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LOS MISERABLES
(Les Misérables)

Francia, 1995


Dirigida por
Claude Lelouch, con Jean-Paul Belmondo, Michel Boujenah, Alessandra Martines, Annie Girardot.



Victor Marie Hugo y Claude Lelouch nacieron en Francia. Ambos se empeñaron en plasmar la injusticia de la humanidad en grandes frescos. El escritor lo intentó con Los miserables, convertido en clásico
decimonónico ya a poco de su publicación. El director de cine ya lo había procurado con Los unos y los otros (1981), una producción superespectacular que a duras penas disimulaba las especulaciones comerciales que estaban en su base. Con Los miserables, sobre la obra de Hugo, Lelouch a los 60 años, los que tenía Hugo cuando acometió la novela vuelve sobre el punto. La experiencia, la edad, seguramente el pudor, redundaron en una versión del mundo mucho menos coreografiada que la de Los unos y los otros.

Los miserables es un film surcado, por momentos saturado, de paralelos y conexiones. No tanto para con el texto original como entre sus propias tramas, que cobran vida propia para bien y para mal en la medida en que se alejan de la épica inspiradora. La historia gira en torno de Henri Fortin (Jean-Paul Belmondo). La secuencia inaugural, tal vez la más sólida desde el punto de vista de la realización, está ambientada a comienzos de este siglo, cuando al padre de Fortin (también Belmondo) le ocurre lo que al Jean Valjean de la novela: va preso por un crimen que no cometió. Su esposa, bella camarera en una taberna, quedará a merced de las humillaciones de su patrón. El segundo "movimiento", mucho más extenso y desparejo, transcurre en la Segunda Guerra. Aquí Henri de joven boxeador, luego camionero y finalmente un mafioso sui géneris que saca ventajas de la retirada nazi comparte la pantalla con dos subtramas importantes: la de la familia Ziman (Michel Boujenah y Alessandra Martines), unos judíos a los que ayuda a escapar del Holocausto, y la de una pareja de granjeros torvos que le permite a Annie Girardot lucirse como en sus mejores tiempos.

Aquello de "el que mucho abarca poco aprieta" se hace carne dramáticamente en Lelouch. Sabe conducir a los actores aquí brillan también Belmondo y Boujenah, toda una estrella en Francia y es capaz de construir pequeñas historias consistentes. Cada vez que las combina y trata de exprimirles fuerza, peca de grandilocuente. "Hay dos o tres historias que se repiten en el mundo", dice alguien en el film, y a Lelouch, que las persigue a todas, no le alcanzan las tres horas excesivas de Los miserables para hacer de ese conjunto algo más que la suma de sus partes. Es algo menos antes bien ya que algunas anécdotas funcionan, y otras no. Y no deja de pesar lo subrayado, terco y obvio de los nexos que las unen. Los personajes que se repiten, las alegorías tendidas como puentes entre las distintas épocas y los flash-backs por momentos parecen destinados a abrumar al espectador, obligándolo a seguir un hilo tortuoso... divorciado de cualquier sustancia emocional.

La mayor parte de los fragmentos de Los miserables son la punta de un buen corto: personajes definidos y el afecto cierto en su favor o no con que los mira el director. Fortin, analfabeto, conduciendo a Ziman a su salvación mientras éste le lee la novela de Hugo es el mejor ejemplo. Por lo demás, el film no deja de evocar a ese enorme y confuso cambalache que fue Los unos y los otros. Llamativo en lo visual, conceptualmente contradictorio y con una fascinación por la iconografía svástica que Lelouch no debería haber evacuado sobre la pantalla, sino recostado sobre un diván.

Guillermo Ravaschino