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MEMORIA
(Voyages)

Francia, 1999


Dirigida por
Emmanuel Finkiel, con Shulamit Adar, Liliane Rovére, Esther Gorintin, Nathan Cogan, Moscu Alcalay, Maurice Chevit.



El cine ha abordado el tema de la Shoah desde distintas aproximaciones, las primeras emprendidas por los Aliados, como campaña de posguerra, y otras por miembros de la colectividad judía, como una manera de recuperar la memoria e informar a las nuevas generaciones. La incursión ha sido profusa, variada y equívoca, porque además de honrar al hecho histórico también se lo ha manipulado y bastardeado. Hoy nos llega una película atípica en el género, precedida por premios y reconocimiento, opera prima de Emmanuel Finkiel, quien fuera asistente de dirección de Krzystof Kieslowski en su trilogía Bleu-Blanc-Rouge. La mirada de Finkiel se dirige hacia un aspecto poco transitado por el cine: la realidad actual de aquellos que sobrevivieron a los campos. Y lo hace con originalidad, respeto y, sobre todo, con profundo sentimiento.

La película cuenta tres historias de viajes que realizan algunos protagonistas del Holocausto, muestra su paseo por distintas geografías y por los meandros de su memoria. Se trata de un repaso desde la hora actual hacia el peor momento del siglo XX, y uno de los más terribles de la historia de la humanidad. Finkiel elige hacerlo de manera intimista, tal vez porque en los recuerdos de esos protagonistas viven los de sus abuelos, y los de padres y abuelos del público de hoy.

En el primer episodio, un grupo de ancianos judíos recorre Polonia en un ómnibus de excursión. La actual Varsovia, la campiña nevada y Auschwitz son los paisajes que observan desde el ámbito cerrado del vehículo, mientras cada uno evoca su pasado, su deambular por distintos países, sus fantasmas. Allí, emocionalmente abrumada por el contacto con un mundo que reaviva todos sus recuerdos, Rivka, una de las tres mujeres protagonistas, busca señales de su familia deportada y de un pasado fracturado que la inquieta al punto de amenazar su matrimonio, que pendula entre el desaliento y la incomprensión.

Las familias escindidas por el pogrom son el tema del segundo relato, el más ficcional de los tres: una mujer que vive en París recibe la sorpresiva noticia de que su padre, al que cree muerto en los campos, vive aún y quiere verla. El pasado irrumpe en el presente, en un momento límite en que se desea la identificación y se bucea en la memoria, aunque la duda sobrevuele como un espectro.

Por último Vera, una sobreviviente rusa, llega como inmigrante a Israel, decidida a encontrar a una prima que no ve desde muchos años atrás, y a pasar allí el tiempo que le queda de vida. La tierra prometida no es lo que la anciana esperaba, pero con una vitalidad y empuje sorprendentes trata de sobreponerse a los problemas de la modernidad, el desarrollo, la incomunicación. Vera está asombrada porque en Israel nadie habla idish, ese origen que parece olvidado.

En algún punto, las tres historias se cruzarán, evidenciando un pasado y un destino común. La cámara pasea por los lugares de viaje, pero lo hace también por esos rostros que, como paisajes humanos transitados, muestran las huellas del pasado, del dolor, de las pérdidas. Pocas veces el cine convierte a miembros de la tercera edad en protagonistas de sus películas. Finkiel avanza en las personalidades de aquellos a los que les tocó cumplir el destino del judío errante, pasando de un país a otro, que saltan del francés al idish y de éste al hebreo, franqueando las barreras lingüísticas como han debido franquear las fronteras geográficas. Y esos personajes se mueven entre el viaje y el encierro, tratando de no quedar presos, ahora como entonces.

La mirada de Finkiel es sutil, morosa –tal vez demasiado morosa– en su recuperación de esos tiempos para nunca perdidos, de esos silencios que aluden a lo indecible. Sugiere la memoria, sin mostrarla.

Memoria es el resultado de un juego entre el documental y la ficción, no siempre bien resuelto, porque las historias flaquean por momentos, y carecen de una estructura narrativa que las sostenga. Tampoco el pasaje de un episodio a otro tiene la mejor resolución. Sin embargo, la fuerza expresiva de esos protagonistas, de sus voces, de sus rostros, tiene la contundencia de un testimonio que salva, o cuanto menos contrapesa, las debilidades formales.

Josefina Sartora      


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