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ENTRE LOS MUROS
(Entre Les Murs)

Francia, 2008



Dirigida por Laurent Cantet, con François Bégaudeau, Nassim Amrabt, Laura Baquela, Cherif Bounaïdja Rachedi, Juliette Demaille, Dalla Doucoure, Arthur Fogel, Damien Gomes.



La dialéctica es el tema de Entre los muros, la nueva y formidable película del francés Laurent Cantet. Pero no porque el film transcurra entre las paredes de un aula y con un profesor de lengua, sino porque desde su fondo y forma invita al debate, y no sólo de los temas que aborda sino de cómo esos personajes los afrontan, así como también apela a un lenguaje narrativo documental, a no actores que son alumnos y profesores en la vida real, para construir una ficción novedosa dentro de un subgénero tan trillado como el de alumnos y maestros. Precisamente, esas divergencias con el modelo habitual son producidas por la dialéctica. Es decir, por el diálogo que establece Cantet con los materiales que utiliza, y por la forma en que se los da al espectador para que éste, a su vez, elabore un nuevo diálogo con el film. Esta multiplicidad de voces en constante intercambio de ideas es la misma que ocurre dentro de un aula con los chicos.

Un ejemplo clave se da con la resolución de uno de los tantos incidentes que François Marin (François Bégaudeau), el profesor, sostiene con sus alumnos. Y que es fundamental también para la película porque desencadena otros eventos. Una discusión se va de cauce y el docente les dirá a dos chicas que determinada actitud las hace quedar como "zorras". Esto provoca un fuerte enfrentamiento, y lo interesante pasa por ver cómo los alumnos se aferran a lo dicho por el profesor para atacarlo –entienden que "zorra" es igual a "puta"–, mientras que François recurrirá a sus conocimientos lingüísticos para refutar el argumento del alumnado. En esa secuencia la dialéctica nos permitirá encontrar, de paso, la línea autoral que une a Entre los muros con las anteriores películas de Cantet: una línea que explora el poder y cómo se lo ejerce. Porque el profesor no evita ser arrogante –de hecho, los alumnos lo habían acusado de ello– a la hora de sostener su argumentación.

Bien se pregunta el cineasta durante toda la película: ¿qué otra cosa que una forma de la administración del poder es el sistema educativo? Es que hay una institución, y personas que responden a ella intentando por todos los medios construir a otros seres dentro de los límites que el propio sistema plantea. Por el otro lado tenemos a los alumnos que, obligados a participar, finalmente se resisten por una simple conducta humana de autodeterminación. Esa fricción es la que Cantet registra con una cámara que se planta en una justificadísima utilización del primer plano. Estos no son los muros de una cárcel, pero el sentido es el mismo. El clima del film, a pesar de cierta ligereza y de su atmósfera por momentos distendida, es opresivo, restrictivo. Y la forma es consecuente con el fondo porque la cámara nunca se aleja del colegio; porque no le interesa mostrar la vida de esos personajes más allá de esas paredes. Pero no porque no importe "lo demás". Al contrario, cada alumno es un universo muy propio al que uno adivina en sus problemas cotidianos. Sino porque en la película la realidad externa, el afuera, ingresa sólo a través de los mecanismos administrativos de la propia institución: una charla con los padres, una junta directiva.

Entre los muros simula ser un documental, pero es una ficción. También parece ser sumamente espontánea, pero lo cierto es que Cantet trabajó con esos alumnos durante varios meses, siempre sobre la base del libro escrito por el propio Bégaudeau, docente en la vida real aunque con grandes cualidades para la actuación. Y sin embargo lo que termina generando el estilo del film es precisamente su procedimiento narrativo, propio del documental. Se podría decir que Entre los muros es un documental sobre el rodaje de una película que habla de una clase en una escuela. Siguiendo los diálogos y las discusiones dentro del aula, la cámara se mueve tratando de captar gestos, movimientos, acciones, cosas por fuera del eje de la situación. En una ficción pensada y racionalizada, la inclusión de planos de corta duración, aparentemente elegidos al azar, agrega espontaneidad y un interesante ritmo interno a las escenas.

La forma toda de este film redondea su concepto general: no hay acusaciones, ni dedos señaladores, ni demonizaciones. Y si uno lee cierto pesimismo en él, es porque nos dice que posiblemente estos docentes fueron antes esos chicos, que hoy traducen su disconformismo en su profesión. Si uno deja pasar la arrogancia de los docentes y se siente molesto ante la irreverencia de los chicos tal vez pueda descubrir cómo ha crecido, a qué lugar llegó. Precisamente, la falta de acusaciones y de voces en mayúscula es otro logro significativo de Cantet, sobre todo si tenemos en cuenta el panorama que enfrentaba: un colegio secundario en Francia es igual a una clase repleta de árabes, senegaleses, chinos, marroquíes, israelíes. El director, que por lo demás tal vez sea el autor de cine social más interesante de la actualidad, no se deja atosigar por la multiplicidad de voces e inteligentemente, cuando surge un comentario político en su film, deja que sea de los propios chicos. Así, las diferencias raciales y religiosas aparecen a través de una discusión sobre fútbol, un tatuaje o una pertenencia cultural. En ese contexto los docentes no tienen nada interesante para agregar. En cierta forma quieren comprender, pero a la vez se sienten alejados, impotentes ante un mundo que se les presenta inabarcable. Cantet usa el subgénero de profesores y alumnos, pero esquiva sabiamente las "voces autorizadas", las "enseñanzas de vida" y los adultos piolas encaminando a adolescentes descarriados. Lo documental permite leer –otra vez la dialéctica– la superficie de los géneros para reelaborarla.

En definitiva, a través de los tira y afloje de alumnos y profesores, pero también entre docentes y docentes y entre estos y los directivos, se impone una realidad: no hay romanticismo posible en la docencia. Cantet no dice que no lo haya habido alguna vez, pero con sus recursos administrativos, con sus rutinas, con sus frustraciones, enseñar se revela decididamente como un trabajo más. Cuando la educación deja de parecerse a una instrucción universal humana para convertirse en un recurso utilitario para conseguir un puesto en una oficina, o en una fábrica, ya no hay romanticismo posible en la imagen del profesor. ¿Y qué clase de profesional puede gestar a su vez un profesional frustrado? Pero no, no confundamos; una cosa son las lecturas que uno hace de una película y otra las conclusiones cerradas. Entre los muros habla de todo esto, pero no dice qué está bien y qué está mal. Despliega, en cambio, un estado de las cosas. Como bien lo dice desde su propia forma: se trata tan sólo de poner la cámara –el ojo– y registrar –observar–; luego, decodificar. Claro, la dialéctica.

Mauricio Faliero      

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