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EL HADA IGNORANTE
(Le Fate Ignoranti)

Italia-Francia, 2000


Dirigida por Ferzan Ozpetek, con Margherita Buy, Stefano Accorsi, Serra Yilmaz, Gabriel Garko, Erika Blanc, Andrea Renzi, Koray Candemir, Lucrezia Valia.



El nuevo film de Ferzan Ozpetek (Hamam, el baño turco) tiene, además de un título que puede resultar tan sugerente como anodino, una historia que promete mucho: una muerte trágica, una infidelidad descubierta póstumamente y un triángulo amoroso hetero-gay. El problema es que Ozpetek (quien también es uno de los guionistas del film) no cumple con todo lo que promete y, entonces, lo que podría haber sido una hermosa película se convierte, simplemente, en una cinta interesante pero también despareja.

El hada ignorante (¿quién es el hada, en realidad? That is the question) narra la historia de Antonia (Margherita Buy), una mujer de cuarentaitantos años que pierde repentinamente a Massimo (Andrea Renzi), su esposo, en un accidente de tránsito (olvidemos esa escena, por favor). Poco después, Antonia descubre entre las pertenencias de su difunto marido un cuadro con una dedicatoria amorosa. El hallazgo hace que toda esperanza de recuperar la placidez en la que transcurrían los días de Antonia antes de la muerte de Massimo se desvanezca para siempre. Obsesionada por encontrar a la mujer que fuera amante de su esposo durante siete años, Antonia maneja hasta la otra punta de Roma y, en lugar de lo que esperaba… encuentra a Michele (Stefano Accorsi). A partir de ese momento, nos involucraremos en el relato a partir de la necesidad de comprender quién era realmente Massimo, de la búsqueda de sí que Antonia inicia (“Nunca tuviste demasiada curiosidad por la vida, te casaste con tu compañero de banco”, es el derechazo que le pega en cierto round su madre) y de la relación que surge entre ella y Michele. Y nos involucraremos tanto, o casi, como los personajes mismos.

Uno de los principales logros de El hada ignorante es la reconstrucción que el director hace de los dos mundos por los que transita la historia: por un lado, la casa bien que compartían Antonia y Massimo y, por el otro, la familia que Massimo y Michele integraban: un grupo de seres que se habían elegido afectivamente y para quienes los prejuicios de edad, orientación sexual, clase social u origen parecían no existir. La música, los colores y los escenarios integran un universo simple, creíble, en el que los personajes se mueven naturalmente. Por eso es una lástima que, en un ambiente tan logrado como el de Michele, Ozpetek esquive algunos de los prejuicios más obvios… pero termine cayendo en otros: los gays que rodean a Michele (e incluso él mismo) tienen una vida más allá de la elección sexual, sí, pero parecen todos modelos de Prada. Ese es el pecado capital del film: por momentos, todo se torna superficial (o naïf) y el dolor y la confusión de los personajes en medio de situaciones tan conflictivas apenas si aparecen reflejados en la pantalla.

El director, no obstante, también logra escenas conmovedoras y de gran sinceridad. En eso tienen tanto mérito el guión y el significado simbólico que adquieren en él ciertos objetos (el vaso y el libro, pero también la mesa compartida), como la calidad que entregan Buy y Accorsi (El ultimo beso) para interpretar los roles principales (ella mejor que él, en mi opinión). Los ojos enormes de Margherita Buy acusan, una y otra vez, la conmoción que invade a Antonia ante cada nuevo descubrimiento de Máximo, del mundo, y de sí misma. Y, de a ratos, el espectador tiene esa misma suerte.

Analía Crivello      


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