El nuevo
film de Ferzan Ozpetek (Hamam, el baño turco) tiene, además de un
título que puede resultar tan sugerente como anodino, una historia que
promete mucho: una muerte trágica, una infidelidad descubierta póstumamente
y un triángulo amoroso hetero-gay. El problema es que Ozpetek (quien también
es uno de los guionistas del film) no cumple con todo lo que promete y,
entonces, lo que podría haber sido una hermosa película se convierte,
simplemente, en una cinta interesante pero también despareja.
El hada
ignorante
(¿quién es el hada, en realidad? That is the question) narra la
historia de Antonia (Margherita Buy), una mujer de cuarentaitantos años que
pierde repentinamente a Massimo (Andrea Renzi), su esposo, en un accidente
de tránsito (olvidemos esa escena, por favor). Poco después, Antonia
descubre entre las pertenencias de su difunto marido un cuadro con una
dedicatoria amorosa. El hallazgo hace que toda esperanza de recuperar la
placidez en la que transcurrían los días de Antonia antes de la muerte de
Massimo se desvanezca para siempre. Obsesionada por encontrar a la mujer que
fuera amante de su esposo durante siete años, Antonia maneja hasta la otra
punta de Roma y, en lugar de lo que esperaba… encuentra a Michele (Stefano
Accorsi). A partir de ese momento, nos involucraremos en el relato a partir
de la necesidad de comprender quién era realmente Massimo, de la búsqueda de
sí que Antonia inicia (“Nunca tuviste demasiada curiosidad por la vida, te
casaste con tu compañero de banco”, es el derechazo que le pega en cierto
round su madre) y de la relación que surge entre ella y Michele. Y nos
involucraremos tanto, o casi, como los personajes mismos.
Uno de los principales logros
de El hada ignorante es la reconstrucción que el director hace de los
dos mundos por los que transita la historia: por un lado, la casa bien
que compartían Antonia y Massimo y, por el otro, la familia que Massimo
y Michele integraban: un grupo de seres que se habían elegido afectivamente
y para quienes los prejuicios de edad, orientación sexual, clase social u
origen parecían no existir. La música, los colores y los escenarios integran
un universo simple, creíble, en el que los personajes se mueven
naturalmente. Por eso es una lástima que, en un ambiente tan logrado como el
de Michele, Ozpetek esquive algunos de los prejuicios más obvios… pero
termine cayendo en otros: los gays que rodean a Michele (e incluso él mismo)
tienen una vida más allá de la elección sexual, sí, pero parecen todos
modelos de Prada. Ese es el pecado capital del film: por momentos, todo se
torna superficial (o naïf) y el dolor y la confusión de los personajes en
medio de situaciones tan conflictivas apenas si aparecen reflejados en la
pantalla.
El
director, no obstante, también logra escenas conmovedoras y de gran
sinceridad. En eso tienen tanto mérito el guión y el significado simbólico
que adquieren en él ciertos objetos (el vaso y el libro, pero también la
mesa compartida), como la calidad que entregan Buy y Accorsi (El ultimo
beso) para interpretar los roles principales (ella mejor que él, en mi
opinión). Los ojos enormes de Margherita Buy acusan, una y otra vez, la
conmoción que invade a Antonia ante cada nuevo descubrimiento de Máximo, del
mundo, y de sí misma. Y, de a ratos, el espectador tiene esa misma suerte.
Analía Crivello
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