algo excesivo en su animalidad, aunque en un trabajo lo suficientemente vehemente como para conquistar un Oscar. Tim Robbins es más convincente con las marcas del dolor en toda su humanidad. En un film oscuro como éste, que se constituye en una reflexión sobre el dolor, la fotografía no es menos densa, en tonos fríos y azules que, como la melancólica música original, no cesan de subrayar cada estado de ánimo.

Cabe preguntarse por la presencia de Penn y Robbins, dos de los actores más radicales –dentro de los parámetros de Hollywood–, opuestos a toda forma de autoritarismo. Es que la película, de tan ambigua, no deja de ser ideológicamente perversa. Miren, si no, cómo la venganza aparece asociada con el alivio...

Después de todo, ese barrio frente al río Mystic constituye un microcosmos, con sus propias reglas, con sus propios héroes y poderosos que las imponen. Hay lazos de sangre o del pasado que los comprometen, sucesos de los que no se habla, que nadie quiere recordar pero que se prolongan en el presente. Un pasado que ha fisurado a esos chicos devenidos hombres, quebrándolos para siempre. Como dije al principio, Eastwood habla de los Estados Unidos. Y toda relación con la actual realidad política y belicista de ese país resulta evidente.

Josefina Sartora      

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