The Hurricane está apoyada en una historia real. La de Rubin "The
Hurricane" Carter, un boxeador que fue víctima de una de las más atroces y
persistentes injusticias cometidas por la Justicia norteamericana. Corría 1966 cuando la
policía de Paterson, New Jersey, lo detuvo con falsos cargos de homicidio que fueron
escandalosamente confirmados por varios jueces, condenándolo a una larguísima
temporada tras las rejas. El film empieza paseándonos por las instancias que le dieron
forma a la odisea. En 1963 vemos a Rubin (Denzel Washington) saboreando su instante de
máxima gloria sobre un ring: la conquista de la corona mundial de la categoría Welter.
En el '66 podemos ver cómo lo acusan y arrestan. (También, algo gratuitamente, cómo se
convierte en un orgulloso miembro de las Fuerzas Armadas... que jamás retoma ni recuerda
esa vocación.) Las secuencias que bordean el arresto son lo suficientemente explícitas
como para que a nadie le queden dudas de la inocencia de Rubin Carter. Pero la película
de Norman Jewison no es de suspenso. Nos invita a palpitar desde el vamos el periplo de un
hombre que va preso por un crimen que no cometió. El suspenso, en todo caso, será el
mismo que domina a ese hombre cada tantos meses, o años, cuando recibe a sus abogados en
la celda: ¿habrá nuevo juicio? ¿Lo liberarán por fin ahora? ¿Seguirá vigente la
injusticia? Claro que para que nuestro suspenso sea el suyo, antes tendremos que
identificarnos poderosamente con él.
Huracán es un film ambicioso,
algo que reflejan sus dos horas y media y esa suerte de estructura paralela que no se
conforma con la historia larga, ardua, abarcada casi en su totalidad, del boxeador. Y la
combina con la de Lesra (Vicellous Reon Shannon), un chico negro adoptado por una mujer y
dos varones canadienses que, aunque son amigos, viven y parecen funcionar como
una familia. Al igual que tantos chicos de su edad, Lesra está buscando su camino.
Y un día se topa con "El decimosexto round", libro escrito por El Huracán
desde su encierro. Página tras página crece la identificación del niño, quien parece
ir forjando su personalidad a la vera de la historia que desgrana el reo. Y le escribe una
primera carta, se la envía a la prisión. Será el comienzo de una larga amistad que
acabará tornándose cuatripartita, con Lesra y sus tutores haciendo cada vez más fuerza
(y trámites) para sacar a Rubin Carter de la cárcel.
Recién con aquella primera carta se
integran efectivamente las historias, ya que la del chico venía pesando,
engordando el metraje y restándole espesor a la figura principal. Respecto de Rubin, la
primera parte del film se toma demasiado tiempo para dar cuenta de su caída en desgracia.
Y no lo invierte del mejor modo. Carga las tintas, por ejemplo, en el teniente Vincent
Della Pesca (Dan Hedaya), un policía que se ensaña con el protagonista prácticamente
desde la cuna. Este ensañamiento es tan exagerado como inoportuno: si fue real (o si
existió realmente), no lo parece. Más en general, diluye la entidad del "caso
Rubin", que es una aberración institucional (con la implicación de uniformados,
jueces y el sistema de Justicia) y aun social (con el racismo de por medio) y no el fruto
de los caprichos de un maldito policía. En este sentido Huracán es marcadamente
hollywoodiana: amaga con cuestionar a las instituciones pero las preserva. No por
casualidad el consabido paneo por las majestuosas columnas del Palacio de Justicia
(acompañado por música gloriosa) recién llega con el fallo favorable de un
juez. Cabe preguntarse adónde estaban las "columnas de la Ley" durante los
años de injusticia.
Más interesante resulta el esfuerzo
mental de Rubin para trascender el encierro. Son bastante ilustrativas, y a la vez
poéticas, las palabras con las que describe su obsesión por "aprovechar" la
cárcel para convertirse en un "guerrero erudito", o su técnica de "dejar
de necesitar cosas de afuera para no sentirse preso". No es muy original (ya
la practicaba Buda) ni del todo eficaz, ya que Rubin se quiebra con el paso de los años.
Pero esto es inevitable: hablamos de la saludable resistencia de un hombre en condiciones
que corrompen su dignidad y su vitalidad. Y es como dice Rubin: acá sólo puede
sobrevivir el acero. Todo esto redondea una buena descripción de las cárceles...
mayormente acotada al ámbito de lo textual. Cada tanto hay situaciones emotivas,
generalmente animadas por el boxeador y el chico (la mejor de todas se presenta cuando el
fotógrafo del presidio los toma por padre e hijo). Denzel Washington redondea su trabajo
más intenso. El pequeño no está nada mal. Los actores que hacen a los canadienses,
tampoco.
Una famosa balada que Bob Dylan dedicó
a Rubin en los '70 está usada como leit-motiv en algunas instancias del drama. La
canción también se llama The Hurricane, y en su urdimbre afloran tantas buenas
intenciones como en la película de Jewison. Lo sorprendente es que Dylan dice las mismas
cosas en mucho menos tiempo. Y suena mejor.
Guillermo Ravaschino
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