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ESFERA
(Sphere)

Estados Unidos, 1997


Dirigida por
Barry Levinson, con Dustin Hoffman, Sharon Stone, Samuel L. Jackson, Peter Coyote, Marga Gomez.



Algo apareció bajo las aguas del océano Pacífico, a 315 metros de profundidad. Y parece que es una nave espacial, aunque los primeros estudios indican que se encuentra allí desde la Edad Media. Ergo, sólo podría provenir de otros mundos. Esta conclusión lleva a los altos mandos a seleccionar el equipo de especialistas que protagoniza Esfera. Allí está, muy suelto de cuerpo, Dustin Hoffman como el psicólogo Norman Goodman, exclamando "Oh, boy!", que es la misma frase
–y en el mismo tono– de su personaje en El graduado (Mike Nichols, 1967). El matemático gruñón de Samuel L. Jackson, la atractiva bioquímica de Sharon Stone y un sesudo astrofísico completan el equipo encargado de develar el misterio. Como para introducirlos en la cuestión (y especialmente al público), cierto líder militar los bombardea con explicaciones. Y para ponerlos a prueba, los somete a una serie de preguntas que son lo más parecido a una lección del secundario. A esta altura ya el film de Barry Levinson (Secretaria ejecutiva) sepulta todas las expectativas de verosimilitud.

Apoyada en uno de los textos más flojos de Michael Crichton (Jurassic Park), la película –que en ocasión de su estreno llegó a opacar la performance de Titanic en Estados Unidos– da rienda suelta a todos los convencionalismos de la sci-fi finisecular. El laboratorio submarino que acoge a los expertos cubre los más módicos requisitos del suspenso: es reducido y claustrofóbico. Está enfrente mismo de la nave, en cuyo interior yace la inmensa bola plateada que da título a la propuesta. Las conclusiones de los científicos no se hacen esperar: se trata de una nave norteamericana. No así la bola que, como no refleja imágenes de seres humanos, tiene que ser alienígena. Se fundan en citas de los principales fenómenos astrofísicos estudiados por la ciencia: agujeros negros, antimateria, relatividad espacio-temporal. Pero las citas son tan fugaces y superficiales que, al enunciarlas, cada cual no hace otra cosa que degradarse como especialista.

Algo más divertido es ver a Hoffman cuando intenta psicoanalizar a la cosa, a partir de unos pensamientos que la esfera (nadie pregunte cómo) deja inscriptos en uno de los monitores del laboratorio. Cierto es que no llega a un diagnóstico preciso. Pero debe ser ezquizofrénica, porque empezó presentándose como Jerry ("I'm happy", remató) para terminar desencadenando una serie de catástrofes que se cobra la vida de unos cuantos. Como no podía ser de otro modo, una nutrida caravana de hurtos acude en socorro de Esfera: desde la computadora Hal 9000 de 2001, presente en "Jerry", hasta las combinaciones de materia y conciencia que Andrei Tarkovski trató en la sublime Solaris (que ya había sido bastardeada antes por La nave de la muerte). También hay cierta escena "de conservatorio" entre Hoffman y la Stone, que seguramente sirvió para convencerlos de subirse al viaje. ¿Y los efectos especiales? En algún lado había que ponerlos: medusas asesinas, mojarras dientudas y una catarata de huevos mortíferos que merecería un lugarcito en la antología del humor-terror.

Guillermo Ravaschino    

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