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MACHETE

Estados Unidos, 2010


Dirigida por Robert Rodriguez y Ethan Maniquis, con Danny Trejo, Robert De Niro, Jessica Alba, Steven Seagal, Michelle Rodriguez, Jeff Fahey, Cheech Marin, Don Johnson, Shea Whigham, Tom Savini, Billy Blair.



Hay algo profundamente anacrónico, hasta quizá reaccionario, en la cruzada reivindicatoria del cine de explotación de los '70 que Quentin Tarantino y su compañero de aventuras Robert Rodriguez iniciaron con Grindhouse, el díptico que incluía Planet Terror, dirigida por éste, y Death Proof, responsabilidad de aquél, como así también una serie de avances de películas inexistentes pero posibles entre los que se encontraba el trailer que fue la génesis del largometraje que abordamos ahora (no así del personaje Machete, presente en todas las entregas dirigidas por Rodriguez de la saga Mini espías). No me refiero a hacer un culto de un tipo de cine pasado y sepultado, sino a sustraer una experiencia colectiva pretérita, la de ser un espectador en los cines de continuado, los autocines y los cines de trasnoche, e introducirla en una era de la cultura cinematográfica (y de los ritos de consumo) radicalmente diferente. De allí proviene la manipulación de la textura fílmica que incorpora Rodriguez en Planet Terror, falseando marcas en el celuloide, saltos de la cinta y problemas de sincronización como si fuera un Norman McLaren versión trash; rescatando, más que una forma de hacer cine, una de verlo: en fílmico gastado en salas subterráneas de los '80.

En Machete, Rodriguez vuelve a posicionarse como defensor de una forma de hacer/ver cine a través de dos formatos de registro: el relativamente límpido y amarillento fílmico que recuerda a los westerns secos de la década del '70, y el digital de webcam, con el que los enemigos de Machete se comunican y al que el director pixela exageradamente como declaración de principios. Pero en esta ocasión, el falseamiento del celuloide envejecido parece haber dejado de ser una preocupación para Robert, que aquí comparte –ya es hora de decirlo– la dirección con Ethan Maniquis, quien fuera montajista de Planet Terror. La fuerte impronta formal de aquel film está definitivamente diluida en Machete, cuyos excesos pop parecen limitarse a lo estrictamente argumental y tipológico.

La trama es tan excesiva como el trailer incluido en Grindhouse permitía adivinar: Machete (Danny Trejo) es un ex policía mexicano que escapa a Estados Unidos como indocumentado tras una operación fallida contra el narco y ex compañero suyo Torrez (un Steven Seagal muy bronceado y sin miedo al ridículo), en la que éste decapita a su mujer. En Estados Unidos lo contratan para asesinar a un senador conservador (Robert De Niro) que quiere cerrar la frontera con una cerca electrificada, pero sus propios empleadores lo traicionan como una maniobra para victimizar al salvaje político. En busca de venganza, Machete se unirá a una red clandestina que asiste a los inmigrantes ilegales liderada por una mujer de armas tomar (Michelle Rodriguez).

Como surge del párrafo anterior, en Machete conviven el espíritu exploitation del cine de género de los '70 (con toda su acción hiperbólica, el gore gratuito y la sexualidad "explícita" aunque a la vez elidida) con el alegato político sobre la condición de expoliados y maltratados de los inmigrantes ilegales en el país del Norte. Es cierto que el cine clase B se ocupó con frecuencia de cuestiones sociales, pero Machete lo hace de forma excesivamente discursiva, con un tono enfático y subrayado que desafina con la película de género que, un poco a los tumbos, episódica y torpemente (sirva como ejemplo esa batalla final que se construye por reiteración y acumulación, disolviendo la tensión dramática), se va desarrollando. Es que con la "coartada clase B" Rodriguez y Maniquis podrían haber construido una salvajada política expansiva y pop (a la que Machete sólo roza por momentos), en vez de esta algo desabrida aproximación al cine setentista. Una película que podría haber abrazado la violencia más caricaturesca plantando a la vez posición política y contestataria, sin desplomarse, como aquí sucede, bajo el peso de sus tipologías y su autoconciencia. Y, claro, sin pasar vergüenza ante el gran trailer que la anticipaba, tan enorme en su perfección pop que se diría que los realizadores sólo atinaron a completar esos dos minutos de hermosa bestialidad con 98 de material episódico de segunda línea.

Hernán Ballotta      

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