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LAS ESTAFADRORAS
(Heartbreakers)

Estados Unidos, 2001


Dirigida por David Mirkin, con Sigourney Weaver, Jennifer Love Hewitt, Ray Liotta, Jason Lee, Gene Hackman, Anne Bancroft.



Las estafadoras era un proyecto con grandes chances de convertirse en algo más que otra película de Hollywood. Y no por el hecho de contar con un elenco en el que brillan Gene Hackman, Sigourney Weaver y Anne Bancroft junto con actores no tan gratos como el simpático pero apenas correcto Jason Lee (Casi famosos), Jennifer Love Hewitt ( la chica perseguida por el asesino del garfio en Sé lo que hicieron el verano pasado y protagonista de las series Party Of Five y Time Of Your Life) y Ray Liotta (con sobredosis permanente desde Buenos Muchachos). El que despertaba muchas expectativas era el director David Mirkin, productor ejecutivo de la ácida y corrosiva teleserie Los Simpson, por la que ganó tres Emmy. Incluso el argumento, que cuenta la historia de Max (Weaver) y su hija Page (Love Hewitt), quienes estafan a hombres millonarios casándose con ellos para engañarlos y deciden dar un último gran golpe antes de liquidar su asociación, guardaba un gran parecido con el último episodio de Los Simpson emitido días pasados por Fox, en el que Bart y Homero se convierten en estafadores profesionales para poder reparar el auto de la familia y, de paso, vengarse de la justicia divina.

Pero ahí se acaban los parecidos y la posibilidad de estar frente a un film diferente. Porque Mirkin no se atrevió a dejar plantada su huella en la historia, como si todo su atrevimiento y audacia hubieran sido absorbidos por la pantalla chica. Tras los primeros minutos, en los que el film parece querer romper con lo establecido, se encamina barranca abajo hacia una rutina ineficaz, plena de lugares comunes y, por momentos, al borde del ridículo.

La excepción es William Tensy, el personaje interpretado por Hackman, último pez gordo a cazar por el dúo de delincuentas, dueño de una compañía tabacalera y fumador empedernido. Capaz de llamar nazi a otra persona porque no lo deja fumar a medio metro de una pintura o de narrar sonriente los experimentos que emprende su compañía con niños de nueve años, William es el elemento cínico, feroz, por el que trata de manifestarse el director. Mediante este divertido millonario, Mirkin no critica a los fumadores, ni se detiene en las tabacaleras. Apunta a las corporaciones en general, que controlan permanentemente los gustos y opiniones de la población. Por algo Tensy posee más de una característica de Mr. Burns, el jefe de Homero.

Pero en cuanto ese rico personaje desaparece, la película pone rumbo a un desenlace penosamente estirado, con varias vueltas de tuerca destinadas al cierre correcto que prescriben los cánones americanos, según los cuales el amor y la familia prevalecen. Y el espectador, que aguardaba desesperadamente un nuevo giro que le diera otro sentido a la trama, se queda con un final completamente edulcorado. Mejor es ver cualquier capítulo de Los Simpson. Duran apenas media hora, pero ofrecen mucho más.

Rodrigo Seijas     


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