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    ¿Qué tiene 
    que ver Funny Ha Ha, película independiente del estadounidense Andrew 
    Bujalski sobre unos veinteañeros de Maine en plena construcción de su 
    adultez, con la clásica serie de televisión llamada Dimensión desconocida, 
    pieza clave en la historia del género fantástico más popular e inteligente? 
    El sentido común indicaría que nada, y a mí jamás se me hubiera ocurrido 
    comenzar esta crítica intentando vincular objetos culturales aparentemente 
    tan disímiles si no fuera porque uno de los personajes de la película hace 
    mención al programa mientras conversa con una chica. El comentario parece 
    casual pero no lo es, y ese es uno de los méritos de esta gran película: 
    hacernos creer que lo que vemos sucede por que sí, que la cámara no existe, 
    que nadie intervino sobre la realidad para mostrarnos lo que aparece en la 
    pantalla como si fuera lo que vemos todos los días. 
    
    En otra de las 
    conversaciones que sostienen los personajes, ocurrida acaso tres o cuatro 
    minutos antes de la citada, una chica le dice a su interlocutora lo mucho 
    que le gusta un chico y le cuenta el temor que tiene a exponerse de nuevo, a 
    lo que aquella responde, luego de animarla a no ocultar sus sentimientos, 
    con la siguiente frase: "Nunca sabemos qué puede pasar." Esa declaración 
    también dicha sin énfasis tiende la sinapsis que nos permitirá tejer uno de 
    los vínculos posibles entre Funny Ha Ha y Dimensión desconocida, 
    para darnos cuenta de que no hay entre ellas una distancia tan grande como 
    la que podíamos suponer. En el universo Bujalski, al igual que en el de la 
    mítica serie, se tiene la sensación de que todo puede pasar (lo que no es 
    igual a decir que puede pasar cualquier cosa), de que en ese marco dramático 
    autónomo y preciso, siempre hay espacio para la sorpresa, el libre cambio de 
    ideas, emociones y recursos cinematográficos varios. 
    
    Lo dicho hasta 
    ahora podría hacer pensar que la palabra tiene un papel preponderante en el 
    desarrollo de Funny Ha Ha, pero no es tan así pues la mayor parte de 
    las veces en que los personajes se ponen a conversar no transmiten demasiada 
    información. Lo que Bujalski filma, en realidad, es el impulso que los hace 
    ir hacia el otro sin un discurso preparado de antemano, y el natural 
    balbuceo posterior a dicho impulso. El fulgor sonoro de la frase 
    interrumpida, más que su valor semántico. Los muchachos de Funny Ha Ha 
    se abordan entre sí aunque no sepan exactamente qué van a decirse ni cómo, y 
    es conmovedor verlos tirarse a la pileta sin medir demasiado cuánta agua hay 
    en ella pero también sin sacarse toda la ropa, sin animarse a quedar por 
    completo desnudos. Es que al momento en que Bujalski los filma todos ellos 
    han cursado la universidad, se independizaron de su familia, tiene o buscan 
    una pareja más o menos estable y se preguntan, sin formularlo abiertamente, 
    adónde irán a parar con el tiempo o, más serio aun, adónde diablos habrán de 
    ponerlos las decisiones que ellos mismos comienzan a tomar. 
    
    Marnie vuelve a 
    pensar en Alex cuando se entera de que éste se ha separado de Susan. Sale a 
    comer con Dave y su novia, le cuenta a ésta lo que siente, aparece la 
    hermana de Alex y percibe lo que le pasa. Algunos planos más tarde Alex 
    llama a Marnie para decirle que no cree que sea buen momento para empezar 
    una relación (allí nos damos cuenta que la elipsis evitó que oyéramos a la 
    hermana de Alex contándole lo que Marnie sentía por él), pese a lo cual 
    salen juntos unos días después. Marnie empieza a trabajar temporalmente en 
    una oficina y Mitchell, un compañero no precisamente agraciado, la invita a 
    salir. Más tarde, mientras participa de una fiesta en casa de Dave, éste la 
    acompaña hasta su auto, la besa, le dice cuánto le gusta y se va cuando 
    Marnie le recuerda que su novia lo espera adentro de la casa. Al tiempo 
    consigue, por medio de Alex, un trabajo estable como ayudante de un profesor 
    de religión. Cuando va a agradecérselo, se entera de que Alex se ha casado 
    sorpresivamente con Susan. Entonces vuelve a salir con Mitchell: ninguno de 
    los dos lo disfruta especialmente. Se cruza con Alex después de unas semanas 
    y quedan en verse para conversar. La última secuencia los junta una tarde de 
    sol en un parque. Hablan pavadas, se ríen, le gastan bromas a unos 
    muchachos. El plano final –repentino, justo, hermoso– cierra sobre el sol en 
    la cara de Marnie. 
    
    
    La enumeración de situaciones podría continuar indefinidamente y debo 
    confesar que estoy sorprendido de haber escrito el párrafo anterior sin el 
    más mínimo tedio, poco afecto como soy a la descripción argumental de las 
    películas. Pero la fluidez con que suceden las cosas en Funny Ha Ha 
    es contagiosa. La película termina y uno sabe que podrían continuar 
    compartiendo esas vidas, siempre con la de Marnie como centro, por dos o 
    tres horas más sin aburrirnos. Es que se percibe a un grupo de amigos detrás 
    de la ficción (hecho que se confirma al ver Mutual Appreciation, 
    recientemente proyectada en el Festival de Mar del Plata), una comunidad no 
    profesional –entendida como no contratada– de gente que se ha unido detrás 
    de un proyecto que los retrata sin renunciar a la búsqueda de un lenguaje 
    cinematográfico propio, sin olvidar que toda representación es artificio y 
    responde mejor a la idea de transformación, así parezca mínima, que a la de 
    reproducción. Con sólo un par de películas, Andrew Bujalski demuestra que 
    domina el oficio y que piensa la puesta en escena como un espacio no 
    clausurado por el guión y la planificación previa a la película. Las dos que 
    ha filmado inscriben la espontánea tensión del presente en la piel del 
    espectador y nos hacen pensar en el futuro con una dosis parecida de 
    vértigo, alegría y aprensión. Como pasa con las cosas que no están 
    resueltas. Como pasa con todas las cosas. 
    Marcos Vieytes      
    
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