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PRIMER PLANORECOMIENDA

HARRY, UN AMIGO QUE TE QUIERE BIEN
(Harry, Un Ami Qui Vous Veut Du Bien)

Francia, 2000



Dirigida por Dominik Moll, con Laurent Lucas, Sergi López, Mathilde Seigner, Sophie Guillemin, Laurie Caminita, Lorena Caminita.



El misterio sobrevuela permanentemente a Harry, un amigo que te quiere bien. En especial al propio Harry (estupendo Sergi López), un treintaicincoañero con aspecto de burgués, a bordo de cupé Mercedes, con pulposa y muy sumisa rubia de pareja, que se le presenta a Michel (Laurent Lucas, que tiene algo del primer Belmondo) como un viejo compañero de la secundaria al que este, en un principio, no recuerda para nada. El encuentro acontece en plena ruta, cuando Michel, señora e hijos se aprestan a arribar al chalecito campestre a medio hacer en el que pasarán sus vacaciones.

El que sí recuerda es Harry. Y lo recuerda todo acerca del pasado de Michel, empezando por un poema que este último escribió en sus años mozos y al que Harry recita de memoria ensimismado, con admiración– cuando su propio autor casi lo tenía olvidado. Es así como, a poco de andar, unos y otros entran en confianza, y las tendremos a las dos parejas compartiendo por algunas noches el chalecito a medio hacer.

Volviendo a Harry, nunca sabremos de dónde proviene su fortuna, que le permite darse el lujo, por ejemplo, de regalarle a Michel una Mitsubishi 4 x 4 para que tire durante los cuatro días que faltan para que le arreglen el auto. Tampoco se conocerá el origen de esos gestos altaneros ni de esa sonrisita fría, displicente, autoritaria, que sustenta cada una de las otras manifestaciones de su rara, más que rara generosidad. Lo que está claro es que el destinatario de esa generosidad es Michel, siempre Michel, cuyos problemas grandes o pequeños– Harry parece dispuesto a resolver cueste lo que cueste. Y caiga quien caiga.

Hasta aquí –aproximadamente un tercio de película– tenemos un drama con sutiles toques de comedia; una mirada sobre las rutinas de la clase media (las vacaciones, la casita, los arreglos, la familia) que se va tornando ácida. Porque dichas rutinas suelen asociarse con el crecimiento, y por lo tanto con la felicidad, pero no es eso lo que surge de las poses, de las muecas, de la música envolvente, deliberadamente subrayada, en la veta del suspense. Lo que tenemos es una falsa paz de hogar destinada a quebrarse.

Y la paz se quiebra, claro está. No corresponde revelar exactamente cómo, pero sí puntualizar que Harry, y esa compulsión por "ayudar" a su amigo, están detrás de la inflexión. Y la inflexión es un violento giro, no sólo argumental sino de género, ya que el drama ácido desemboca en este punto en un periplo de terror y horror crecientes, con algo –y por momentos más que algo– de suspenso. (Menos mal, porque a esta altura la frialdad de casi todas las interpretaciones empezaba a conspirar contra la consistencia del drama, por más ácido y francés que fuese.)

La actitud de Harry crecerá, hasta convertirlo en una extraña especie de entidad: brutal y desbocadamente sobreprotectora de su amigo. Cuya vocación literaria se empeñará en desempolvar, instándolo a que escriba nuevamente a cualquier precio (como todo a lo que aspira Harry), con lo que también opera al modo de un Mecenas compulsivo y enigmático. Hay un clima de locura creciente, interpenetrante, que primero abarca a los amigos (¿es que realmente lo son?), luego a sus mujeres, y en determinado punto amenaza con tragárselos a todos, incluyendo a los niños.

Lo que pesa un poco, paradójicamente, es el misterio. La excesiva ausencia de datos sobre el origen y las motivaciones de Harry, por un lado, y sobre la extrema, llamativa facilidad de Michel para dejarse manipular, por el otro. Harry... no alcanza, creo, la estatura de gran película. Pero no deja de ser un fantástico ejercicio de estilo, de climas, de interpretaciones, de tonos. En el que las sombras de un gigante del suspenso (Alfred Hitchcock) y de un conspicuo cultor de la acidez (Claude Chabrol) se proyectan de maravillas.

Guillermo Ravaschino     


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