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EL HOMBRE DE LA MASCARA DE HIERRO
(The Man In The Iron Mask)

Estados Unidos, 1998


Dirigida por
Randall Wallace, con Leonardo Di Caprio, Jeremy Irons, John Malcovich, Gerard Depardieu, Gabriel Byrne.



El hombre de la máscara de hierro ha reunido bajo el ala de la Metro Goldwin Mayer a un verdadero seleccionado de celebridades. El guionista de Corazón valiente, Randall Wallace, que vuelve a serlo aquí, además de debutar como realizador. El niño estrella de Titanic, Leonardo Di Caprio, que trabaja por partida doble: como el pérfido monarca Luis XIV, que regía a Francia en 1662, y como el desdichado Philippe, su hermano mellizo, que penó 6 años tras la máscara del título a causa de un complot para apartarlo de la sucesión del trono. Un cuarteto de veteranos con prestigio actoral indiscutido: Gerard Depardieu, Jeremy Irons, John Malcovich y Gabriel Byrne. Last but not least, el diseño de vestuario quedó en manos del más renombrado especialista de la gran industria, James Acheson.

El problema es que el capitán del seleccionado peca de desafinado. La "culpa", en todo caso, no es de Di Caprio, que dio lo mejor de sí a cambio de unos cuantos millones de dólares, sino de un esquema de producción que lo convocó sólo por ser la cara de Titanic y, por eso, una garantía de recaudación. Pero la flexibilidad de Di Caprio tiene sus límites, y estos fueron rebasados largamente por el rol de Luis: es evidente que no logra hacerlo malo, sino "hacerse el malo" con el rey. La trama, vagamente inspirada en la novela de Alejandro Dumas, reserva un rol central para los otros cuatro. Byrne es D'Artagnan, el mosquetero que persiste fiel al rey cuando los otros tres se empeñan en derrocarlo. Para tal fin planean rescatar al buen Philippe, acicalarlo y, en el momento oportuno, operar el cambiazo para que ocupe el sitio de su hermano vil.

Los preparativos de la empresa se llevan demasiado tiempo, es cierto, pero habilitan el lucimiento de los cuatro grandes, que extienden la premisa de Alejandro Dumas ("Todos para uno, uno para todos") al plano de la complementación actoral. Irons por fin se encontró con algo parecido al sex appeal tras la barba candado de Aramis, el cura-mosquetero. Malcovich, como Athos, acaso por primera vez pudo poner todo su temple al servicio de una causa noble, siempre ausente en los villanos que le encarga Hollywood. Y a Depardieu le calza como un guante Porthos, que se siente viejo y fofo para concretar sus tórridas fantasías amorosas, con lo que parece reírse de los roles de galán entrado en años que cumplió para unos cuantos títulos de fecha reciente.

Claro que estas performances también se encargan de subrayar el flojo desempeño de Di Caprio. Que en la piel de Philippe logra calzarse la corona, pero nunca el estupor, los miedos, las agallas vale decir la progresión del prisionero convertido en rey. Lo demás son unas cuantas frases que parecen sacadas de contexto de Corazón valiente (no así los combates, que quieren sugerir que los mosqueteros son incapaces de matar) y ciertas melodías demasiado parecidas a la que entonaba Céline Dion en los momentos culminantes de Titanic. El final está a tono con esas telenovelas en las que, tardíamente, padres e hijos se descubren por primera vez.

Guillermo Ravaschino