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LA LLAVE MAESTRA
(The Skeleton Key)

Estados Unidos, 2005


Dirigida por Iain Softley, con Kate Hudson, Gena Rowlands, John Hurt, Peter Sarsgaard, Joy Bryant, Maxine Barnett, Marion Zinser, Jen Apgar
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Deep South: el sur profundo. Así se conoce a esa zona de los Estados Unidos conformada por los estados que derrotados en la Guerra de Secesión construyeron el mito que sobrevive a cualquier cambio y modernidad. Mito resultante de la combinación de varios factores: geográficos (pantanos, terrenos cenagosos), climáticos (lluvias constantes, calores insoportables), sociales (la tirante relación entre negros y blancos, la disputa –primero literal y luego simbólica–: libres y esclavos), culturales (el jazz, la influencia de lo francés, lo español y lo africano, lo rural frente a lo urbano) y religiosos (el vudú, el sincretismo). Desde la literatura de Capote, Williams, Faulkner o McCullers hasta las imágenes inolvidables de Lo que el viento se llevó, o la constitución del Mal en Corazón satánico, o los "sucios secretitos" en Medianoche en el jardín del bien y del mal, el Sur ha sabido desplegar sus misterios y atrapar en su tela de araña, construida con delgados hilos que entrecruzan la razón y la creencia, a los vivos y los muertos, a los miedos ancestrales y el pragmatismo.

Un mundo gótico fantasmático, pero real, que La llave maestra ha sabido aprovechar más que como simple decorado. Caroline Ellis (Kate Hudson) es una joven de New Jersey, rubia, bella y estudiante de enfermería. Si no fuera por cierta culpa que arrastra –no pudo al morir su padre estar cerca de él, por tontas diferencias–, se diría que su vida es bastante normal. Claro que su necesidad de ayudar a los otros (y si esos otros son gente mayor, enferma, casi a punto de morir, y sola, mejor) le jugará, a la larga, una mala pasada. Respondiendo al aviso de un diario que requiere una enfermera tiempo completo, llega a una de esas típicas casonas señoriales en Nueva Orleans (Louisiana), con un gran jardín y a la vera de un lago, inmensa y más histórica que habitable. Ben (John Hurt) ha sufrido un ataque que lo ha dejado inmóvil, sin habla y más muerto (por lo menos de miedo) que vivo, hecho que su esposa Violet (Gena Rowlands) se niega a aceptar, así como cualquier ayuda externa. Convencida por Luke (Peter Sarsgaard), su abogado testamentario que también anda por allí, intentará convivir en su hogar con la joven, para lo que le entrega la llave del título que abre todas las puertas, o al menos eso se supone. Con el paso del tiempo y el transcurrir de la trama, la vieja casa develará sus secretos que mezclan hoodoo (una versión no religiosa del vudú), conjuros diabólicos, reencarnaciones y sacrificios humanos.

Entretenido y con actuaciones que cumplen su cometido (se destacan Hurt y Rowlands, mientras Hudson pasea su belleza arriesgándose a nuevos roles), este film de suspenso psicológico peca de ciertos toques modernosos que su director Iain Softley (K-PAX, Las alas de la paloma) imaginó para la puesta en escena y los encuadres (múltiples planos desde el ojo de la cerradura, tomas desde ángulos aberrantes, aceleraciones en las imágenes del pasado –que más que terror provocan risas–, etc.), innecesarios y, paradójicamente, anticlimáticos.

Nada será lo que parece (aunque todo resulta bastante previsible desde el primer momento) y ciertas vueltas de tuerca en el guión pergeñado por Erhen Kruger (el mismo de La llamada) permiten llegar a destino tras una última media hora de corridas, violencia y magia negra. Además de usar todos los tópicos del género: el ático oculto e inaccesible, las puertas cerradas, los fantasmas, la protagonista indefensa, la mansión alejada y solitaria, que no siempre en la acumulación suman.

Quizá la lectura más interesante que depara la película tenga que ver con cierta duplicación en espejo (en un film donde se encuentran prohibidos) de la posición del espectador en la protagonista. Caroline, como nosotros, debe suspender el raciocinio para creer en hechos, lo menos, extraños. Unica vía de entrada en el mundo sobrenatural que se le (nos) plantea, pero, a la vez, creer la (nos) vuelve más vulnerable(s) y susceptible(s) de acabar enredada(os) en la trama con los peores resultados. Que a la postre son los mejores: ni final feliz de la historia, ni frío distanciamiento para con el producto de parte del público.

Por otra parte, y sin ser su intención, La llave... nos muestra, como un documental, las, tal vez, últimas imágenes de una ciudad que, hoy por hoy, Katrina y Bush mediante, se encuentra arrasada y bajo el agua.

Javier Luzi      


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