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    Albertina Carri no 
    deja de asombrar. De un comienzo promisorio aunque algo arduo con No 
    quiero volver a casa, pasó al cortometraje erótico con muñecos en 
    Barbie también puede estar triste, y a otro corto, Aurora, una 
    fotonovela fílmica desopilante. Su consagración llegó con Los rubios, 
    un documental que revolucionó el género, marcando un punto de inflexión por 
    su brillante concepción del documental con recursos y apelaciones de y hacia 
    la ficción. Ya es un lugar común afirmar que Los rubios marca un 
    antes y un después en la historia del documental argentino. En su último 
    opus, Géminis, vuelve a la ficción pero de la manera más clásica, con 
    un melodrama de corte costumbrista que narra linealmente la historia de un 
    amor prohibido.
 Retrato 
    de una familia de la burguesía acomodada cuyos hijos ocultan un amor 
    incestuoso, el film configura en cierto modo el retrato de una sociedad de 
    apariencias, con su negación a ver la realidad, sus pretensiones banales, su 
    indiferencia e hipocresía. Meme y Jere (los debutantes María Abadi y Lucas 
    Escáriz) han sabido ocultar su amor hasta que el hermano mayor regresa de 
    España para presentar a su esposa a parientes y amigos en un simulacro de 
    boda. Entonces se revela la clave del film: la madre no debe enterarse de lo 
    que está sucediendo en su propia casa, aunque todo ocurra a puertas 
    abiertas. En el título, Carri evoca con libertad el mito de los hermanos 
    dioscuros Cástor y Pólux para narrar una historia que remite a los orígenes 
    arquetípicos y a la formación del tabú. Y lo realiza desde el 
    distanciamiento: nunca presenta una reflexión sobre esa pasión casi natural 
    entre hermanos, ni interpretaciones o explicaciones psicológicas, ni una 
    condena moral, ni una justificación. Sí cierta impúdica complicidad. Mucho 
    más importante es la crítica al tipo de institución familiar matriarcal y 
    endogámica, en la cual la madre pretende mover todos los hilos frente a la 
    prescindencia absoluta de un padre casi ausente. Es éste el tema que 
    atraviesa toda la filmografía de Carri: el retrato de la familia quebrada. 
    En esta oportunidad resulta obvio su acercamiento al cine de Lucrecia 
    Martel. Carri y 
    Guillermo Nieto manejan con inteligencia la cámara por pasillos y escaleras, 
    circulando por los meandros familiares. Sabe llevar la narración seca, 
    tensa, que va creando un clima de densidad y una presión que busca su 
    momento de explosión. Sin embargo, añoramos la temeridad, la creatividad 
    osada de sus films anteriores. Y por cierto, algunos detalles hacen
    ruido: la larga escena en que los hermanos están drogados, un grueso 
    chiste televisivo y un final que cae en picada al vacío con explicaciones 
    innecesarias. También hubiera sido interesante profundizar la línea de los 
    celos del tercer hermano, insinuados en un momento clave del film. Cristina 
    Banegas como la madre (estamos corriendo el peligro de congelar el 
    estereotipo de la grande dame argentina en decadencia con el vasito 
    de alcohol en la mano) repite el personaje que vimos en Animalada y 
    que tan buenos réditos le diera en la serie de televisión "Vulnerables". Es 
    una lástima que la encasillen, porque basta ver su actuación teatral en "La 
    señora Macbeth" para apreciar la diversidad y amplitud de sus registros 
    expresivos. La escena del clímax, por otra parte, si bien resulta 
    teatralmente contundente con su aura de tragedia griega, y un tour de 
    force interpretativo, quiebra de manera absoluta el tratamiento de 
    prescindencia emotiva que tenía el film. Algo 
    está sucediendo con las segundas y terceras (en algún caso cuartas) 
    películas de los directores que surgieron últimamente. Salvo Lucrecia Martel 
    y Lisandro Alonso (sus segundas películas, si bien no llegaron al nivel de 
    las primeras, también fueron excelentes), parecería que los nuevos cineastas 
    retrocedieron un paso, tal vez asustados por un éxito que no imaginaron. 
    Monobloc de Luis Ortega, Después del mar de Adrián Caetano son, 
    como Géminis, películas que no satisfacen las expectativas derivadas 
    de su obra previa. Josefina Sartora      
    
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