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    | EL CAMINO Argentina, 2000 | 
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    | Dirigida por Javier Olivera, con Ezequiel
    Rodríguez, Antonella Costa, Héctor Anglada, Daniel Valenzuela, Alejandro Awada, Rubén
    Patagonia.
 
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    | Luego de El visitante, Javier, hijo del
    prolífico Héctor Olivera, reincide en el cine con el apoyo económico de papá. El
    camino tiene tres características centrales. Primero, el público al que está
    dirigida podría denominarse "adolescencia adinerada que nunca salió del
    departamento o del country"; segundo, está directamente relacionada con la
    publicidad, de varias maneras, como se explicará luego; tercero, se sustenta en una
    visión prejuiciosa y pintoresca del "otro" (llámese aborigen, cabecita negra o
    simplemente gente del interior), probablemente porque sus guionistas (el propio Javier y
    Constanza Novick) se parecen a su público-target.
 Esta road movie criolla está protagonizada por
    Manuel (un lamentable Ezequiel Rodríguez), el personaje más aburrido que se ha visto,
    sin temor a exagerar, en todo el cine argentino. Este jovencito vive con su madre, no
    estudia, no trabaja, no le hace falta. Un día descubre algo que sí necesita: conocer a
    su padre, de quien sólo sabe el nombre y posible paradero. Así que se sube a su
    espectacular moto y comienza la travesía por un mundo desconocido y salvaje para él (de
    Buenos Aires a Azul y desde allí hasta Aluminé). Como es habitual en este tipo de películas, el "héroe" se cruza en su
    camino con nuevos personajes y situaciones. A saber: la "heroína" (Antonella
    Costa, la joven secuestrada de Garage Olimpo), una pandilla de motociclistas que
    son vistos por los anteriores con recelo y temor pero que terminarán operando como una
    especie de ejército de salvación, una pareja humilde en un Torino (morochitos,
    por supuesto), un cordobés peleador (el también morochito Héctor Anglada, quien ahora
    no sólo actúa de sí mismo sino que también habla y cuenta parte de su verdadera
    historia), un mecánico honesto (Roly Serrano, morochito), un policía bruto (Daniel
    Valenzuela, ¡otro morochito!) que persigue a Manuel durante todo el viaje por ser el
    único testigo de un crimen que cometió, y finalmente, una comunidad de mapuches (todos
    morochitos, claro). ¿Será que fuera de la capital federal todos, absolutamente todos son
    "morochitos"? Respecto de lo publicitario, no sólo hay escasos planos de El camino que no
    dejen ver una marca de bebidas, cigarrillos, estaciones de servicio (¡y hasta mapas!),
    sino que la película está filmada como cualquier comercial. Sólo faltó que, al final,
    el protagonista (que responde muy bien al tipo modelo publicitario) mirase a
    cámara sonriente para enumerar todas las marcas que se promocionaron. Esta imagen
    publicitaria viene apoyada por una banda sonora que va mutando para comprometerse con el
    entorno geográfico: del rock y el funk del comienzo a una folklórica armonía
    proveniente de un bombo legüero. El objetivo de El camino (que ya ha sido encarado tantas veces y de la misma
    forma) es demostrar que el dinero no es lo más importante. La estructura del film es muy
    similar a la de El viaje, de Pino Solanas, en la que el periplo plagado de
    metáforas iba del Sur al Norte, cruzando las fronteras nacionales. En El camino el
    personaje se traslada en sentido inverso, más allá del límite con Buenos Aires, sin que
    sepamos nunca si realmente se conecta con lo que está viviendo. A esto contribuyen las
    incoherencias narrativas (¿en qué momento se enteró Manuel del nombre de su
    perseguidor?) y la nulidad rítmica y emotiva de las secuencias de acción. El intento de
    acercarse a la realidad mapuche es absolutamente descomprometido. Los actores (salvo
    Valenzuela y Serrano, quizá los únicos de verdad aquí) dan la impresión de haberse
    olvidado la letra. Nada de lo que se plantea como divertido, lo es. Cómo estará de mal
    hecho todo que ni siquiera se puede apreciar la belleza del sur argentino o la de
    Antonella Costa quien, dicho sea de paso, parece estar de lo más aburrida con el nene
    bien que conquistó en la ruta. Ese mismo nene que Javier Olivera pretende hacernos
    creer que no es un modelo escapado de una publicidad de cigarrillos, sino un joven que
    encontró el verdadero sentido de la vida. Ja, ja, ja. Eugenia Guevara
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