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LAS CONFESIONES DEL SR. SCHMIDT
(About Schmidt)

Estados Unidos, 2002



Dirigida por Alexander Payne, con Jack Nicholson, Hope Davis, Dermot Mulroney, Kathy Bates, June Squibb.



Schmidt es, por un lado, Jack Nicholson, un actor irreemplazable que casi puede sostener, él solo, cualquier película. Y que aquí (más allá de un par de gesticulaciones excesivas) está perfecto y merece todos los premios disponibles. Schmidt también implica una visión, la del cineasta Alexander Payne, agresiva y profunda sobre la vida y el comportamiento del ciudadano americano medio, que en más de un aspecto, globalización de ida y vuelta mediante, supera las fronteras y se torna universal. Schmidt es, finalmente, un hombre de 66 años al que la empresa de seguros Woodmen ("hombres de madera"), para la que trabajó toda su vida, jubiló de prepo, ya que considera conveniente prescindir de él.

De un día para el otro, Warren Schmidt siente que empieza a formar parte de la tercera edad, y atraviesa una etapa de vacío espiritual y alienación aparentemente insuperable. Buscará refugio en su hija, pero al mismo tiempo intentará imponerle su punto de vista para que desista de casarse con quien él considera un idiota. Paralelamente, comenzará a financiar la manutención de un niño africano llamado Ndugu, mediante cheques dirigidos a una compañía de ayuda asistencial.

Junto a cada cheque se le pide que ajunte una carta con "información personal", pero Warren interpreta que lo que se espera de él es que envíe algo así como un diario íntimo, escrito en cuotas (las confesiones del título local). Esta idea de por sí hilarante (intentar no reírse cada vez que Warren inicia las cartas con la frase "Querido Ndugu") multiplica sus efectos cuando vemos lo que Schmidt procura compartir con ese hijo adoptivo: conflictos e historias familiares, sentimientos de furia y desprecio para con sus seres queridos, quejas hacia su esposa por obligarlo a mear sentado en el inodoro y hasta contra el sistema de venta de seguros y sus malogradas posibilidades de ascenso laboral.

Schmidt no es capaz de comunicarse con nadie, ni siquiera con un chico de seis años. Su actitud despectiva para con el prójimo demuestra la endeblez de su preocupación por el niño, pero su cerrazón parece insoluble. El mérito del director pasa por transformar este desolador paisaje en una comedia, sin borrar del todo la angustia que provoca.

Se puede comparar a Payne con Wes Anderson, quizá las dos mayores esperanzas de la comedia americana actual: comparten la curiosa capacidad de crear comedias tristes. La gran diferencia parece radicar en sus acercamientos al mundo actual. Para Anderson es un lugar extraño y distante; para Payne es hipócrita y cruel pero, no obstante, humano.

En el interior de cada personaje de Payne conviven y combaten entre sí las buenas y las malas intenciones (y las acciones que derivan de ellas). La abuelita inocente que descansa en paz se nos revela adúltera. La hija sufriente que no tolera que su padre desprecie su elección sentimental se mantiene muy alejada de él... mientras le reclama permanentes cheques para solventar la boda. Vale recordar que en la excelente Election (La elección o La trampa, titulo que recibió en su transmisión por cable en Argentina), el futbolista –extremadamente tonto y bonachón– aprovechaba una emotiva y reconciliadora charla con su hermana para hacerle notar que era adoptada.

Payne construye personajes creíbles y contradictorios, descritos con profundidad, y no se priva de dar tiempo a una visión abarcadora del universo que los contiene e influye. Esos planos iniciales que presentan al pueblo de Nebraska (asiento de sus historias), esa fiesta de despedida que la empresa ofrece a Warren, esa costosa cuenta que proyecta el encargado de la funeraria son jugosos apuntes sociales que revelan la pertenencia y el padecimiento del protagonista en una sociedad viciada. Este es el modo en que el cineasta ajusta cuentas, sutil pero efectivamente, con todas las hipocresías americanas, esquivando la soberbia y la crueldad gratuitas, así como las convenciones y los estereotipos.

Ramiro Villani      


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