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LA NOVIA POLACA
(De Poolse Bruid)

Holanda, 1998



Dirigida por Karim Traïdia, con Jaap Spijkers, Monique Hendrickx, Rudi Falkenhagen, Roef Ragas.



Afortunadamente La novia polaca llegó a estas costas para el II Festival de Cine Independiente, porque de lo contrario su estreno hubiera sido altamente improbable. La aleación es original, difiere de lo que vemos habitualmente: un realizador argelino filma en Holanda la historia de un granjero local y una inmigrante polaca.

La anécdota de esta opera prima es breve: la mujer, abusada y escapada de un prostíbulo, llega en su huida a la granja del ermitaño, quien la cura y protege, dándole albergue. Entre estos personajes cuyos destinos se han cruzado imprevisiblemente se establece una peculiar relación de mutuo cuidado: él le da un libro para que aprenda el idioma, ella limpia la casa, cocina, le enseña modales a cambio de un sueldo que envía a su hijita en Polonia. Con gestos simples, sin palabras, en un escenario casi cerrado, comparten la cotidianidad, al tiempo que se habla del rol de la mujer, portadora de cultura y religión, y de la –aunque irónica– aceptación del hombre. Mientras tanto, duermen en cuartos separados. El paraíso se quiebra con la llegada de dos mafiosos que exigen el regreso de la polaca que ellos habían importado, desencadenando un final esperado y sin embargo sorprendente.

El film tiene puntos de contacto con la finlandesa Juha, última película –muda– de Aki Kaurismaki, que también vimos en el último Festival. El comercio con el cuerpo femenino resulta tan habitual en los países de Europa del Norte como en los de América del Sur.

La historia se desarrolla casi sin diálogos, tanto por el carácter del hombre, un simple y huraño cuya única preocupación hasta entonces había sido el mantenimiento y conservación de la tierra heredada de sus ancestros, como por las dificultades idiomáticas y el trauma psicológico de la mujer, marcada por la violación inicial. Pero el notable trabajo de esos dos actores desconocidos que son Monique Hendrickx y Jaap Spijkers, en quienes descansa el film, lo hacen interesantísimo, cautivante y muy emotivo. La austeridad se extiende a toda la banda sonora, de escasos y por ello destacados momentos musicales, en la que sobresale el poema que celebra las cosas simples de la vida.

El vínculo de los protagonistas, que se entienden con un gesto, o compartiendo una mirada hacia el paisaje, o turnándose para morder sus manzanas, habla de la intensidad del sentimiento, con momentos de notable elocuencia. La novia polaca es una declaración de estética e ideología cinematográficas, que moviliza la inteligencia y emoción de los espectadores, y demuestra que la economía de recursos también es una vía para que el cine transmita su magia.

Josefina Sartora      


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