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LEONES POR CORDEROS
(Lions For Lambs)

Estados Unidos, 2007


Dirigida y protagonizada por Robert Redford, con Meryl Streep, Tom Cruise, Michael Peña, Andrew Garfield, Peter Berg, Kevin Dunn, Derek Luke.



Viendo Leones por corderos uno entiende por qué los republicanos siguen teniendo el poder a pesar de sus burradas. Es que los demócratas son aburridos. ¿Acaso no es más seductor el reptil discurso del senador Jasper Irving (Tom Cruise) que el llanto lastimero de la periodista Janine Roth (Meryl Streep)? Sé que esto que digo es una aberración. Pero en la ambigüedad está el sabor. Y ambigüedad es algo que le falta a esta anémica película de Robert Redford.

El film es como el personaje de Streep: progre, traumado, culposo. Sí, Leones por corderos no existiría de no haber existido el 9/11 y de no haber asistido el pueblo norteamericano todo, dolido como estaba, a la locura expansionista de George W. Bush. Es tiempo de asumir los errores propios, dice Redford, y allí apunta bien cuando hace responsable a toda la sociedad de lo ocurrido, sobre todo a la prensa. El problema es que para desarrollar lo suyo se vale de dos largas charlas que son teatro filmado, de comentarios demasiados explícitos, de una demagogia como hacía rato no se veía, y de una serie de chantajes ideológicos que enturbian todas las críticas sobre aquello que supuestamente se pretende cuestionar.

Leones por corderos está articulada alrededor de tres cuerpos bien definidos: 1) la entrevista que el mencionado senador republicano Irving concede en su despacho a la también mentada periodista Roth, mientras está por lanzarse una nueva avanzada militar en Afganistán; 2) la charla que un profesor universitario (Redford) sostiene con su mejor estudiante (Andrew Garfield), quien parece haber perdido la fe en el sistema y se envolvió con la bandera del cinismo; 3) las peripecias de dos soldados que quedan varados en Afganistán, quienes encarnan el plan lanzado por Irving y protagonizan la historia que el profesor le cuenta a su alumno.

Por el lado narrativo la película es llamativamente torpe, y lo es más porque se trata de un producto que se propone abrir mentes, desplegar una realidad. ¿Pero a quién se puede seducir de esta manera? ¿O será una perversa contradicción que termina siendo funcional al establishment que se dice combatir? Lo cierto es que las conversaciones entre el senador y la periodista y el profesor y su alumno están resueltos mediante agotadores planos y contraplanos, sobre personajes que tienen muy poco movimiento dentro del cuadro. No hay nada en la puesta en escena que interese; todo está en los discursos (unos discursos que –más de una vez– se pasan de listos).

La otra historia, la bélica, se empecina en dejar a sus dos protagonistas (Michael Peña y Derek Luke) malheridos, postrados, a la espera del rescate. Esto habilita un chascarrillo: algunos recordarán que Michael Peña se pasó casi toda Las torres gemelas paralizado bajo los fierros de aquellos edificios. Si instaurasen un premio al mejor actor inmóvil, de seguro lo gana.

Ironías al margen, Leones por corderos se propone entonces como una película discursiva. Por allí, pues, debería pasar lo interesante. Pero tampoco. Engrosando la moda "Hollywood culposo", el film se queda con el doble discurso de criticar pero, a la vez, apoyar en cierta manera las acciones de Gobierno. Es que nadie se pregunta aquí si está bien o mal invadir un territorio (y esto es algo que le cae a Michael Moore también). Por el contrario, los problemas pasan por las muertes propias que esto genera. Si hasta escuchar a la periodista supuestamente progre decir "yo también lo quiero ver a Bin Laden muerto" genera un escozor particular. Pues si esta es la obra de un demócrata reconocido como Redford, ¿qué tienen para ofrecer entonces?

Algunos dirán que no estamos para discutir ideologías, sino cine, y tienen razón. Seguramente el mayor acierto aquí pase por la actuación de Cruise. Y esto es paradójico. Las mejores interpretaciones de este actor –más allá de sus colaboraciones con Spielberg– fueron en Jerry Maguire y Magnolia. Esos personajes, como este senador, cada uno a su manera, están vendiendo algo. Un deportista, un libro de autoayuda, una estrategia militar. Pero a la vez proyectan, como seres, algo que no son. Falsean. Y Cruise, con su sonrisa de porcelana, es la pose perfecta para esos prototipos. Por eso es sintomático que en una película que dice ser una cosa pero termina siendo otra, lo más atractivo sea lo más siniestro.

Mauricio Faliero      


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