Los muchachos no lloran es la versión libre de una historia real, la de una
"chica que se sentía chico". Y cambió la ciudad de Lincoln, en Nebraska, por
un pueblito denominado Falls City. Dejó de llamarse Teena Brandon para hacerse llamar
Brandon Teena. Un ser humano que iniciaba cada uno de sus días ocultando lo que
tenía y sugiriendo lo que no. Con una faja ceñida escondía sus pechos. Con una media
recreaba el bulto que Dios le mezquinó. Esa nueva vida duró poco, y terminó
muy mal.
Desde el comienzo, el film de Kimberly
Pierce ya nos presenta a Teena Brandon como lo que es. ¿Pero qué es exactamente?
¿Lesbiana, travesti, transexual... ? Teena Brandon no parece ser estrictamente ninguna de
las tres cosas, aunque tal vez le sienten las dos primeras. Y está claro que lo de
Brandon Teena no es reflexionar sobre su condición ni preocuparse demasiado por
eventuales consecuencias, sino vivir el momento. Esos momentos en los que, vestida
para conquistar, se lanza al boliche más cercano para poner a prueba su traza de
varoncito. No hay cosa que le entusiasme más.
Brandon se anota pronta victoria al
conquistar a Lana, una adolescente bella y frágil magníficamente interpretada por Chloë
Sevigny. Lana se enamora de los besos de Brandon, que parece superan a los de
cualquier varón de los alrededores. Entre la ingenua espontaneidad de Teena y las
consecuencias que el sentido común sugiere que tendrán sus actos (ya que Lana la cree un
varón) se cuece buena parte del suspenso tenue, sutil, que domina a la primera parte del
relato. Y es inquietante: sobre el final de esa misma primera parte puede notarse que no.
Que tal vez no. Que quizá no había que prever ninguna consecuencia desastrosa. Que acaso
Lana se enamoró esencialmente de eso que es Brandon Teena, Teena Brandon, y no
sumariamente de "un varón". La tipicidad de Falls City, con todas esas horas
consumidas sin hacer concretamente nada (en cafeterías, estaciones de servicio, en el
medio del campo o cenando frente al televisor) rodea a aquella ¿por qué no? revelación
de un marco ensoñado, flotante. De Hilary Swank, candidata al Oscar por el protagónico,
hay que decir que está muy bien, convence. Aunque exaspere esa sonrisa eterna, como
dibujada, que luce en las más diversas circunstancias.
Dijimos que Teena Brandon termina muy
mal, y una tensión argumental mucho más típica empieza a elaborarse en derredor de este
final, de su preparación. Este final tiene que ver con el recelo, la desconfianza y el
rechazo crecientes de un par de muchachones hacia Brandon, al que acogen en el seno de la
"barra"... hasta que olfatean su secreto.
El problema de Los muchachos no
lloran tiene que ver justamente con estos muchachones. Son ellos los que no se
muestran como lo que son. (Casi digo "son los verdaderos travestis". Pero muchos
travestis se muestran como lo que son: ¡travestis!) En un largo primer tramo Johnny y
Tommy son un dato más de la topografía pueblerina. Y está bien. Pero la exigencia de
dar cuenta del "trágico y real final" de Brandon Teena fue resuelta en base a
una mutación que desentona. De un minuto a otro, o casi, Tommy y Johnny pasan de
medianamente alienados jóvenes de provincias a brutales, perversos, amorales exponentes
de eso que da en llamarse White Trash (basura blanca). Algo se quiebra entonces. Algo
muere, empezando por las sutilezas previas. Y uno sale preguntándose si de no mediar el
"gancho" del final sangriento una película como esta se hubiese ocupado de
Teena Brandon. O de Brandon Teena.
Guillermo Ravaschino
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