El destino y el salón de un hotel de Wichita (medio Oeste norteamericano)
van a reunir a Larry, Phil y Bob durante más horas que las que ellos
hubieran imaginado. Son vendedores los tres, trabajan a comisión para una
fábrica de lubricantes industriales. Y al salón convendría llamarlo sala,
ya que es poco más que una gran habitación, y la presencia de sandwichitos
y saladitos (alguien se queja de que no hay un solo canapé) es lo único
que delata que una reunión de ventas va a celebrarse allí. O la
reunión de ventas, cuanto menos para Larry y Phil, ya que entre los
invitados figura el cliente potencial más importante de sus vidas.
En
realidad, el que no puede sacarse esa idea de la cabeza es Larry (Kevin
Spacey), algo así como un tiburón de las ventas en un buen momento de su
carrera. Elocuente, dicharachero, cínico como el que más. Phil (Danny
DeVito), en cambio, viene de separarse de su mujer, y aunque parece tan
hábil y experimentado como el otro, perdió buena parte del entusiasmo en
el camino. Bob es mucho menor (tanto como el novel actor Peter Facinelli), y
está haciendo sus primeros palotes en el oficio. Profesional, y en buena
medida humanamente, Bob es el virgen del trío. Estas diferencias son
las que van a nutrir los 86 minutos de La clave del éxito. Es decir,
las que van a hacerlos confrontar, a veces de un modo explícito (especialmente
a Spacey con Facinelli) y muchas otras más metafóricamente: compartiendo
relatos, puntos de vista, opiniones, vivencias. Esta
pelicula tiene una fuerte impronta teatral. Todo sucede
entre las cuatro paredes de la habitación de hotel, cuyas dimensiones se asemejan a
las de un escenario de teatro. Dramáticamente, el relato se apoya casi por
entero en la fuerza de las interpretaciones y en las copiosas líneas de
diálogo: estamos ante un film muy, pero muy hablado. No es casualidad que la dirección haya sido
confiada a John
Swanbeck, hombre de nula experiencia cinematográfica pero con quince años de
director teatral a cuestas. ¿Puede
decirse entonces que La clave del éxito es "teatro
filmado"? Esencialmente, sí. No hay un trabajo de montaje o con el punto de vista que
sugiera lo contrario. Es más: a los quince o veinte
minutos de apagadas las luces, que es cuando queda claro que la cámara ya no
saldrá de ese ambiente, sobreviene algo muy parecido a una desilusión. Lo
que también es cierto es que las actuaciones tienen fuerza. Pero esto es
cierto a medias. La de Kevin Spacey, por ejemplo, tiene demasiada
fuerza. El genial protagonista de Belleza americana aquí luce
excesivamente suelto, desbocado casi. Su verborragia llega a dar la idea de
que habla solo, o para la platea, como si no estuviese interactuando con los
otros personajes sino desarrollando un show aparte... o un monólogo
teatral. Pero Spacey no está ahí, y estar ahí, frente a nosotros
en carne y hueso, era lo único que podía salvar a semejante performance. DeVito está muy
bien, aunque mayormente y por los motivos
expuestos en segundo plano. El
chico no desentona. Lo
que sí desentona es el guión. O para el caso, los diálogos. Hasta cierto
punto ¿la mitad del
film? estos contribuyen a que los temas
crezcan. A saber: el entusiasmo de Larry, ¿es genuino empuje profesional o
está tapando angustias, alienaciones? La religiosidad del chico (que es un
bautista militante, impertinente), ¿es una forma de vida o un discurso tan
engañoso como las frases para vender aceite? Y el tema entre los temas ¡y
qué tema!: ¿cuánto tiene que desdoblarse, y por lo tanto negarse,
un hombre en su trabajo? El problema es el que se anticipó: al promediar la
historia las palabras dejan de aportar lo suyo. Ya no hacen crecer los temas
sino que empiezan a embrollarlos. La primera víctima es la convicción
dramática, la fuerza de la situación. Uno se pregunta, por ejemplo, cómo
es posible que gente como esta se diga todas esas cosas durante tanto
tiempo. El asunto
se
pone peor cerca del final. Es que los personajes van extrayendo
conclusiones, enseñanzas y hasta moralejas cada vez más forzadas...
mientras el film termina de abortar la posibilidad de que sea el público el
que las extraiga. Ya ridícula es la última secuencia, en la que los
títulos ruedan acompañados por una melodía
"optimista" y por un tendal de frases cursis y contradictorias (del
tipo "no sigas ningún consejo") escupidas con impunidad.
Guillermo Ravaschino
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