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DEJALA CORRER

Argentina, 2001


Dirigida por Alberto Lecchi, con Nicolás Cabré, Pablo Rago, Julieta
Díaz, Florencia Bertotti, Fabián Vena, Gabriel Goity.



Analizar la filmografía de Alberto Lecchi siempre es un trámite complicado. Después de un debut correcto y auspicioso con Perdido por perdido (debut que tuvo la virtud de exponer a Ricardo Darin como buen actor de cine) se ha repartido entre historias personales y películas por encargo, sin grandes hallazgos en ambos casos. Siempre rodeado de caras conocidas y finales felices, también ha logrado últimamente el curioso récord de ser el único director argentino que filma una película o más por año. Dudoso honor del que varios años atrás gozaban bizarras figuras de nuestro quehacer cinematográfico como Hector Olivera, Emilio Vieyra y Enrique Carreras. Una de las últimas películas de Lecchi fue Apariencias, patrocinada y protagonizada por Adrián Suar junto a la rolliza Andrea del Boca. Se ve que la sociedad funcionó bastante bien y ambos, director y productor, reincidieron con este título. Que se inspira en Rewind, ignoto film español realizado por Nicolás y Rodrigo Muñoz Avia.

El planteo argumental es simple, Déjala correr va directo a los bifes. Diego (Nicolás Cabré) es un muchachito que se gana la vida repartiendo pizzas. Esta enamoradísimo de Mónica, una vendedora de antigüedades que es un poco mas grande y sofisticada que él. Pero lejos de amedrentarse, este incipiente galán ingenia una vil treta: invitar a Mónica a una fiesta en su casa con toda la intención de seducirla entre vinos y bailes. Diego sabe que ese día será uno de los más importantes de su vida y que merece quedar registrado en una cinta de video. Por lo tanto, pide prestada una videocámara. Pero esta cámara, obsequiada por un silencioso anciano inventor que vive en una lujosa y gigantesca habitación dentro de una miserable pensión de San Telmo que se cae a pedazos, tiene cualidades especiales. Cuando se rebobina la cinta, el tiempo (la realidad) también retrocede unos cuantos minutos. Y todo comienza de nuevo.

La literatura fantástica y unas cuantas buenas comedias yanquis como Volver al futuro y El día de la marmota ya han tocado la posibilidad de retroceder en el tiempo para evitar futuros entuertos. También se sabe, por investigaciones recientes y no tanto, que el tiempo no es lineal sino una suerte de continuo irreversible con varias capas amontonadas, sucediéndose simultáneamente (mundos paralelos, etc.). Y si se va hacia atrás, se corre el riesgo de no volver nunca más al punto de partida, porque eso ya sucedió y difícilmente puedan reiterarse las condiciones necesarias para que el momento inicial se repita. Dejala correr no llega tan lejos, ni lo pretende. Al fin y al cabo es sólo una comedia adolescente. Pero eso no es moco de pavo: requiere responsabilidad y talento traducidos en frescura y dinamismo, y ninguna de estas dos cualidades logra sostenerse durante el metraje. Déjala correr ofrece momentos ágiles y situaciones divertidas. Pero las famosas complicaciones son tan simples, y tan fáciles de sortear con un sencillo rewind, que la novedad pronto se torna obsoleta. Entonces los autores (Enrique Cortés y el propio Lecchi) vuelven a caer en un error muy típico del cine argentino, pero también muy Pol-ka: recostarse sobre el carisma actoral para ocultar o minimizar las deficiencias argumentales.

Mención aparte merecen la excelente posproducción y los cuidados técnicos, que le dan un look prolijo, impecable, a esta simple historia. Una tendencia que se agradece, ya que Suar y asociados tienen todos los medios a su disposición y los han empleado.

Sin intenciones peyorativas, se puede afirmar que este film está destinado a un público puber-adolescente. Apela a un espectador fresco, con escasa memoria (lo cual no está nada mal durante el período de ebullición hormonal, aunque los responsables de este producto duplican y hasta triplican esa edad). Porque más temprano que tarde, el ojo medianamente entrenado tendrá la inevitable sensación de haber visto con anterioridad estas situaciones: todos los jóvenes son soñadores y rebeldes que viven al palo, sin importar los bajones. Todos los políticos y/o yuppies de mas de treinta son corruptos, chantas y ladrones (esto último no lo discutiré, pero ya sabemos lo dudoso de las generalizaciones). Todos los viejitos viven rodeados de cachivaches extravagantes y tienen una onda bárbara. La chica que te gusta sale con otro. Un malentendido da pie a un embarazo, o casi. Si planeás conquistar a una bella dama, todo te saldrá mal hasta el final... a no ser que un capricho del director, productor y/o guionista te permita resolver mágicamente todos los problemas. Por si fuera poco, también hay lugar para los consabidos diálogos-marca-registrada de Pol-ka: rápidos e ingeniosos, aunque muchas veces redundantes. Y para un rejunte de actores desempleados o que previamente trabajaron con Suar, abocados (en mayor o menor medida) a reiterar sus estereotipos: Pablo Rago como un simpático confundido, Fabián Vena como un yuppie despreciable, Nicolás Cabré como el pibe copado. Los mejores papeles, no por originales o contundentes sino por naturales y relajados, son los que encaran Julieta Díaz (bonito objeto de deseo) y Florencia Bertotti (amiga gamba del enamorado... ¡el arquetipo que faltaba!). Ambas insuflan espontaneidad a sus roles.

Nadie que espere una comedia liviana y sin pretensiones saldrá defraudado. Pero hay que reconocer que hasta la fecha, con la excepción de El hijo de la novia, Suar y sus compinches todavía logran mejores resultados en la pantalla chica.

Gabriel Alvarez     

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