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PEARL HARBOR

Estados Unidos, 2001


Dirigida por Michael Bay, con Ben Affleck, Josh Hartnett, Kate Beckinsale, William Lee Scott, Cuba Gooding Jr., Alec Baldwin, Jon Voight.



La primera prueba de que Pearl Harbor es una película "de fórmula" llega con una frase que pronuncia el protagonista, Rafe (Ben Affleck), intrépido piloto de la Fuerza Aérea yanqui a punto de partir hacia Inglaterra. Estamos en 1941, Estados Unidos todavía no tomó partido en la Segunda Guerra, y Rafe, patriota como no hay dos, decide involucrarse solo, por adelantado, como voluntario al servicio de los aliados. Refiriéndose a su novia Evelyn (Kate Beckinsale), dice: "Si le pido que no venga a despedirme y viene... significa que me ama de verdad". Por supuesto que la chica se presentará en la terminal. A continuación, durante un rato, el film se las rebusca para pasearnos por los prolegómenos del bombardeo japonés (7 de diciembre del '41, sobre la flota estadounidense del Pacífico estacionada en el puerto hawaiano de Pearl Harbor) con cierta dignidad. Es decir: con razonable ritmo, con el suficiente despliegue de producción como para tornar creíbles las alternativas que, en uno y otro campo, apuran la conversión de la guerra eurasiática en una conflagración mundial. Este módico tramo, que se puede comparar con aquellas que se conocen como "películas clásicas" sobre la Segunda Guerra, es lo mejor de Pearl Harbor. Pero se termina pronto.

Lo que sigue es lo esencial. En términos argumentales, discurre a dos puntas. Por un lado la vertiente patriotera-bélica, que se instala plenamente con el bombardeo de marras. Por el otro, una trama romántica que no sólo involucra a Rafe y a Evelyn, sino a otro conspicuo aviador americano, Danny (Josh Hartnett). Me explico: antes de la catástrofe de Pearl, a Rafe se lo dio por muerto en acción al otro lado del océano. Tras el obligado duelo, Evelyn inicia un affaire con Danny (a la sazón, mejor amigo de Rafe). El filón sentimental irrumpe cuando el héroe, meses después, vuelve a casa sano y salvo para sorpresa de todo el mundo. Del espectador, incluso, que contempla cómo la muchacha sigue enamorada de su antiguo novio y, sin embargo, no se digna a retornar con él. Los peores pálpitos empezaron a acosarme en ese instante: ¿no será –me dije– que Evelyn está embarazada de Danny, y por eso la fidelidad? En este punto las tramas se entrelazan para potenciarse. Danny y Rafe levantan vuelo hacia Japón, para vengar el bombardeo, mientras Evelyn permanece at home, penando y palpitando la suerte de los aguerridos soldados con la misma ansiedad que se supone debería dominar a la platea.

Lo que importa, en todo caso, es que ambas tramas –la sentimental como la bélica– resultan aplastantemente previsibles a partir de aquí. Tanto es así que los efectos especiales, espectaculares en general y particularmente logrados durante el bombardeo que da nombre al film (bien que en parte malogrados por la omnipresente música, que subraya innecesariamente su carácter trágico), dan la sensación de haberse concretado a expensas de todo lo demás. Empezando por el guión, naturalmente, que amontona todos los clisés y golpes bajos de la historia del cine bélico made in USA. Ahí están los japoneses, tan "marciales" que ni parecen humanos, mientras que los americanos (y no sólo Affleck y Hartnett) hacen las veces de top models nobles, tiernos, cariñosos y viriles. Ahí está esa retahíla de espantosas frases ("Nació para ser héroe; ansiaba serlo"; "¿Cómo podremos seguir siendo amigos ahora?"; "Vamos a tumbar cabezas...", etc.) y todas esas banderas, inundando de estrellas y franjas la pantalla. Ahí está el lisiado presidente Roosevelt, dejando su silla de ruedas para ponerse de pie a puro ímpetu patriótico (con el fin de contagiar esa energía a sus pusilánimes asesores), en una escena propia de la carpa del pastor Jiménez. Ahí está Cuba Gooding Jr., haciendo a otro de esos "negros blancos" (aplicados, virginales, empeñosos) absolutamente indigeribles.

Ahí están, finalmente, todas las cursilerías que se puedan imaginar. Oigan esta frase de Evelyn: "Le daré mi corazón a Danny, pero no volveré a ver otra puesta de sol sin pensar en ti". Vaya, vaya. Lo peor, no obstante, es la ramplona moralina que acompasa la evolución de la trama sentimental. Me ahorro los detalles, ya que no quiero anticipar datos que algunos considerarán claves. Pero créanme: es un asco.

Guillermo Ravaschino     


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