Cine de
atmósferas y estados a través de un retrato de familia, el último film de
Inés de Oliveira Cézar privilegia la descripción por sobre la narración, con
un guión elaborado junto al teatrista Daniel Veronese. Después de un
preludio enigmático, la anécdota es mínima: mientras la mujer busca a su
madre enferma en un sanatorio y se va con ella a pasar unas horas al campo,
el marido (Guillermo Arengo, un actor a tener muy en cuenta) se va con su
hijo al mar. Al espectador desprevenido puede llamarle la atención el
parecido entre madre e hija, y se debe a que Roxana Berco y Susana Campos
reproducen en la pantalla el vínculo que las unía en la realidad, en una
situación especular a la real, pues Campos ya estaba muy enferma durante el
rodaje del film, el último de su carrera artística. Anécdota y diálogos se
ajustan a un elegido minimalismo que instala un clima melancólico y presenta
un cuadro de situación, un momento de quiebre familiar, mientras la cámara
fija acompaña con largos planos secuencia a los personajes en sus
movimientos cotidianos según pasan las horas. Hasta aquí, comparto la
elección y el criterio estético. El problema radica en que a esta película
de escasos diálogos y acciones le falta un ritmo interior que mantenga la
tensión dramática, ritmo que sí sostenía Extraño, un film afín a
éste.
La edición de
Cómo
pasan las horas
es obra de Ana Poliak, tal vez el nombre más prominente del grupo de
realizadores argentinos (con Santiago Loza y Willi Behnisch entre otros) que
se están jugando por un cine moderno, austero y comprometido con una
determinada estética. El film se abisma en los silencios y la pura
materialidad de la naturaleza para transmitir la interioridad intangible de
los personajes. Lentes anamórficas transforman la imagen, pero no entendemos
cuál es el criterio para su utilización, que parece caprichosa y produce un
efecto más estético que expresivo. La cuidada fotografía de Gerardo
Silvatici presenta largos, cuidados planos del mar, las nubes, los médanos
de arena, un delicado trabajo con la luz y el color; planos inspirados en la
estética de Alexander Sokurov que, si bien evocan la mirada del maestro,
piden un mayor compromiso personal. Posee mucha más fuerza la larga –bella,
conmovedora– imagen del hijo apoyado contra su padre sobre la playa que
madre e hija en un plano que repite una toma de Madre e hijo. También
este film, como el ruso, habla del amor filial, la muerte y el vacío.
Esperamos que a través de la experiencia, la directora gane confianza en sus
propios recursos, en su propia sensibilidad.
Josefina Sartora
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