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EL GANADOR
(The Winner)

Estados Unidos, 1996


Dirigida por Alex Cox, con Rebecca De Mornay, Vincent D’Onofrio, Michael Madsen, Delroy Lindo, Billy Bob Thornton.



Las Vegas es el escenario. Un irredimible looser, bastante bobo encima, llamado Philip (Vincent D'Onofrio), dispara la trama cuando descubre que los domingos son su día de suerte infalible. Pero los dados y la ruleta del Pair-A-Dice, un casino de medio pelo, no le sonríen tanto como Louise (Rebecca De Mornay), la rubia despampanante que anima las veladas del local con sus curvas y su canto (las cuerdas vocales de De Mornay vibran mejor de lo esperado). Louise tiene una deuda de 50 mil dólares con Kingman (Delroy Lindo), propietario del boliche y especie de sombrío filósofo de la escuela Vegas: "Los perdedores se pierden solos, a los ganadores hay que ponerlos de rodillas", le dice a su lugarteniente, como para que el público sepa qué es lo que le espera a Philip antes del próximo domingo. La frase también interpreta el espíritu de los parásitos que se pegan al dinero fácil del protagonista. Louise en primer lugar, quien le propone matrimonio apenas apagados los jadeos del primer coito sobre el piano del Museo Liberace –ese templo del kitsch–, sin otro fin que cancelar su abultada deuda.

El despacho de Kingman, de colores lúgubres y saturados, remeda a la cabina del capitán Nemo y es la primera pista de la estilización con que Alex Cox (Sid y Nancy, Repoman) marcó a fuego a El ganador. Después desfilarán, uno por uno, los rasgos característicos de esta nueva etapa del realizador (también signada por La muerte y la brújula, versión surrealista del relato borgeano aún no estrenada en Buenos Aires): tomas largas, planos con gran angular contrapicado, una partitura que combina el rock con acordes típicos del género terrorífico y, acaso el toque más insólito, una tendencia a esquivar a toda costa el plano/contraplano, que deriva en permanentes saltos tímidos (cortes entre imágenes muy similares) de los interlocutores siempre enlazados en una misma imagen por la cámara. Por el lado dramático hay un claro intento de golpear por acumulación.

A saber: a Philip también lo empieza a asediar un muchachón con jopo a la Elvis, y hasta su proplo hermano (Michael Madsen, el de Los perros de la calle, que parece que no puede sacarse de encima esas camperas negras). Este personaje cae un día por la casa con un enorme paquete. "Vengo con papá", le dice a Philip, y lleva a cuestas el cadáver del progenitor en una bolsa de dormir. Sucedé que a papá lo liquidó un matón de Kingman, con lo que las cosas se complican todavía más. Lenta, previsiblemente, esta y otras truculencias ablandarán el corazón de Louise.

Pese a todas sus peculiaridades –y a decir verdad, gracias a ellas– The Winner no deja de ser un thriller ligero, saltarín, por momentos histérico. Con personajes chatos y tímidos esbozos humorísticos. Que acaban revelándose como la mejor manera de disimular la ausencia de emoción, esa que brillaba en Sid y Nancy, la biografía libre del líder de los Sex Pistols que sigue siendo la mejor película de Cox, y ahora parece tan distante.

Guillermo Ravaschino