El último film
de Spike Lee es puro cine de acción y entretenimiento, sin pretensiones,
filmado con mano sabia. Aparentemente, podría resultar una más de la serie
robo de banco con rehenes/detective inteligente negociador/ladrón
más inteligente aun. Hasta allí, la fórmula. Detrás de la fórmula, los giros
sorpresivos.
Mientras
la policía dirigida por un detective sospechoso de manejos turbios (Denzel
Washington, presencia habitual en los films de Lee) negocia con el jefe de
la banda (otra estupenda composición del inglés Clive Owen, aunque está
enmascarado durante buena parte del metraje), el dueño del banco contrata a
una abogada brillante e inescrupulosa (Jodie Foster) para que también
negocie con los ladrones, salteándose al policía. Willem Dafoe tiene un muy
secundario rol como policía rival que pelea por una cuota de poder. Las
citas a Sérpico
y a Tarde de perros
son explícitas, se las menciona al principio como para despejar dudas, pero
el film parece apuntar para otro lado.
Que nada
es lo que parece, como dice el pressbook, lo sabemos cuando los ladrones
observan las montañas de billetes apilados en el tesoro sin que se les mueva
un pelo, y en cambio admiran el depósito de papelería de escritorio de ese
banco en Wall Street, sucursal elegante y favorita de su poderoso dueño
(Christopher Plummer). Alguna maniobra extraña intuimos cuando los cuatro
asaltantes visten a los rehenes con las mismas ropas y capuchas que llevan
ellos, instalando la confusión entre los personajes (y espectadores). El
desorden y las dudas permanecen aun cuando esa acción se quiebra con la
inclusión de flashforwards de las entrevistas que se harán a los rehenes,
una vez liberados. Muy inteligente el guión de Russell Gevirtz, que de una y
otra manera borra el turbio límite entre culpables e inocentes, víctimas y
victimarios.
El
plan perfecto no
es una obra maestra, pero resulta mejor que
La hora 25
y She Hate Me
(que ni siquiera se estrenó en Argentina). Hace tiempo que Lee ha aflojado
los planteos racistas que en sus películas establecían el maniqueísmo grueso
de personajes negros=nobles / blancos=idiotas o criminales. Aquí el esquema
es algo menos rígido, si bien los criminales son todos blancos... y para
colmo arios. Sin embargo, no se priva de desplegar un amplio abanico racial,
propio de esa ciudad cosmopolita que es Nueva York. En ese banco se reúnen
varias razas y credos: indios, judíos, albanos, blancos y negros variopintos
en una galería de ricos personajes terciarios, y para cada uno tiene la
línea irónica, la observación filosa. Y también dogmática, bajo una capa de
humor, hay que decirlo.
Párrafo
aparte para Jodie Foster, quien encarna un personaje prescindible en la
trama y, sin embargo, revelador de los manejos sucios que se llevan a cabo
en los pináculos del poder. Fríos, elegantes y calculados, como la actuación
de esta mujer.
Lee va
llevando la narración plena de giros, cruces, idas y vueltas sugiriendo sin
cesar que la verdad está en otro lado o, en todo caso, bajo sucesivas capas
de apariencias.
Josefina Sartora
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