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CONTRALUZ

Argentina, 2001


Dirigida por Bebe Kamin, con Silvina Segundo, Mariano Torre, Vanesa Weinberg, Leonor Manso, Mario Pasik, Cristina Banegas.



Vito y Celina son vecinos. Sus casas se encuentran pegadas como la imagen al espejo, solo que cada una de ellas es el reflejo opuesto de la otra: la casa humilde, el chalet de nuevos ricos.

Vito es un adolescente, una promesa de crack de fútbol que le jura a su madre estar a punto de entrar a la tercera, mientras vive drogado con una banda de amigos marginales igual que él y nunca va a entrenar. Su madre prefiere creerse la mentira mientras vive con el dinero que le pasa su hijo mayor, el chico responsable de clase media laburadora.

Celina es un ama de casa que dejó su carrera como abogada a punto de recibirse para ocuparse de sus hijos y de su marido. El día del cumpleaños de los mellizos ve rota su cómoda vida al pescar in fraganti al esposo con una mujer en el baño de su propio dulce hogar.

A partir de una sobredosis de Vito, su madre acudirá a la vecina (a quien llama "dotora" y suele agasajar como muestra de respeto con empanadas caseras) para que lleve al chico al hospital. Así, las aparentemente opuestas vidas de Vito y Celina se entrecruzarán... de una manera poco creíble.

La película dirigida por Bebe Kamín (cuyo título más recordado sigue siendo Los chicos de la guerra, un film de 1984) intenta contar la historia de dos mundos distintos, unidos por los problemas y, al final, insalvablemente distantes uno del otro. Pero las formas de la narración, los planos, los decorados, las actuaciones, imponen la sensación de no estar viendo una película sino una obra de teatro. La puesta de las dos casas, la exageración (casi todos los personajes son estereotipos) y la estabilidad de la cámara sugieren que sobre un escenario esto se hubiese convertido en una obra interesante (obsérvese la escena de la familia soplando las velitas o la cena que mantienen madre e hijo). En la pantalla grande, no.

No es nada lindo adivinar el tono provinciano y los gestos de madre preocupada que pondrá Leonor Manso, el tartamudeo de Mario Pasik hacia su mujer cuando es descubierto en plena infidelidad ("¡Yo te puedo explicar...!") ni la obviedad de los personajes marginales (la soltera embarazada, el loquito simpático adicto a las pastas, la marimacho motoquera).

Las actuaciones no son malas, pero están muy exageradas, en vena teatral. Se podría argumentar que este es el tono que se le quiso dar a la película, pero no es así. Se nota porque en el único caso en el cual funciona el grotesco es en el papel de la madre y las amigas estiradas del personaje de La Gorda.

Si la idea de que una aburguesada señora mantenida largue de un día para el otro la organización de una fiestita de cumpleaños en el verde césped del fondo de su chalet para ir a fumarse un porro con los marginales dueños nocturnos de la plaza ya resulta difícil de tragar, la falta de un sustento mínimamente creíble termina dando por tierra con todo lo demás.

Sobre el final, un detalle triste que es mejor anotar a un costado de la crítica. En una toma rodada sobre la Avenida 9 de Julio, se ven en el centro de la pantalla los carteles de la esquina tapados con lo que parecen ser bolsas de consorcio negras con la intención de que no se lean los nombres de la calle (o los anuncios que acostumbran adosarles). ¿Era necesaria tamaña grosería?

Javier Rey     


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