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COMO PASAN LAS HORAS

Argentina, 2004


Dirigida por Inés de Oliveira Cézar, con Susana Campos, Roxana Berco, Guillermo Arengo, Agustín Alcoba, Pedro Recalde, Javier Fainzaig.



Cine de atmósferas y estados a través de un retrato de familia, el último film de Inés de Oliveira Cézar privilegia la descripción por sobre la narración, con un guión elaborado junto al teatrista Daniel Veronese. Después de un preludio enigmático, la anécdota es mínima: mientras la mujer busca a su madre enferma en un sanatorio y se va con ella a pasar unas horas al campo, el marido (Guillermo Arengo, un actor a tener muy en cuenta) se va con su hijo al mar. Al espectador desprevenido puede llamarle la atención el parecido entre madre e hija, y se debe a que Roxana Berco y Susana Campos reproducen en la pantalla el vínculo que las unía en la realidad, en una situación especular a la real, pues Campos ya estaba muy enferma durante el rodaje del film, el último de su carrera artística. Anécdota y diálogos se ajustan a un elegido minimalismo que instala un clima melancólico y presenta un cuadro de situación, un momento de quiebre familiar, mientras la cámara fija acompaña con largos planos secuencia a los personajes en sus movimientos cotidianos según pasan las horas. Hasta aquí, comparto la elección y el criterio estético. El problema radica en que a esta película de escasos diálogos y acciones le falta un ritmo interior que mantenga la tensión dramática, ritmo que sí sostenía Extraño, un film afín a éste.

La edición de Cómo pasan las horas es obra de Ana Poliak, tal vez el nombre más prominente del grupo de realizadores argentinos (con Santiago Loza y Willi Behnisch entre otros) que se están jugando por un cine moderno, austero y comprometido con una determinada estética. El film se abisma en los silencios y la pura materialidad de la naturaleza para transmitir la interioridad intangible de los personajes. Lentes anamórficas transforman la imagen, pero no entendemos cuál es el criterio para su utilización, que parece caprichosa y produce un efecto más estético que expresivo. La cuidada fotografía de Gerardo Silvatici presenta largos, cuidados planos del mar, las nubes, los médanos de arena, un delicado trabajo con la luz y el color; planos inspirados en la estética de Alexander Sokurov que, si bien evocan la mirada del maestro, piden un mayor compromiso personal. Posee mucha más fuerza la larga –bella, conmovedora– imagen del hijo apoyado contra su padre sobre la playa que madre e hija en un plano que repite una toma de Madre e hijo. También este film, como el ruso, habla del amor filial, la muerte y el vacío. Esperamos que a través de la experiencia, la directora gane confianza en sus propios recursos, en su propia sensibilidad.

Josefina Sartora      

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