Enrique Piñeyro siente pasión por los aviones. Y en particular, por (el tema
de) la inseguridad de los mismos. En 2004 había realizado Whisky Romeo
Zulu, sobre el anunciado accidente del avión WRZ de LAPA, a
consecuencia de fallas que él había denunciado como ex piloto de la
compañía. Piñeyro ha sabido combinar su trabajo de piloto con el de hombre
de cine, porque fue también productor y actor de Garage Olimpo y
Esperando al Mesías, entre otras.
En su
opera prima ficcionalizaba un hecho real, y en este segundo largometraje
elige documentar el estado de precariedad que vive la aviación civil
argentina, controlada y supervisada en su totalidad por la Fuerza Aérea, que
tiene una actitud mucho más que negligente. Valiéndose del recurso de la
cámara oculta, Piñeyro se introduce en las torres de control y obtiene
declaraciones alarmantes de los protagonistas de los controles de vuelo
sobre el estado deplorable de esas cabinas: radares que no funcionan,
censores que no existen, operadores que no saben hablar un inglés elemental
para comunicarse con los pilotos de líneas extranjeras, la lista es larga.
Por su parte, el director –que nuevamente cobra protagonismo– explica a
cámara las condiciones y el estado de las pistas de aterrizaje, los aviones
y sus pilotos: las deficiencias del avión de LAPA habían sido detectadas y
documentadas varias veces durante el año previo al accidente, los pilotos no
toman los descansos imprescindibles... todo habla del estado deplorable,
peligrosísimo, de la aviación comercial. Y todo ocurre ante la mirada
sospechosamente indiferente de los militares que deberían velar por la
seguridad de la población, y a quienes una y otra vez señala inmersos en la
corrupción.
Pero
estamos hablando de aviones, no de cine. Este es el problema del film:
Piñeyro olvida que quiere hacer cine, y logra una entrevista larga, muy
didáctica, con un despliegue de producción que incluye maquetas,
gigantografías, digitalización, pero que obedece más a los cánones
televisivos que a los cinematográficos. Se podría haber puesto todo por
escrito, con algunos dibujos, sin modificar el mensaje. Comprendemos que en
su film anterior haya elegido la ficción: allí se lo sentía más cómodo, más
cinematográfico.
Hay
momento patéticos, que podrían pertenecer a la comedia pero se acercan más
al cine de terror, como la anécdota del avión de Lufthansa al que le pasó
rozando un cohete disparado por error en un ejercicio de tiro, o la
grabación de las conversaciones entre pilotos y operadores de vuelo. Entre
1997 y 1999 murieron 142 personas en accidente aéreos en Argentina. Y el
problema no acaba allí: la Fuerza Aérea también hace ojos ciegos ante el
tráfico de armas y de droga que pasa por los aeropuertos. Es de esperar que
al menos el film cumpla con el objetivo que trasunta toda la obra de
Piñeyro, que es motivar un cambio radical en la aeronáutica.
Quiso el
destino que Fuerza Aérea Sociedad Anónima tuviera estreno el mismo
día que Vuelo 93, en la que también los aviones devienen armas
mortales, basada en hechos reales, ficcionalizados. Pero Vuelo 93 es
cine puro, desde sus códigos, su acción y su ritmo, sin importar que varios
de sus intérpretes sean los personajes reales. En este documental, en
cambio, el cine está ausente.
Josefina Sartora
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