De vez en cuando una película fallida tiene el extraño mérito de evocar y 
    valorizar otras similares, más logradas. Es el caso de Pan y rosas, 
    del inglés Ken Loach, alguna vez referente indiscutido del cine social, hoy 
    empeñado –sin éxito– en mezclar ese género con el melodrama. Hace ya varios 
    años que no levanta cabeza, aunque ha logrado mantener cierto respeto 
    crítico, quizá por sus logros pasados, o por la temática de sus films. Lo 
    cierto es que el mayor elogio que puede hacerse de esta película es 
    mencionar que ayuda a recordar, por ejemplo, a Recursos humanos, del 
    francés Laurent Cantet.Una familia de mexicanos se traslada ilegalmente a 
    los Estados Unidos e intenta sobrevivir allí. Maya (Pilar Padilla), la 
    última en llegar, consigue un trabajo junto a su hermana Rosa, en el 
    servicio de limpieza de un edificio empresarial. Desde el comienzo tendrá 
    que ceder medio sueldo de sus dos primeros meses a quien le da el privilegio 
    de emplearla y, además de cobrar muy poco, no puede acceder a ningún tipo de 
    cobertura social. De vacaciones, ni hablar. Pronto conoce a un joven 
    activista sindical (Adrien Brody), que intenta convencerla para que ella y 
    sus compañeros se unan en la defensa de sus derechos laborales.
    Hasta aquí nada muy lejos de lo expuesto en Recursos humanos: una 
    familia dependiente del trabajo asalariado, un sindicalista que procura 
    despertarlos y una joven recién llegada que se encuentra con esta 
    situación. Hay algunas variaciones, pero de todas maneras Loach cambia 
    rápidamente de registro y enfila hacia el melodrama.
    No es que esté mal el giro en sí; el problema surge cuando el guión 
    violenta a la historia para encajarla en los vaivenes del género. Si a esto 
    se suma confusión ideológica y sentimentalismo innecesario, más un desenlace 
    en el que todo, absolutamente todo está forzado, lo que se obtiene es un 
    artificio narrativo que en vez de emocionar –o llamar a la reflexión– 
    provoca la sospecha de que el espectador ha sido engañado sobre la base de 
    situaciones que, indudablemente, son reales. Con materias primas muy 
    simples, el film, lejos de intentar avanzar hacia una elaboración más 
    profunda (proyecto sin duda arriesgado), decide refugiarse en el 
    esquematismo del género lacrimógeno con resultados más cercanos a la 
    telenovela que al cine social que bien se precia.
    Todo lo esbozado en la primera mitad se cae a pedazos sobre el final. Los 
    personajes son utilizados para cubrir las limitaciones de la trama. El 
    luchador sindical, sin ir más lejos, en un momento había sido desnudado en 
    su ingenuidad y su propias limitaciones, pero termina abruptamente 
    transformado en un héroe de los marginados. La protagonista, al principio 
    premiada por su coraje y atrevimiento, es abandonada a manos de un 
    desarrollo insalvable. La lista, que continúa, incluye más de un golpe bajo. 
    En este marco, y mal que le pese a Loach, el destino de los personajes 
    parece consecuencia del azar, y no de un sistema de exclusión y 
    flexibilización laboral que utiliza a los inmigrantes para reducir los 
    salarios.
    Por si esto fuera poco, la mejor escena del film es un robo a 
    Michael Moore, el audaz humorista norteamericano de The Awful Truth (La 
    cruel verdad) y director de algunos documentales interesantes. Moore lo 
    había hecho de verdad: llevó a un grupo de empleadas de limpieza que habían 
    sido expulsadas de su trabajo a limpiar los pisos de una poderosa empresa 
    ante la incómoda mirada de los presentes. Loach repite la operación a cargo 
    del personaje de Brody, pero no roza los talones del original. Si hubiera 
    prestado mayor atención a la agudeza crítica de Moore, muy distinto habría 
    sido el resultado, y la copia, probablemente bienvenida.
    El título del largometraje recupera una antigua frase pronunciada por un 
    grupo de empleados norteamericanos que protestaba por sus derechos al grito 
    de "Queremos pan –trabajo– y rosas –derechos laborales– también". La 
    consigna podría aplicarse a las exigencias del espectador respecto de Loach, 
    entendiendo por "pan" el tema social elegido (que hoy nos toca muy de cerca 
    en Argentina), y por "rosas" un tratamiento más arriesgado y reflexivo.
    Ramiro Villani