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HACE MUCHO QUE TE QUIERO
(Il Y A Longtemps Que Je T'aime)

Francia-Alemania, 2008


Dirigida por Philippe Claudel, con Kristin Scott Thomas, Elsa Zylberstein, Serge Hazanavicius, Laurent Grévill, Claude Johnston, Frederic Pierrot.



La Ausente, triste y digna, se mueve como si no existiera y sólo mira a los ojos cuando no la ven, temerosa de que alguien descubra en los suyos los recovecos de un pasado lacerante, de una vida desbarrancada. La Ausente es la actriz británica Kristin Scott Thomas que es Juliette, una médica condenada a quince años de prisión por el asesinato de su propio hijo recién salida de la cárcel. La Ausente tiene una hermana, Léa (Elsa Zylberstein), que era apenas una adolescente cuando Juliette fue enjuiciada, y en cuyo hogar se instala. Desgarbada y desmaquillada, la Ausente trata a la familia de su hermana (su levemente incomprensivo esposo, el padre de éste, enmudecido por un derrame cerebral y de constante sonrisa imbécil, y dos pequeñas niñas vietnamitas que la pareja adoptó como propias) con una distancia y una frialdad incómodas, con silencios casi totales. En ella recae el enorme peso de la condena social, y sus intentos de conseguir trabajo se revelan inútiles. Pero pronto el calor de la familia la devolverá paulatinamente a la vida, y sus ojos empezarán a encontrar los de los otros, en particular los de un colega de su hermana culto y comprensivo y los de un solitario policía que sueña con cursos de agua y con descubrir la fuente del río Orinoco.

Kristin Scott Thomas, en un francés con marcado acento inglés, compone un personaje muy cercano –acaso menos hermético– a la mujer sin cabeza de María Onetto en el film de Lucrecia Martel. Su presencia en el cuadro es insoslayable, pero apenas es percibida por quienes la rodean. Sin embargo, ahora está allí, ocupando un espacio en el mundo. Y la paradoja se completa: la mujer invisible en la prisión del Estado y la cárcel de su mente de repente se hace presente (en el sentido espacial y temporal del término) y todos hablan de ella. A medida que Juliette comienza a desenvolverse, su presencia en el mundo deviene real... pero menos contundente y verdadera frente a la cámara. Su vestimenta se vuelve colorida y el novelista devenido director debutante Philippe Claudel nos comienza a aburrir con distracciones triviales, secuencias superfluas, secundarios irrelevantes. Con frecuencia las escenas se cortan demasiado pronto, obviando el intenso efecto que las pocas palabras que emite Juliette provocan en sus interlocutores. La chatura de la puesta en escena evoca peligrosamente al telefilm de manual típico del canal Hallmark, con diálogos resueltos en planos/contraplanos pesados en literalidad; con fueras de campo inexistentes. Ese es el verdadero tour-de-force de Scott Thomas: crear con interpretación, mesura y silencio un fuera de campo (el misterio que yace en su mente, en su soledad existencial) del que el film está absolutamente desprovisto.

Y aun si Philippe Claudel maneja torpemente el lenguaje cinematográfico, sobresale, en su atención a los detalles, como un buen narrador. Sin embargo, la película termina pareciendo demasiado novelada. Es ese exceso de literalidad, sumado a la proliferación desmedida de personajes y situaciones accesorias y una música incidental innecesariamente “emotiva”, lo que termina hundiendo una película que, si se hubiese apoyado más en la observación y menos en la retórica literaria, podría haber sido un potente y sensitivo estudio sobre la culpa y la soledad que ésta acarrea. Juliette, Léa y esas grandes actrices que son Kristin Scott Thomas y Elsa Zylberstein se merecían un mejor film (o, al menos, un poco más de cine).

Hacia el final, una revelación azarosa y traída de los pelos neutralizará todo posible vestigio de misterio y sugestión. Y como el Matanza-Riachuelo y su destino fatal, Hace mucho que te quiero termina desembocando en las podridas aguas de la (sobre)explicación y las convenciones melodramáticas made in Hollywood, con redención incluida. “Explicar es buscar excusas” –dice la Ausente en el monólogo final entre sollozos a su hermana, en el momento más Hallmark de la película– “... la muerte no tiene excusas”.

Claudel debería haber prestado más atención a sus tristes y bellas criaturas.

Hernán Ballotta      


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