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INCONSCIENTES

España, 2004


Dirigida por Joaquín Oristrell, con Leonor Watling, Luis Tosar, Mercedes Sampietro, Juanjo Puigcorbé, Nuria Prims, Alex Brendemühl.



Salvo por los caminos de la denominada Nueva Comedia Americana, aquella que representan tipos tan capaces para generar mundos personales y autosuficientes como lo son Adam Sandler, Ben Stiller, Mike Myers o Will Ferrell, la comedia no está pasando por un buen momento. Es decir: a no ser por una camada de actores-autores que generan sus propios universos (más cerca del humor como teoría que como práctica), estamos asistiendo a la muerte de uno de los géneros más puros. Joyas como La herencia de Mr. Deeds, Goldmember, Los Fockers o Elf, el duende, de cualquier modo, forman parte de un movimiento contempóraneo que tardará en dejar sus huellas e influencias. Cómo no alegrarse, entonces, ante el estreno de la española Inconscientes. Más aun cuando el film de Joaquín Oristrell hace mayor hincapié en las formas de la comedia del Hollywood clásico, sin por eso escaparle a la autoconciencia.

Barcelona, 1913. El mundo se encuentra convulsionado por ciertos conceptos revolucionarios sobre la sexualidad, y más lo está España, que espera la llegada de Sigmund Freud. Con ese momento histórico como marco liberador  se nos presenta Alma (Leonor Watling), mujer embarazada que sufre la desaparición de León, su marido, un reconocido médico seguidor de las palabras del padre del psicoanálisis. León, antes de huir, le dejó un manuscrito sobre cuatro casos de mujeres histéricas. Con esos textos como única pista posible, Alma recurrirá a la ayuda del psicólogo Salvador (Luis Tosar), su cuñado, para hallar al fugitivo. Pequeño detalle: Salvador está perdida y secretamente enamorado de Alma.

Como decíamos, hay mucho del Hollywood de oro en Inconscientes, empezando por Howard Hawks y La adorable revoltosa. Así lo revelan el ritmo frenético y la picardía de los diálogos; la intensidad del personaje principal femenino que desborda el mundo masculino (Watling-Tosar no podrían hacer mejor dupla); la representación del hombre dentro de estratos sociales elevados relacionados con el universo profesional. Puede ser que el humor, que bordea lo grosero y el grueso calibre en reiteradas oportunidades, moleste a los puristas formales. Sin embargo es interesante que Oristrell haya preferido la aprehensión sólo de un molde contenedor, para ponerse a jugar a partir de ahí con su propio material, antes que emular hasta correr el riesgo de perder el alma como casi le sucedió a Todd Haynes en Lejos del paraíso.

El punto más destacable de Inconscientes debe ser la forma en que el también guionista Oristrell expone sus filiaciones estéticas. Por un lado hablábamos del clasicismo, pero también hay un juego a lo Agatha Christie en el misterio de la desaparición de León. Aunque es cierto que la subtrama policial está un tanto desordenada y termina siendo excesivamente enredada. Este es un error común cuando otros géneros se valen del policial como segunda línea narrativa, y la Nueva Comedia Americana no escapa a eso (ver Irene y yo... y mi otro yo): falta rigor y se estiran innecesariamente las escenas para que cierren todas las intrigas. Aquí también ocurre. Pero si hablamos de filiaciones cinematográficas, un ambiguo baile de máscaras remitirá inmediatamente al espectador a Ojos bien cerrados, la obra póstuma de Stanley Kubrick. Tan preciso es el director que la escena no resultará gratuita, ya que la relación sexo-psicoanálisis está implícita en ambas cintas.

Precisamente, en la no gratuidad de los elementos que la componen está el mayor logro de esta película. Que si en su superficie resulta una comedia pasatista, liviana y simple, también es compleja en su construcción. Es que para organizar la historia de Alma y Salvador, que lentamente se irá transformando en historia de amor no sin antes atravesar algunos escollos (como corresponde a un film del género), Oristrell y su equipo de guionistas estudiaron al dedillo los escritos de Freud. Basándose en sus teorías, desde la utilización de la hipnosis (ver a Tosar hipnotizado y luego morir... de risa) hasta la primacía fálica, Freud, como personaje, es en definitiva el verdadero protagonista. Pero el hallazgo es que Inconscientes nunca hace alarde de sus influencias; no se transforma jamás en un muestrario solemne y aburrido, o académico. Aquí todo fluye con total naturalidad.

Está claro que dentro del cine español actual la película de Oristrell no representa a la vertiente moderna y desencantada, aquella que lideran tipos como Alex de la Iglesia o Santiago Segura, y hasta puede que su factura prolija y muy profesional la acerquen a círculos de "mayor prestigio". En cualquier caso, no se pueden negar sus valores ni la inteligencia de su propuesta. Cabe lamentar, tal vez, que, habiendo tomado el tema de la liberación sexual, no sea la película política y militante que podría haber sido (hay más de un chiste homofóbico que va a contramano de la corrección política). En ese aspecto Inconscientes peca de canchera, de ingenua, se recuesta en un humor de tocador que no la favorece demasiado, para así esquivar el bulto (disculpen la metáfora, pero no había otra más apropiada) y resultar más graciosa que efectiva. No obstante, se agradece que algunos personajes puedan ser felices con sus decisiones sin que se los juzgue. Amén de que los malos la paguen. Y estos son malos más allá de sus elecciones sexuales.

Inconscientes, retomando lo dicho al principio, no tiene los elementos necesarios para formar parte de la Nueva Comedia Americana; no está dibujada con trazos pop ni inventa un mundo para luego deformarlo, por lo que sus pretensiones son un tanto escasas. Pero con su autoconciencia genérica y la utilización de tópicos culturales de manera desestructurada demuestra que existen otras formas desde donde la comedia puede ser eficaz sin caer en el lugar común. Como alguna vez dijera acertadamente el crítico y director argentino Santiago García, no existe comedia si no se burla de las instituciones. Inconscientes cumple a rajatabla esa premisa con su caricaturización desprejuiciada de la ciencia y del matrimonio. Más allá de sus desniveles narrativos –que la estiran un poco hacia el final– y de cierta desprolijidad formal, la película de Joaquín Oristrell es una buena noticia dentro del escuálido presente de la risa en la pantalla grande.

Mauricio Faliero      


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