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LA CLAVE DEL EXITO
(The Big Kahuna)

Estados Unidos, 2000


Dirigida por John Swanbeck, con Kevin Spacey, Danny DeVito, Peter Facinelli, Paul Dawson.



El destino y el salón de un hotel de Wichita (medio Oeste norteamericano) van a reunir a Larry, Phil y Bob durante más horas que las que ellos hubieran imaginado. Son vendedores los tres, trabajan a comisión para una fábrica de lubricantes industriales. Y al salón convendría llamarlo sala, ya que es poco más que una gran habitación, y la presencia de sandwichitos y saladitos (alguien se queja de que no hay un solo canapé) es lo único que delata que una reunión de ventas va a celebrarse allí. O la reunión de ventas, cuanto menos para Larry y Phil, ya que entre los invitados figura el cliente potencial más importante de sus vidas.

En realidad, el que no puede sacarse esa idea de la cabeza es Larry (Kevin Spacey), algo así como un tiburón de las ventas en un buen momento de su carrera. Elocuente, dicharachero, cínico como el que más. Phil (Danny DeVito), en cambio, viene de separarse de su mujer, y aunque parece tan hábil y experimentado como el otro, perdió buena parte del entusiasmo en el camino. Bob es mucho menor (tanto como el novel actor Peter Facinelli), y está haciendo sus primeros palotes en el oficio. Profesional, y en buena medida humanamente, Bob es el virgen del trío. Estas diferencias son las que van a nutrir los 86 minutos de La clave del éxito. Es decir, las que van a hacerlos confrontar, a veces de un modo explícito (especialmente a Spacey con Facinelli) y muchas otras más metafóricamente: compartiendo relatos, puntos de vista, opiniones, vivencias.

Esta pelicula tiene una fuerte impronta teatral. Todo sucede entre las cuatro paredes de la habitación de hotel, cuyas dimensiones se asemejan a las de un escenario de teatro. Dramáticamente, el relato se apoya casi por entero en la fuerza de las interpretaciones y en las copiosas líneas de diálogo: estamos ante un film muy, pero muy hablado. No es casualidad que la dirección haya sido confiada a John Swanbeck, hombre de nula experiencia cinematográfica pero con quince años de director teatral a cuestas. ¿Puede decirse entonces que La clave del éxito es "teatro filmado"? Esencialmente, sí. No hay un trabajo de montaje o con el punto de vista que sugiera lo contrario. Es más: a los quince o veinte minutos de apagadas las luces, que es cuando queda claro que la cámara ya no saldrá de ese ambiente, sobreviene algo muy parecido a una desilusión.

Lo que también es cierto es que las actuaciones tienen fuerza. Pero esto es cierto a medias. La de Kevin Spacey, por ejemplo, tiene demasiada fuerza. El genial protagonista de Belleza americana aquí luce excesivamente suelto, desbocado casi. Su verborragia llega a dar la idea de que habla solo, o para la platea, como si no estuviese interactuando con los otros personajes sino desarrollando un show aparte... o un monólogo teatral. Pero Spacey no está ahí, y estar ahí, frente a nosotros en carne y hueso, era lo único que podía salvar a semejante performance. DeVito está muy bien, aunque mayormente –y por los motivos expuestos– en segundo plano. El chico no desentona.

Lo que sí desentona es el guión. O para el caso, los diálogos. Hasta cierto punto –¿la mitad del film?– estos contribuyen a que los temas crezcan. A saber: el entusiasmo de Larry, ¿es genuino empuje profesional o está tapando angustias, alienaciones? La religiosidad del chico (que es un bautista militante, impertinente), ¿es una forma de vida o un discurso tan engañoso como las frases para vender aceite? Y el tema entre los temas –¡y qué tema!–: ¿cuánto tiene que desdoblarse, y por lo tanto negarse, un hombre en su trabajo? El problema es el que se anticipó: al promediar la historia las palabras dejan de aportar lo suyo. Ya no hacen crecer los temas sino que empiezan a embrollarlos. La primera víctima es la convicción dramática, la fuerza de la situación. Uno se pregunta, por ejemplo, cómo es posible que gente como esta se diga todas esas cosas durante tanto tiempo.

El asunto se pone peor cerca del final. Es que los personajes van extrayendo conclusiones, enseñanzas y hasta moralejas cada vez más forzadas... mientras el film termina de abortar la posibilidad de que sea el público el que las extraiga. Ya ridícula es la última secuencia, en la que los títulos ruedan acompañados por una melodía "optimista" y por un tendal de frases cursis y contradictorias (del tipo "no sigas ningún consejo") escupidas con impunidad.

Guillermo Ravaschino