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HURACAN
(The Hurricane)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Norman Jewison, con Denzel Washington, Vicellous Reon Shannon, Deborah Unger, Liev Schreiber, John Hannah, Dan Hedaya, Debbi Morgan.



The Hurricane está apoyada en una historia real. La de Rubin "The Hurricane" Carter, un boxeador que fue víctima de una de las más atroces y persistentes injusticias cometidas por la Justicia norteamericana. Corría 1966 cuando la policía de Paterson, New Jersey, lo detuvo con falsos cargos de homicidio que fueron escandalosamente  confirmados por varios jueces, condenándolo a una larguísima temporada tras las rejas. El film empieza paseándonos por las instancias que le dieron forma a la odisea. En 1963 vemos a Rubin (Denzel Washington) saboreando su instante de máxima gloria sobre un ring: la conquista de la corona mundial de la categoría Welter. En el '66 podemos ver cómo lo acusan y arrestan. (También, algo gratuitamente, cómo se convierte en un orgulloso miembro de las Fuerzas Armadas... que jamás retoma ni recuerda esa vocación.) Las secuencias que bordean el arresto son lo suficientemente explícitas como para que a nadie le queden dudas de la inocencia de Rubin Carter. Pero la película de Norman Jewison no es de suspenso. Nos invita a palpitar desde el vamos el periplo de un hombre que va preso por un crimen que no cometió. El suspenso, en todo caso, será el mismo que domina a ese hombre cada tantos meses, o años, cuando recibe a sus abogados en la celda: ¿habrá nuevo juicio? ¿Lo liberarán por fin ahora? ¿Seguirá vigente la injusticia? Claro que para que nuestro suspenso sea el suyo, antes tendremos que identificarnos poderosamente con él.

Huracán es un film ambicioso, algo que reflejan sus dos horas y media y esa suerte de estructura paralela que no se conforma con la historia larga, ardua, abarcada casi en su totalidad, del boxeador. Y la combina con la de Lesra (Vicellous Reon Shannon), un chico negro adoptado por una mujer y dos varones canadienses que, aunque son amigos, viven –y parecen funcionar– como una familia. Al igual que tantos chicos de su edad, Lesra está buscando su camino. Y un día se topa con "El decimosexto round", libro escrito por El Huracán desde su encierro. Página tras página crece la identificación del niño, quien parece ir forjando su personalidad a la vera de la historia que desgrana el reo. Y le escribe una primera carta, se la envía a la prisión. Será el comienzo de una larga amistad que acabará tornándose cuatripartita, con Lesra y sus tutores haciendo cada vez más fuerza (y trámites) para sacar a Rubin Carter de la cárcel.

Recién con aquella primera carta se integran efectivamente las historias, ya que la del chico venía pesando, engordando el metraje y restándole espesor a la figura principal. Respecto de Rubin, la primera parte del film se toma demasiado tiempo para dar cuenta de su caída en desgracia. Y no lo invierte del mejor modo. Carga las tintas, por ejemplo, en el teniente Vincent Della Pesca (Dan Hedaya), un policía que se ensaña con el protagonista prácticamente desde la cuna. Este ensañamiento es tan exagerado como inoportuno: si fue real (o si existió realmente), no lo parece. Más en general, diluye la entidad del "caso Rubin", que es una aberración institucional (con la implicación de uniformados, jueces y el sistema de Justicia) y aun social (con el racismo de por medio) y no el fruto de los caprichos de un maldito policía. En este sentido Huracán es marcadamente hollywoodiana: amaga con cuestionar a las instituciones pero las preserva. No por casualidad el consabido paneo por las majestuosas columnas del Palacio de Justicia (acompañado por música gloriosa) recién llega con el fallo favorable de un juez. Cabe preguntarse adónde estaban las "columnas de la Ley" durante los años de injusticia.

Más interesante resulta el esfuerzo mental de Rubin para trascender el encierro. Son bastante ilustrativas, y a la vez poéticas, las palabras con las que describe su obsesión por "aprovechar" la cárcel para convertirse en un "guerrero erudito", o su técnica de "dejar de necesitar cosas de afuera para no sentirse preso". No es muy original (ya la practicaba Buda) ni del todo eficaz, ya que Rubin se quiebra con el paso de los años. Pero esto es inevitable: hablamos de la saludable resistencia de un hombre en condiciones que corrompen su dignidad y su vitalidad. Y es como dice Rubin: acá sólo puede sobrevivir el acero. Todo esto redondea una buena descripción de las cárceles... mayormente acotada al ámbito de lo textual. Cada tanto hay situaciones emotivas, generalmente animadas por el boxeador y el chico (la mejor de todas se presenta cuando el fotógrafo del presidio los toma por padre e hijo). Denzel Washington redondea su trabajo más intenso. El pequeño no está nada mal. Los actores que hacen a los canadienses, tampoco.

Una famosa balada que Bob Dylan dedicó a Rubin en los '70 está usada como leit-motiv en algunas instancias del drama. La canción también se llama The Hurricane, y en su urdimbre afloran tantas buenas intenciones como en la película de Jewison. Lo sorprendente es que Dylan dice las mismas cosas en mucho menos tiempo. Y suena mejor.

Guillermo Ravaschino