HOMEPAGE
ESTRENOS
VIDEOS
ARCHIVO
MOVIOLA
FORO
CARTELERA
PRENSA
ACERCA...
LINKS















NOTTING HILL

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Roger Michell, con Julia Roberts, Hugh Grant, Hugh Bonneville, Emma Chambers, James Dreyfus, Gina McKee.



Superficial, vanidosa, esclava de las relaciones públicas y de las "cláusulas de desnudismo" –que establecen cuántos centímetros de sus nalgas podrá exhibir una superproducción–, la diva hollywoodense Ana Scott tiene casi todas las características de la verdadera Julia Roberts. Exceptuando, claro está, esa debilidad por los "tipos comunes". O por lo menos por este inglés, William Thacker (Hugh Grant), del que queda prendada a poco de atravesar el umbral de la modesta librería que comanda en la barriada que da nombre al film. Las calles de Notting Hill están bellamente presentadas, al ritmo de canciones pegadizas (la banda sonora es absolutamente recomendable para amenizar una primera cena prometedora) que introducen al arrabal como una de esas pequeñas repúblicas que palpitan bajo el cielo londinense.

Lo que resta es una muy producida comedia romántica con todas las de la ley. A saber: besos truncos, diálogos más o menos afilados, complicaciones a granel y un destino manifiesto de paquete a ser cerrado con un happy ending. El concubino del protagonista, un galés desprolijo y esmirriado, comparte con la hermana y los amigos de William la tarea de provocar carcajadas. Algunas veces lo consiguen. Otras, la responsabilidad parece una pesada carga sobre sus espaldas. Es que la pareja central ha sido reservada casi con exclusividad para abonar el flanco sentimental de la anécdota. Es una lástima, porque el physique du rôle de Grant, esa perplejidad infantil, tan british, que destila como pocos, lo convierte en una vigorosa máscara para la comedia (recuérdense los formidables contrapuntos que animó junto a Peter Coyote en Bitter Moon, de Roman Polanski). La rueda de reportajes en la que se ve obligado a impostar preguntas de cronista cinematográfico, no obstante, le saca mucho jugo a su comicidad.

Lo sentimental, por lo demás, fue parido minuciosamente para atrapar al mayor número de fans de Grant y Roberts. Dado que esa cifra está engrosada por teenagers, no debería sorprender que los recursos empeñados sean igualmente adolescentes. No es que la famosa química no funcione –Roberts y Grant hacen una buena dupla–, pero lo hace a medias. En parte por los consabidos tics de Julia, enderezados a exhibir esos hermosos dientes en sonrisas que unen las orejas, que reemplazan puritanamente a los rituales más reconocibles del amor. No se trata de andar reclamando coitos (hay uno elegantemente despachado en off), pero son pocos los besos y escasa la pasión. En parte porque el viejo truco de dejar a la platea calentita, reservando la satisfacción para el final, deriva en tramos demasiado previsibles, largos. Y en vueltas de tuerca decididamente redundantes.

Guillermo Ravaschino