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CONVIVENCIA

Argentina, 1993


Dirigida por Carlos Galettini, con Luis Brandoni, José Sacristán, Cecilia Dopazo, Víctor Laplace, Betiana Blum.



Convivencia no es del todo imbécil, sólo que –como los prototípicos bodrios yanquis– resume su entera sustancia en la secuencia inaugural. Está basada en una pieza de Oscar Viale, que además del grueso de la letra le ha legado una teatralidad aplastante. Carlos Galettini, el director, la organizó por actos profusamente dialogados, separados –casi siempre– por unos segmentos "poéticos" de las aguas y los muelles del Delta (la acción transcurre en una vieja casona del Tigre). Esto me recuerda a la ominosa Noche en la Tierra de Jim Jarmusch: los planos "cinematográficos" (que ahí eran unos paneos largos sobre la ciudad y los taxis) son breves inserts, dispuestos de tanto en tanto para hacer pasar por cine a un producto que no lo es. A esas "píldoras" también las usa Galettini (y Jarmusch, pero dejémoslo ahora) para jerarquizar dudosamente su relato: aportan un fondo "trascendente" a una farsa leve con toques costumbristas. La misma función cumple el tema "Soledad", de Pablo Milanés, que éste canta con Mercedes Sosa sobre los títulos de cierre. Mal que le pese, al director de la saga Extermineitors se le escaparon humos pretensiosos por unos cuantos intersticios.

Luis Brandoni es Enrique, el porteño-bestia-grasa que le vimos casi siempre. No es que el hombre lo actúe mal. Pero su performance es una figurita doblemente repetida: a la reiteración del rol se suman unos bocadillos que transitan la misma exacta cuerda de una punta a otra de la narración. Brandoni fatiga una suerte de exageración a medias, de la que sólo escapa durante la escena de la tanguería, cuando su papada estupefacta lo asemeja a Bernardo Neustadt. Reírse con Brandoni fue saludable la primera vez. A esta altura es un ejercicio conservador, autocomplaciente. Lo de José Sacristán es más grave. El es Adolfo, el "intelectual", un charlista imparable que no cesa de buscar palabras rebuscadas para expresar con corrección semántica los conceptos más triviales. Por problemas de libreto, de dirección actoral (y principalmente porque uno lo ha escuchado a Pepe en tantos reportajes), transcurre más de media cinta antes que quede en claro que lo suyo es una caricatura. Hace 20 años que Enrique y Adolfo se conocen. Adolfo representa "lo cerebral", Enrique "lo carnal" (lo carniza), y chocan. Esta dualidad está planteada (nunca desarrollada) tan simplificadamente que multiplica el peso de los tics actorales, de su propia condición de fórmula y de las pretensiones apuntadas al comienzo.

Convivencia despliega tres roles secundarios: Tulio (Víctor Laplace), un ex amigo muerto, y Aurora (Betiana Blum), antigua amante de Brandoni, aparecen en flashbacks y espectralmente (a lo Subiela), mientras que Tina (Cecilia Dopazo) ingresa en la trama completamente empapada luego de la zozobra de su botecito en turbulentas aguas. Lo primero que muestra son esos bellos pezones remarcados por la musculosa blanca. Lo último, cuando se aleja rumbo al horizonte para dejar el relato, es el culo (aunque aquí parece que fue usada Erica López, su doble). Entre una cosa y la otra, y como para esquivar una pulmonía, se calza alternativamente una camisa masculina (así, tipo minifalda) y un smoking con galera... y sin bombacha. Bajo la ducha puede verse su cachucha (en paneo artístico, eso sí, con vapores onda aviso jabonoso). En fin: Dopi está jugada invariablemente como fetiche sexy, espoleando un cachondeo vil, portafoliero, en la platea masculina. Pero sus parlamentos, oh, compendian una sopa hippie-psico-chacha (por el diputado –¿futuro vicepresidente?– Alvarez) ultrasuperada, escrita a lo Darío Vittori y actuada por ahí. Al margen de la incristiandad del cóctel, hay que decir que semejante zarandeo apura la agonía de cualquier actriz (¿alguien se acuerda de Sandra Ballesteros?).

Guillermo Ravaschino