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CANCION DESESPERADA

Argentina, 1996


Dirigida por Jorge Coscia, con Rodolfo Ranni, Tony Plana, Maximiliano Guerra, Valeria de Luque, Manuel Callau.



Está claro que entre los principales objetivos de Canción desesperada figura el de rendirle homenaje al tango. Sucede que, muy por encima de las imágenes, del drama concebido como movimiento, el film consagra a la palabra como su instrumento fundamental. Y no a cualquier palabra. Un porteñismo subrayado, en el umbral de la estampita for export, y una abrumadora catarata de frases sentenciosas toman la posta desde los primeros fotogramas. Al cabo de la proyección, surge la certeza de que el sexto largometraje de Jorge Coscia es al tango lo que tantas películas de Eliseo Subiela son a la poesía: una oda acaso bien intencionada, pero fallida, hondamente negadora del objeto de su adulación.

Dato curioso, el drama está protagonizado por el astro de ballet Maximiliano Guerra, en su primera labor interpretativa. Seria injusto decir que Guerra es un mal actor. La verdad es que este formidable bailarín simplemente no es actor, y ni siquiera da el perfil del personaje que le ha tocado en suerte (lo que llama la atención es que Coscia no lo haya percibido a tiempo). En fin: dígase que Pablo, un joven periodista obsesionado por desentrañar el intangible arcano de la canción rioplatense –lo que incluye su deseo de bailarla–, rastrea el nombre del más grande bailarín de tango por diversos boliches porteños. A poco de andar le baten la posta: el Pibe Alberto, dicen, fue el más grande entre los grandes. Pero todos lo dan por muerto. Hasta que, de paso por Manhattan, Pablo encuentra al Pibe (Rodolfo Ranni) trágicamente postrado en una silla de ruedas.

La relación entre ambos está signada por el empeño de este hombre por instruir al novato en el baile del suburbio. Y pasa por todas las etapas de una progresión que el cine ha fatigado demasiadas veces: primero a las patadas, más tarde a los insultos, finalmente a los abrazos. El guion, en tanto, pondrá en boca de Alberto toda clase de clisés. Desde "esta vuelta invito yo" hasta "el corazón es la llave del tango", no hay prácticamente una sola pieza de su verborrea que no exhiba la oscura sombra de la impostación (si el personaje despega de esta medianía, cosa que ocurre poco antes del final, es porque la enorme talla interpretativa de Rodolfo Ranni le permite asomar la cabeza casi en cualquier situación). También hay una subtrama amorosa que une a Pablo con la sufrida compañera de Alberto, que obviamente se llama María, y unas cuantas tomas en estilo documental turístico de la Gran Manzana, que incluyen un plano general de los amantes igualito al que Woody Allen ocupó con Diane Keaton al pie del puente de la Calle 59, en uno de los tramos más famosos de Manhattan.

Guillermo Ravaschino