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CONTRA LA PARED
(Gegen Die Wand)

Alemania-Turquía, 2004


Dirigida por Fatih Akin, con Birol Unel, Sibel Kekilli, Catrin Striebek, Güven Kirac, Meltem Cumbul, Cem Akin, Aysel Iscan
.



Contra la pared tiene un punto de partida similar al de muchas tiras para adolescentes, en las que, típico caso, dos amigos fingen ser novios para poner celoso a un tercero y, oh, terminan enamorándose. Aunque en el film de Fatih Akin todo es más extremo y sórdido (en vez de novios, marido y mujer; en vez de poner celoso a un tercero, complacer a papá y mamá; en vez de enamorarse, enamorarse desesperadamente), la idea de base es la misma.

El es un cuarentañero parecido a Osvaldo Laport, un turco desaliñado que vive renegando de sus raíces desde un cuartucho en Alemania, un reventado, amante del punk, el sexo fuerte y los excesos. También carga una historia de vida que se intuye traumática pero que –por suerte– nunca llegamos a conocer del todo. Ella tiene veinte, es un poco más adinerada y mucho más –cómo decirlo– fresca. Para "divorciarse" de sus padres conservadores y tradicionalistas no tiene mejor idea que pescar a otro turco y casarse. Se conocen, se odian un poquito, se casan. El resto es la película.

Akin recoge, treinta años después, la lección que Scorsese dio con Calles salvajes: determinados estados de ánimo, algunas heridas generacionales y buena parte de la hostilidad del mundo no pueden ser representados sin apelar a la música. Es así que casi toda la película está orquestada especialmente con rock y punk gótico de los '80, aunque también dan el presente el reggae, el ska, el jazz y lo que yo supongo es música tradicional turca. Sí, la música es verdaderamente omnipresente (debe haber más metraje musicalizado que no) y Depeche Mode, Birthday Party (la primera banda del gran Nick Cave) y Sisters of Mercy delinean, redimensionan y/o acentúan los contornos de una relación amorosa signada por la desesperación y la autodestrucción.

Contra la pared es una y dos películas. La primera mitad es hermana de Adiós a Las Vegas: un amor que se gesta en espacios decadentes y manifiesta o latentemente violentos, hecho de subjetividades desorientadas y quebradizas. La segunda tiene más de un punto de contacto con Cuando vuelve el amor y la película baila alrededor de la cuestión del qué se debe hacer con los impulsos aparentemente irracionales: cuánto peso tiene o debe tener un amor del pasado, cuánto puede incidir la pasión amorosa del pasado en un presente tranquilo y asentado.

Es así que Akin da un vuelco de 180 grados en su filmografía y después de la muy feliz y primaveral Im Juli (2000) nos entrega esta película, profundamente anti-feliz y anti-primaveral. Las escenas de sexo son creíbles y originales (no es poco), como así también la violencia, en general seca y poco estilizada. La pareja central tiene una química increíble y su relación fluye notablemente gracias al montaje: en algunas escenas, uno más acelerado habría sido criminal. A todo esto, el director alterna discretamente dos puntos de vista, como si este relato no pudiera ser contado desde un solo lado (al fin y al cabo, el amor es binario) y se toma su tiempo para hacer crecer la historia, deteniéndose en detalles que aportan textura y profundidad (algunas conversaciones sobre sexo; ella cocinándole a él a puros primeros planos). Entre tanta opresión, oportunos destellos de felicidad (la protagonista disfrutando sola en el parque de diversiones) aligeran un poco la cosa.

Y como si esto fuera poco, el director no enfoca a sus personajes con ánimo psicologista: ellos son así y punto y el interés radica más en aproximarse a sus acciones que en desnudar su psicología. No es que el film sea perfecto. Por momentos le vendría bien algo más de sutileza y –quizás– algo menos de violencia (qué difícil determinar si la violencia es gratuita o no; por lo pronto, para el que paga ocho pesos para ingresar a la sala, nunca lo es). Akin "empuja" muchas cosas por aquí, "inventa" algún conflicto por allá, pero la intención de retratar o buscar la relación entre el amor y la violencia y la autodestrucción, que buena parte del cine omite o exagera, es más que digna.

Ezequiel Schmoller      


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