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GIGOLO POR ACCIDENTE
(Deuce Bigalow: Male Gigolo)

Estados Unidos, 1999


Dirigida por Mike Mitchell, con Rob Schneider, William Forsythe, Eddie Griffin, Arija Bareikis, Oded Fehr, Richard Griele, Gail O' Grady.



Gigolo por accidente es el producto de una asociación amistoso-comercial de esas que pueblan el variopinto universo de la industria cinematográfica estadounidense. La integran Adam Sandler (el de Un papá genial), Rob Schneider y media docena de amigos que se intercambian los roles (director, actor, guionista) en cada película. El título original de esta, Deuce Bigalow: Male Gigolo, sugiere que es la primera de una saga destinada a imponer a Deuce Bigalow –tal el nombre de su personaje principal– como una marca. Ya pasó con Ace Ventura, el detective de animales interpretado por Jim Carrey, y con muchos otros nombres-marca de los que es difícil acordarse. Por algo será. Todas estas películas responden a un denominador común: son muy baratas, se escriben rápido, se filman rápido y aspiran a recuperar la inversión con la misma rapidez. También tienen algo en común con las aventuras políticas: suelen ser mucho más divertidas para los que las hacen que para los que las pagan. Es decir, los que las ven.

Las palabras del propio Schneider que figuran en las gacetillas de prensa resumen adecuadamente la anécdota: "siempre quise hacer un film sobre alguien que se queda a cuidar la casa de un gigoló". Y se le hizo: su Deuce Bigalow (en la foto) es uno de esos jóvenes alegres y bobalicones a los que les cuesta conseguir mujeres y trabajo. Hasta que un día conoce a un prostituto refinado (¡aunque el actor que lo compone es bruto!) que tiene que emprender un viaje, y lo deja a cargo de su estupenda casa frente al mar.

Antes de terminar de acomodarse en la butaca uno ya se ve venir dos cosas. 1) El bobalicón va a destrozar la casa del ramero. 2) El bobalicón va a aprovechar la ausencia del ramero para reemplazarlo en sus labores. Esto es todo lo que ocurre, aunque sería injusto desechar a una comedia como esta por lo remanido o minúsculo de su argumento. Es más: durante los primeros minutos hasta se le agradece, ya que el desprecio por la historia propiamente dicha es tal que hace pensar que toda la energía se concentró en las chistes. El problema es que los chistes son tan remanidos y minúsculos como el argumento. Con el agravante de que la mayor parte de ellos gira en torno de las deficiencias físicas y psicológicas de las clientas del improvisado gigoló. Las hay obesas, ciegas, cojas, epilépticas, elefantiásicas y narcolépticas.

Uno de los riesgos que se corren al ver una comedia como esta es hacerlo en un mal día: por mejores que sean los chistes, nadie se ríe cuando está de mal humor. Juro que esa mañana amanecí de maravillas. Y el único chiste bueno de la película (la narcoléptica se queda dormida al arrojar una bola de bowling, que la arrastra sobre la pista) me dio mucha risa. Lo demás son pedos, eructos y una pizca de corrección política (no fuera cosa que la Asociación de cojas interpusiera una denuncia contra la producción).

Hay algo que todavía podía salvar a una comedia como esta: la gracia y el carisma del protagonista. Pero faltaron a la cita.

Guillermo Ravaschino