Gigolo por accidente es el producto de una asociación amistoso-comercial de esas
que pueblan el variopinto universo de la industria cinematográfica estadounidense. La
integran Adam Sandler (el de Un papá genial), Rob Schneider y media docena de
amigos que se intercambian los roles (director, actor, guionista) en cada película. El
título original de esta, Deuce Bigalow: Male Gigolo, sugiere que es la primera
de una saga destinada a imponer a Deuce Bigalow tal el nombre de su personaje
principal como una marca. Ya pasó con Ace Ventura, el detective de animales
interpretado por Jim Carrey, y con muchos otros nombres-marca de los que es difícil
acordarse. Por algo será. Todas estas películas responden a un denominador común: son
muy baratas, se escriben rápido, se filman rápido y aspiran a recuperar la inversión
con la misma rapidez. También tienen algo en común con las aventuras políticas: suelen
ser mucho más divertidas para los que las hacen que para los que las pagan. Es decir, los
que las ven.Las palabras del propio Schneider
que figuran en las gacetillas de prensa resumen adecuadamente la anécdota: "siempre
quise hacer un film sobre alguien que se queda a cuidar la casa de un gigoló". Y se
le hizo: su Deuce Bigalow (en la foto) es uno de esos jóvenes alegres y bobalicones a los
que les cuesta conseguir mujeres y trabajo. Hasta que un día conoce a un prostituto
refinado (¡aunque el actor que lo compone es bruto!) que tiene que emprender un viaje, y
lo deja a cargo de su estupenda casa frente al mar.
Antes de terminar de acomodarse en la butaca uno ya
se ve venir dos cosas. 1) El bobalicón va a destrozar la casa del ramero. 2) El
bobalicón va a aprovechar la ausencia del ramero para reemplazarlo en sus
labores. Esto es todo lo que ocurre, aunque sería injusto desechar a una comedia como
esta por lo remanido o minúsculo de su argumento. Es más: durante los primeros minutos
hasta se le agradece, ya que el desprecio por la historia propiamente dicha es tal que
hace pensar que toda la energía se concentró en las chistes. El problema es que los
chistes son tan remanidos y minúsculos como el argumento. Con el agravante de que la
mayor parte de ellos gira en torno de las deficiencias físicas y psicológicas de las clientas
del improvisado gigoló. Las hay obesas, ciegas, cojas, epilépticas, elefantiásicas y
narcolépticas.
Uno de los riesgos que se corren al ver una comedia
como esta es hacerlo en un mal día: por mejores que sean los chistes, nadie se ríe
cuando está de mal humor. Juro que esa mañana amanecí de maravillas. Y el único chiste
bueno de la película (la narcoléptica se queda dormida al arrojar una bola de bowling,
que la arrastra sobre la pista) me dio mucha risa. Lo demás son pedos, eructos y una
pizca de corrección política (no fuera cosa que la Asociación de cojas interpusiera una
denuncia contra la producción).
Hay algo que todavía podía salvar a una comedia
como esta: la gracia y el carisma del protagonista. Pero faltaron a la cita.
Guillermo Ravaschino
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