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NATHALIE X
(Nathalie)

Francia, 2003


Dirigida por  Anne Fontaine, con Fanny Ardant, Emanuelle Béart, Gérard Depardieu, Wladimir Yordanoff, Judith Magre, Rodolphe Pauly.



La crisis de una pareja adulta constituye el disparador de Nathalie X. Profesionales ambos, con una casa elegante, un hijo ya crecido y alguna historia detrás, entre ellos ha desaparecido todo entusiasmo, no quedan ni restos de erotismo. Mientras él encuentra algún paliativo en fugaces y poco significativos encuentros con otras señoritas y se encarga de contárselo a su mujer–, ella urde un plan tan maquiavélico como peligroso. Contrata a Marlene, una atractiva prostituta, para que bajo la identidad de la estudiante Nathalie seduzca a su marido y lo conduzca a una relación duradera, durante la cual la muchacha habrá de informarle a la esposa sobre lo que sucede en sus encuentros, con todos los detalles: cómo hacen el amor, qué le gusta a él, cómo lo excita ella.

El film de Anne Fontaine trata sobre un erotismo poco convencional: el que persigue la excitación por medio de la palabra. El tradicional voyeurismo es reemplazado por la escucha, la sexualidad nunca estará actualizada. Marlene/Natalie nunca olvida que su verdadera cliente es la mujer y no el marido, y a ella trata de satisfacer narrando los pormenores de una relación sexual en cuyo relato la esposa casi no reconoce a su hombre. Al mismo tiempo, Marlene/Natalie la guía en el reencuentro con su propia sensualidad y en el descubrimiento de que ella también puede disfrutar todavía de su sexualidad.

Pero los triángulos siempre tienen 3 puntas: desde el instante en que ambas mujeres cruzan sus miradas por primera vez, nace entre ellas una relación de compleja ambigüedad, una suerte de atracción mutua que será vehiculizada (¿sublimada, tal vez?) por la vía vicaria de la palabra. Nace así un vínculo que desconocían, una relación que excede el marco contractual, y que vibra siempre al borde del acto y del contacto. Las revelaciones de Marlene/Natalie y el magnetismo que irradia su cuerpo devienen para Catherine no sólo la fuente de conocimiento sobre su marido sino sobre todo una vía de autodevelamiento. Por otra parte, los espejos, la superposición de imágenes sugieren la identificación, la traslación y el trueque de ciertas cualidades entre esas dos mujeres aparentemente antagónicas.

El film se propone entonces un tratamiento del viejo tema del triángulo y del adulterio sin caer en todos los tópicos del género, aunque se permite algunos. Catherine y Marlene/Nathalie exploran juntas las zonas menos transitadas de la sensualidad y el erotismo femeninos. Para esta tarea no es un detalle menor la elección de dos íconos del cine francés: Fanny Ardant, con sus 55 años y un rostro algo retocado, aporta todo su profesionalismo para componer la personalidad de esta médica elegante de deseos reprimidos y postergados, dueña de una interioridad rica en matices, expresada por un rostro elocuente que deja leer cada emoción que despiertan las revelaciones de su cómplice. Emanuelle Béart saca rédito de su asombrosa belleza –también alterada, que no alcanza sin embargo para disculpar una actuación pobre. Tras su máscara de desapego de prostituta profesional deja percibir una vulnerabilidad apenas disimulada. Las dos actrices habían estado juntas en 8 Mujeres, otra exploración de las complejas psicologías femeninas. La música inquietante es de un viejo conocido, Michael Nyman, quien solía aportar sus ostinatti al cine de Peter Greenaway.

El tercer personaje está interpretado por Gérard Depardieu, en una actuación insólitamente mesurada y contenida, adecuada para este melodrama filmado con el signo de la sutileza, la sobriedad y la elegancia. Dépardieu recupera aquel tono que supo dar en Mi tío de América, y con Ardant parecen la pareja que no pudo ser en La mujer de la próxima puerta. Su personaje resulta atrapado en la red tejida por ambas mujeres, que demuestran así que el poder de la mujer puede residir en las zonas más inesperadas, y urdirse a través de juegos peligrosos.

Justamente en ese refinamiento del film radica su endeblez: por momentos todo resulta demasiado prolijo, demasiado elegante, demasiado distanciado, demasiado intelectual. Una vez establecido el nudo de la intriga, las conversaciones entre las mujeres no logran excitar al espectador de la misma manera que a Catherine, la narración deviene reiterativa, y se demora en llegar a la previsible vuelta de tuerca final.

Josefina Sartora      


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