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LA FUERZA DEL CORAZON
(Haut Les Coeurs)

Francia-Bélgica, 1999


Dirigida por Solveig Anspach, con Karin Viard, Laurent Lucas, Claire Wauthion, Julien Cottereau, Philippe Duclos, Charlotte Clamens.



Este tipo de film plantea una pregunta obvia, que debería formularse seriamente tanto el guionista como el director antes de abordar un tema semejante: ¿vale la pena mostrar esto tan terrible si no puedo evitar el mero melodrama? Si nos referimos a films esencialmente mentirosos como La fuerza del cariño, o Love Story, ahorramos discusiones porque los sabemos productos para el llanto fácil. "Las de llorar" no buscan calidad sino inflamación en las conjuntivas de los espectadores, y los espectadores a los que apuntan acceden con gusto al desafío. Un juego más o menos honesto, podría decirse. Ocurre lo mismo con los films de acción de clase B, de artes marciales, de terror, etc. Ahora, La fuerza del corazón, a pesar de tener un título nada sutil (en francés, Arriba los corazones), intenta otorgarle calidad a un argumento que en manos de un manipulador inescrupuloso podría haber resultado aterrador: a una mujer joven, embarazada y feliz de estarlo... le diagnostican cáncer de mamas. El dilema es: operarse y perder el bebé o empezar la quimioterapia y apostar a un nacimiento de resultados imprevisibles.

La directora Solveig Anspach trató conscientemente de evitar lugares comunes y golpes bajos durante el desarrollo de la historia. El problema, o la contradicción, es que la propia historia es un golpe bajo.

Siendo Anspach documentalista de profesión, y siendo éste su primer largo, se puede comprender su afán por internarse de lleno en cualquier tema, sin importar su dureza. Puede aceptarse que un documentalista ponga el énfasis en la investigación y en sus resultados informativos y aleccionadores, pero la ficción tiene otras reglas, se crea un mundo cada vez y la manera en que el director muestra ese mundo es siempre estética y moral.

Para ejemplificar las diferencias, durante los títulos de La fuerza del corazón vemos la tomografía de un bebé moviéndose en el vientre de la madre, mientras ésta y su marido observan deleitados; a los cinco minutos aparece un médico que palpa a la mujer y nos enteramos –con ella– que quizá tengan que extirpar el feto con una césarea para empezar la quimio al día siguiente. No sabemos qué efecto quiso provocar la directora con esas primeras imágenes, si algo poético o metafórico, lo cierto es que uno lo asocia más con el comienzo de Tiburón y su amenazante subjetiva bajo el agua que con algún alegato en favor de la vida. Digamos que este tipo de ideas no son precisamente una vuelta de tuerca al melodrama. Y así hay millones, eso sí, siempre con un toque de distinción muy francés: distanciamiento de los personajes y situaciones y una cotidianidad que intenta dejarnos algo de aire mientras asistimos a una madre que no sólo no sabe si va a serlo, si no que no sabe si va a estar viva o muerta antes o después de ser madre. El estilo documental no sirve en este contexto, ya que lo que se muestra aquí es una ficción y todo es recreado. Por más que se extraigan datos de la realidad estamos asistiendo a una representación, y eso responsabiliza a la directora, para bien o para mal, de lo que muestra, como cuando vemos a la protagonista mirando asustada, al entrar por primera vez al hospital, a chicos pelados y demacrados por el cáncer, o a enfermos terminales que lloran solitariamente en sus camas.

Es casi universal y absoluta la consigna de que lo que importa no es el tema sino el tratamiento, lo problemático en La fuerza del corazón es que toma como único argumento una enfermedad terminal, y sólo a partir de ahí a la mujer y a su hijo; es decir, la enfermedad termina intoxicando a la historia. Es tan límite la situación que no hay mucho lugar para metáforas o sugerencias. La naturalista puesta en escena, lo más sano de la película, no puede evitar lo que la misma directora, a pesar de todo, tampoco pudo: el liso y llano melodrama.

Julián Monterroso     


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